Opinión

Rodrigo Rato, símbolo de un sistema corrompido

Relata Stefan Zweig en su obra “Momentos estelares de la humanidad” en el capítulo dedicado a la derrota de Napoleón en la batalla de Waterloo, que, cuando los ingleses habían aplastado a las tropas napoleónicas, un hombre, entonces prácticamente desconocido, corre en una calesa hacia Bruselas y desde allí hacia el mar donde le espera un barco. Navega hacia Londres y llega antes que los correos del gobierno. Y, gracias a que aún se desconoce la noticia, consigue hacer saltar la Bolsa. Ese hombre es Rothschild, que con ese golpe funda un imperio económico más sólido que cualquier otro. Desde entonces el poder financiero se impone y controla al poder político, sometiendo a los estados modernos a sus normas que prevalecen por encima del interés general.

Los que pertenecen a la élite financiera se sitúan al margen de cualquier responsabilidad penal e incluso social. Una pléyade de intermediarios se encarga de realizar el trabajo sucio, recibiendo a cambio sustanciosos ingresos de acuerdo con su ubicación en el organigrama del poder. La impunidad jurídica con que actúan teje un manto protector que les permite especular con todos los recursos, incluso los más imprescindibles para la vida de sus congéneres. Pero llegar a pertenecer a esa élite financiera se hace prácticamente imposible; no se admiten advenedizos, solo aquellos que cuentan con elevadas sumas de dinero pueden llegar a pertenecer a tan selecto club, son la auténtica casta mundial que rige los destinos del planeta Tierra.

Rodrigo Rato fue de los eternos aspirantes a entrar en ese círculo exclusivo, le viene de familia; nunca se conformó con el papel de monaguillo del capitalismo. Y en su afán de acumular riqueza cometió errores imperdonables sobre todo en su nefasta gestión de Bankia, donde la repercusión social fue de tal gravedad que la casta financiera decidió que había que inmolarlo en beneficio de la “transparencia del sistema”. El capitalismo más cruel no duda, cuando lo cree necesario, en desprenderse de los lacayos que les han servido cuando estos caen en desgracia. Rato se convierte en la imagen degradada de quién ha tenido un inmenso poder y, cegado por su ambición infinita, ha sido arrojado al vertedero de la putrefacción. No ha importado su gestión a favor de la especulación urbanística, no se ha tenido en cuenta su servilismo mezquino en pro de normativas a favor del capitalismo más neoliberal. Rato había de pagar su osadía por aspirar a lo que creía merecer, pertenecer a la casta financiera y haberse creído inmune al imperio de la Ley.

La amoralidad del sistema económico basado en un consumo ilimitado de los recursos de la Tierra para ser usurpados por una minoría insolidaria y sanguinaria. La falta de ética de aquellos que se enriquecen a costa de la pobreza de la mayoría. La manipulación de las instituciones en beneficio de la casta financiera. El uso del miedo, la mentira, la alienación cultural, la robotización de la juventud, la confrontación violenta entre pueblos y naciones; el exterminio de minorías, la cultura del éxito, la competividad patológica, la falsificación de la historia, la sustitución del erotismo por una pornografía decadente, la creación de un ejército de fieles servidores del sistema. Refleja la falta de escrúpulos de un sistema que ha fracasado como lo han hecho lacayos miserables y patéticos como R.Rato.

Caerán muchos Ratos, Blesas, Bárcenas, Matas, Condes, de la Rosa… hasta que los pueblos exijan justicia social y la profundización en una democracia que necesita encaminarse hacia la liberación del hombre de las ataduras de un sistema que ha fracasado en lo más elemental; el reparto justo de los bienes de la Tierra.

¿Hubiera pasado algo distinto si Napoleón hubiese vencido en Waterloo?; solo cabe una respuesta: ¡solo cambiarían los apellidos!.

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