Opinión

El peso de las urnas

El viejo sonrió, era una sonrisa triste, sin vida; motivada por la sorprendente victoria de Núñez Feijóo. Victoria sin paliativos, contundente por el porcentaje alcanzado en toda Galicia e incuestionable por el número de diputados electos. Podrá gobernar con el único apoyo de su grupo parlamentario, será un gobierno fuerte y no debiera tener justificación alguna el fracaso en la gestión de las urgentes necesidades que demanda la sociedad gallega. La realidad histórica es que con este resultado, Feijóo supera los obtenidos por el viejo león de Villalba y pastor de la derecha española, el inefable Fraga Iribarne.

El viejo cerró los ojos tratando de evaluar los éxitos de Alberto Núñez durante los anteriores periodos de sesiones y su protagonismo como presidente de la Xunta de Galicia. Y, sorpresivamente, su mente quedó en blanco. ¿Éxitos, cuáles?, ¿cómo está la sanidad?, ¿ha mejorado el medio ambiente?, ¿están nuestras rías descontaminadas?, ¿cuántas nuevas empresas se han instalado en Galicia en los últimos años, cuántas han cerrado?, ¿cuál es la situación de la agricultura?, ¿se han cumplido las promesas hechas al sector naval?… Hay un hecho incuestionable, para la mayoría de los gallegos Feijoo trasmite seguridad, seriedad, gestión, moderación y, sobre todo, liderazgo, reconocido y publicitado mediáticamente en todo el territorio nacional (aunque el viejo nunca olvidará la falacia de las sillas y Audi que le permitió ganar por primera vez). Ha demostrado ser un buen vendedor de humo y un ejemplo para toda la derecha española. Sin embargo, para el líder del PP nacional, el “laureado académico” Pablo Casado, la aplastante victoria del candidato Feijóo ha supuesto el evidente fracaso de su estrategia de radicalización y confrontación, motivada por la influencia de la ultraderecha representada por Vox y su protagonismo en los gobiernos autonómicos de los populares. Para los electores, Alberto es un centrista tolerante y Casado es un vergonzante ultra en busca del voto perdido hoy controlado por las mesnadas del “cruzado Abascal”. 

Del naufragio de la oposición solo se salvaba el BNG, liderado por una mujer de fuertes convicciones nacionalistas, pero receptiva a las necesidades del pueblo gallego; su campaña electoral fue impecable en el fondo y en las formas. Trabajadora incansable, ha conseguido la unidad de su partido y la colaboración de toda la organización en la lucha electoral. Ha tenido una trayectoria política coherente y ha sabido conjugar pragmatismo con ideología. El BNG es un ejemplo de que en política cualquier cosa puede suceder y el Ave Fénix es algo más que un ser mitológico.

Una lágrima surgió de un ojo del viejo, la dejó correr mientras confirmaba que el socialismo quedaba lejos de sus expectativas electorales. Ni el fracaso de las Mareas, ni la renovación del líder, ni el entusiasmo del candidato, ni los apoyos de los ministros de la nación habían podido mejorar los resultados de las elecciones anteriores. Los socialistas han hecho una campaña diluida por un coronavirus que los ha confinado en un palacio de falsas esperanzas. El PSdeG fue víctima, una vez más, del cáncer que corroe su organización: los conflictos internos y la influencia de los sectores orgánicos que condicionan la elaboración de las listas al margen del sentir de gran parte de la militancia. Además, ha sido incapaz de proyectar el galleguismo reformador que impulsó Emilio Pérez Touriño.

El viejo, aunque escéptico y moralista, desea que el presidente Feijóo cumpla con sus compromisos electorales y resuelva los graves problemas de Galicia, en beneficio de todos los gallegos. 

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