Opinión

Puñales envenenados

Palabras, frases olvidadas, odio acumulado por ultrajes no resueltos; la mente libera viejos litigios pendientes de sentencia. ¡Culpable! Reo de castigo eterno por las afrentas a los más débiles. El uso pervertido del verbo creador es el mayor crimen cometido por el hombre. La inocencia perdida por el cruel profeta de instinto reptiliano que ha hecho uso de su inmenso poder sobre las víctimas indefensas de tan siniestro juez. Los años transcurridos han borrado las huellas de los crímenes cometidos por los sicarios del mal; los esclavos siguen encadenados con los grilletes de una alienación suicida rindiendo culto al dinero y al poder. 

Los recuerdos brotan desordenadamente y llenan de confusión la belleza de lo vivido. Amores platónicos que aceleraban el corazón del amante frustrado. Imágenes borrosas de una adolescencia reprimida por los apóstoles del miedo. Ideales vituperados por la contaminación del dominio de una ideología transformadora que exige la sumisión absoluta. Los años se convierten en muros infranqueables entre un pasado lleno de ilusiones y un futuro confuso repleto de incertidumbres. Solo los dotados de la fuerza moral y ética que los preserva de la esclavitud del dinero podrán soportar el juicio final que los libere de culpa. Son los justos que hacen vibrar al mundo con sus danzas redentoras.

Un pesimismo atroz se introduce en el pensamiento del milenario anacoreta que camina errante por un mundo en decadencia, sin futuro. Ajado por la virulencia de los hijos del Sol. Sin embargo, surgido de la nada, un rayo de esperanza deja su huella en el horizonte de la Tierra calcinada. Es el grito desgarrador de los luchadores por la libertad y la verdad; son los apóstoles del nuevo mundo, un mundo basado en el amor.

El poeta soñó, se dejó llevar por el hado de la noche que le mostró un mundo mejor, un lugar en el que la infancia se desarrollara con mayor libertad, en el que la creatividad fuera sinónimo de fuerza, donde el espíritu crítico fuera patrimonio de una sociedad justa. Una sociedad donde la mentira fuera desterrada, en la que la palabra y el verbo se conjugaran en la lucha por la igualdad. 

Decía Alfonso Daniel R. Castelao en su magnífica obra “Sempre en Galiza” (pág. 428, Edición as Burgas; ano 1961): “Xa estamos no Mediterráneo, a navegar pol-o charco latino, a noite cerrouse ao redor do barco, e por unha rendixa do noso camarote o vento está susurrando a Negra sombra de Montes, que me sostén en vixilia”. Palabras llenas de “morriña” por la tierra que ama. Nadie de bien puede descalificar a un hombre que quiere a su patria y que lo hace desde la democracia y la dignidad de los que luchan por los derechos de los más humildes. Solo los miserables que buscan la confrontación violenta pueden descalificar e insultar manipulando la historia, mintiendo; las palabras de Javier Ortega Smith son puñales envenenados contra los que defendieron los derechos del pueblo y murieron por ello asesinados o en el exilio. En la página 23 de la misma obra, Castelao dice hablando de la “patrioteiría das dereitas”: “Elas considéranse compridoras da Isabel a Católica porque non leron o seu testamento, que é unionista e non uniformista, e lanzan inxurias e calumnias a eito sobor dos que pensamos n-unha Hespaña verdadeira”. 

Como decía el poeta Chicho Sánchez Ferlosio (en la canción dedicada a Julián Grimau, fusilado por la dictadura franquista en 1963): “Malditos los que viven de la venganza mientras mueren los pueblos por la esperanza”.

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