Opinión

Reichsbürger

La reciente redada policial realizada en Alemania contra un grupo neonazi que pretendía dar un golpe de Estado, derrocando al Gobierno, al que consideran ilegitimo, pone en evidencia que el nazismo no ha sido derrotado en la Segunda Guerra Mundial; ha perdido en el campo de batalla, pero ha germinado en la mente de cientos de miles de seres humanos que siguen abrazando con entusiasmo las ideas nazis. Hitler ha sementado sus genes en aquellos que odian a los otros y luchan por la supremacía de su raza. Actualmente el problema afecta a una ruidosa minoría que gana adeptos en todos los países del orbe, pero afortunadamente creo que todavía no es demasiado tarde para enfrentarse a él, atajando sus áreas de influencia y fortaleciendo el sistema democrático basado en el parlamentarismo y en la ética, buscando la misión de la condición humana. 

Sin embargo, a pesar del peligro que representa el fascismo, estamos asistiendo impávidos al deterioro de las instituciones, que son objetivo de los que pretenden subvertir la democracia e implantar un estado centralizado, regido por un dictador y una clase dirigente con los privilegios de una nueva aristocracia; todo ello sostenido por un movimiento de masas que no duda ante el terror y utiliza la violencia para la consecución de sus fines.

 La reciente detención de la vicepresidenta del Parlamento Europeo, la socialdemócrata griega Eva Kaili, y de su presunto grupo criminal, que vendía favores, previo pago de sustanciosas cantidades de dinero, al régimen catarí, es un ejemplo que refuerza las tesis nacionalsocialistas que agitan la corrupción del sistema parlamentario y su control por grupos financieros y económicos. No debemos olvidar el inmenso poder que han tenido las grandes corporaciones como la Compañía de las Indias Orientales en tiempos de Isabel I de Inglaterra, o la compañía neerlandesa que explotó las riquezas de Indonesia o la más poderosa Compañía de las Indias Orientales que controló los recursos naturales de la península de Indostán en épocas modernas. En la actualidad son diez las compañías que concentran la mayor capitalización del mercado y controlan la acción política. La guerra de Ucrania y la impunidad con la que actúa Rusia abren un interrogante sobre el control que ejercen los trust en el desarrollo de la contienda. Coinciden dos siniestros personajes que actúan al margen de la vida de las víctimas del conflicto: Putin, el malvado ejecutor, y Zelenski, reencarnado en el líder ibérico Caro de Segeda, que inmola a su pueblo como Guzmán el Bueno a su hijo.

El perfil del colaborador ideal para introducir el nazismo en la vida política de los países democráticos lo dio el británico Oswald Mosley, que empezó siendo militante del partido conservador y con 25 años fue el diputado más joven de la Cámara de los Comunes y lugo abandonó esa formación política afiliándose al laborismo, del que fue ministro en el Gabinete de McDonald. Sus simpatías por Hitler y Mussolini le llevaron a crear el partido Union Movement, que propugnaba “la nación europea”, con un Gobierno central que cuidaría la economía y sobre todo limpiaría el continente de las razas inferiores. Los nazis gestionarían las medidas para preservar una Europa pura y poderosa. 

Actualmente muchos creen que el resurgimiento del nacionalsocialismo no representa ningún peligro para los Estados democráticos porque aún pueden defenderse del influjo que ejercen sobre la ciudadanía descontenta de la acción política lastrada por una degradación sistémica de los partidos políticos. Sin embargo la realidad es demoledora, perfiles como el de Mosley se hacen con el poder en Hungría, Italia, Polonia… y lo rozan en naciones tan poderosas como Francia o Países Bajos. En España, el “cordón sanitario” ha sido borrado por un PP que no hace ascos a aliarse con los nostálgicos del franquismo. La mutación clónica de Mosley tiene presuntos candidatos en los viejos izquierdosos que no dudan en aliarse con Vox en defensa de una España fuerte, unida e imperial; si no, que se lo pregunten a Paco Vázquez, a Corcuera, a Rosa Díez o a Leguina… 

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