Opinión

Nuevos esclavos, viejos amos

La dialéctica de Hegel de amo-esclavo ha sido superada (a mi juicio) por la evolución del capitalismo a partir de los procesos de descolonización posteriores a la II Guerra Mundial y ha alcanzado su última etapa con la caída del Muro de Berlín en 1989. La explotación de los trabajadores en los países democráticos se ha modificado sustancialmente en su aspecto formal pero continúa subsistiendo de una forma menos obscena. Derechos, los que hagan falta para el disimulo, pero siempre con un límite, que no se ponga en duda la actual configuración de los extractos de la pirámide de poder. Además está surgiendo con fuerza una nueva forma de explotación donde el esclavo no lo es del amo sino de sí mismo; esta eclosión está condicionada por el consumo y la necesidad de prosperar imitando el “sueño americano”. Globalizado como todo movimiento social, cultural y económico, provocando grandes flujos migratorios que modifican las poblaciones y generan el resurgir de movimientos neofascistas, acéfalos y profundamente violentos.

 La competitividad para alcanzar el éxito comienza ya en los primeros años de la escolarización del individuo, al que se le exige por su entorno, incluido el familiar, que alcance resultados óptimos y superiores al resto de sus compañeros. La felicidad y el triunfo van unidos en una programación donde los valores son meros acompañantes en un camino plagado de dificultades a las que debe de enfrentarse la persona, generando fracaso, frustración y profundos problemas conductuales. La sociedad se está olvidando del legado de antiguos pensadores como Aristóteles, que denunciaba que la pura adquisición de capital es rechazable porque no se preocupa de la vida “buena” sino solamente de la “mera” supervivencia. 

Se está produciendo la consolidación de una sociedad enferma y controlada como no lo ha estado nunca; impregnada de egoísmo y soberbia fruto de la presión del capital y del consumo que, como un monstruo insatisfecho, devora todo lo que se presenta como asequible. Pero esto tiene un coste y el Homo sapiens está sufriendo las consecuencias de su desprecio por la naturaleza, iniciándose el aislamiento del individuo dentro de un entorno hostil y degradante que configura un suicidio colectivo. Cómo si no se pueden explicar los voraces incendios que asolan al planeta, o el cambio climático que altera los equilibrios estacionales destruyendo la vida vegetal con la consiguiente desertización de grandes áreas. En este contexto, cómo se pueden justificar las talas indiscriminadas de bosques con la consiguiente desaparición de ecosistemas esenciales para miles de especies. Cómo no hablar de la contaminación del agua, en todas sus manifestaciones, que conlleva hambre y desolación a cientos de millones de seres humanos, produciéndose éxodos imparables con miles de muertos y conflictos armados para controlar los menguados acuíferos. Son cientos las acciones destructivas que, en nombre de la civilización y el progreso, acaban con la obra milagrosa de la existencia de la Tierra habitable como Edén cósmico. ¿Por qué la sociedad no reacciona ante tan inminente peligro?

Los sectores más reaccionarios siguen defendiendo un neoliberalismo económico, paradójicamente en nombre de la libertad, olvidándose por completo de la estructura de poder y coacción que hay en la proclamación neoliberal, como afirma el filósofo Byung-Chul Han, negándose a admitir las alarmas que la Tierra lleva anunciando desde hace decenios. Esa falsa libertad deja al individuo indefenso ante situaciones críticas, como está pasando en la Comunidad de Madrid, donde el fracaso de las políticas neoliberales incrementa el número de víctimas del coronavirus.

Confío en que los profesionales de Educación se comprometan a fomentar el espíritu crítico en sus discípulos y promuevan la prioridad de los valores en el proceso formativo. Conduciendo la competitividad en el camino de la vida. Que tengan presente que para el capitalismo cruel, el que fracasa es culpable, sin excusa ni expiación, y esto abre el camino a la depresión y a la marginalidad. En la Educación está el futuro de la humanidad, no lo olvidemos. 

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