Opinión

Miedo, la cuna de los males

Vivimos en una época de tal individualismo que ya no se habla nunca de discípulos; se habla de ladrones” . Esta frase fue pronunciada por el polifacético escritor francés Jean Cocteau hace más de sesenta años y a pesar del tiempo trascurrido sigue estando de actualidad; tal vez porque siempre ha sido así.

Nuestra especie tiene miedo, un terror existencial del que busca evadirse utilizando cualquier procedimiento. En su insensatez piensa que todo se puede comprar, incluida la eternidad, y cree que para ello es necesario alcanzar la mayor riqueza posible. No importa la manera, el objetivo es convertirse en pequeños dioses dueños del destino; reyes, emperadores, papas, obispos, banqueros, nobles, comerciantes… han sido los que tradicionalmente han atesorado más riquezas. Los cementerios están llenos de espectaculares sepulcros que tratan de perpetuar el poderío que en vida han tenido sus ocupantes; no dejan de ser groseros imitadores de los antiguos faraones.

Los grandes templos de la cristiandad albergan en su interior cientos de sarcófagos de jerarcas religiosos o de nobles influyentes. Contradicen las palabras del Maestro que reiteradamente hablaba de la pobreza como camino de la salvación eterna. Recordemos su consejo al hombre rico: “Vende cuanto tienes, repártelo entre los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme’. Pero él al oír esto, se puso muy triste porque era muy rico”. Pocos son los que creen en el mensaje y obran en consecuencia.

Un nudo en mi garganta apenas me permite respirar; estoy impresionado por la categoría humana del joven malagueño Pablo Ráez. Se enfrentó a su enfermedad con una dignidad ejemplarizante; trasmitía vitalidad, alegría y fuerza. Sus últimas reflexiones son propias de un sabio. Es el ejemplo de quien ha vencido al miedo y se ha liberado de las cadenas que esclavizan el espíritu. Representa la otra forma de enfrentarse al destino, ¡qué diferencia con el comportamiento de Rato, de Urdangarin, de Pujol; de tantos corruptos que huyen de sus fantasmas amasando dinero sin freno ni dignidad!

Son muchos los anónimos humanos que se han enfrentado a sus miedos y los han vencido; no son seres excepcionales, son aquellos que aceptan lo que son y mantienen un comportamiento ético y digno ante los avatares de la existencia. Los hay en todas las ideologías, creencias y culturas; nunca hacen proselitismo, no practican la violencia, no tienen afán de riquezas; son tolerantes, solidarios y , tal vez, felices.

Un sonido musical irrumpe suavemente la soledad de mis pensamientos. Va acompañado por lamentos y sollozos de una multitud triste y quejumbrosa. Me asomo a la ventana y observo como se despide a la “sardina”, símbolo de un carnaval eterno y bullicioso. La alegría hace un paréntesis y vuelven los miedos. Por ello se sacrifica una víctima que esconde sus temores en un gregarismo protector. Se habla de entierro para ocultar su terrible fin, inmolada en un fuego redentor.

Dinero, alcohol, drogas, grageas… huir, esconderse del miedo, escapar hacía ninguna parte. Cocteau temía el individualismo egoísta y afirmaba que abonaba el camino al robo. Prefiero el aserto de Anton Chejov: “Si deseas comprender la vida, deja de creer lo que la gente dice, por el contrario, observa y piensa”. 

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