Opinión

Muerte y retorno

La muerte de Ulf ha sido un duro golpe que rompe el equilibrio de lo terrenal con lo espiritual. Me siento frágil, confiesa el Anciano: ¿cuántos muertos son mis muertos? La angustia reaparece y, como una pesadilla, nos arroja al desierto de la soledad más absoluta. Sueños incoherentes, pesadillas aterradoras, miedo al presente, terror al futuro; solo la inmersión en el ahora evita la sensación de derrota absoluta y abre un paréntesis a la esperanza. El Viejo Milenario resiste amparado en un anonimato clamoroso y cobarde y, una vez más, reafirma el valor de los afectos y el sentir de la energía de los suyos. ¿Qué más quieres, clama el destino? Has vivido, has amado, has disfrutado y has sufrido; la existencia de los mortales tiene límite temporal: ¡asúmelo!, ¡tú has sido un privilegiado! La llamada de Ulf pocas horas antes de morir obliga al Anciano a valorar más la vida y admira a su fallecido amigo por la entereza mostrada en su consciente tránsito, hacia una nada llena de energía redentora.

 Considerada desde el punto de vista de la juventud, la vida es un porvenir infinitamente largo y desde el punto de vista de la vejez es un pasado muy corto. Es necesario haber vivido mucho tiempo para reconocer cuán corta es la vida. Cuando más se avanza en edad, las cosas humanas nos parecen difusas, la vida parece una huida rápida hacia la nada, después de haber acumulado entes sin valor alguno en el inmenso Cosmos que nos acoge como polvo estelar. El Viejo Milenario recuerda con melancolía lo lento que pasaba el tiempo en su ya lejana juventud; ardía de deseos de poder ver películas que estaban vetadas a menores de 16 años (la primera que vio fue “El rostro impenetrable” protagonizada por Marlon Brando). Su timidez le impedía sustituir los amores platónicos por relaciones más intensas. Las mujeres que fueron clandestinamente amadas ignoraban la idealización del entonces Joven Soñador que recorría los Subterráneos de Libertad, como Jorge Amado escribiera en alusión a los comunistas brasileños conspirando contra la dictadura. 

Arturo Schopenhauer, en su obra “Parerga y Paralipomena”, designa al arte de hacer la vida lo más agradable y feliz posible con la palabra Eudemonología y el Viejo Milenario coincide con Platón en que “la vida no examinada no es digna de ser vivida”, así lo ha entendido Neruda en su obra “Confieso que he vivido”. Los tres grandes pensadores coinciden en valorar su existencia como algo extraordinario, que en todo caso ha servido para legar una energía positiva al conjunto de la humanidad. ¿Puedo afirmar lo mismo?, pregunta el Anciano: he tenido una infancia feliz, he luchado por las libertades, he sembrado en el espíritu de mis discípulos, amo a mi familia, he viajado por el mundo y he sido testigo de acontecimientos extraordinarios, he conocido el dolor de la pérdida de seres queridos, he tenido muchos y buenos amigos/as, he respetado el pensamiento de mis adversarios, he sido pragmático y coherente en un cóctel de difícil elaboración. A pesar de que la Eudemonología no está exenta de un carácter contradictorio, su resumen es altamente positivo y solo los necios desperdician el privilegio de haber vivido.

 Ulf lo entendería.

Te puede interesar