Opinión

Un mundo perdido

En las largas noches de insomnio suelo dejar volar la imaginación intentando evadirme de una realidad que me produce un malestar difícil de definir. Viajando en el ensueño de un mundo perdido, que fue y se disipó como las nieblas de mi infancia, suelo rememorar las vivencias que en la vieja aldea de Limeres marcaron profundamente mi identidad existencial.

Personajes ignorados, anónimos, con un marcado cariz surrealista, intemporales, hoy fantasmas virtuales de una idealizada cultura donde el conocimiento tenía un acento místico y tenebroso. Viejos protagonistas que entronizaban una naturaleza generosa y cruel en una dicotomía ancestral misteriosamente seductora. La anciana tía Teresa, hermana centenaria de mi tatarabuela, postrada en un tálamo amplio, dotada de una inteligencia excepcional, había aprendido el dominio de la lectura y de la escritura a través del poderío de los mantras, llaves de acceso de los catecúmenos a la divinidad redentora. El tío Francisco, dominado por una silicosis convertida en tuberculosis que lo aislaba como apestado en un clan primitivo. Las Carballas, solteras y hembristas, pertinaces dominadoras del bosque y de nombres singulares: Esclavitud, Honorata, Divina… solo la más joven, Carmen, fue ungida con nombre cristiano. Antonio de Lagarto, José de Dameana, Os Roxos de Juan, As Garridas, As primas, Os da Cancela, Os do Pío, Valentín Peleteiro, el Lavandeira… personajes de un mundo medieval conectado con las Américas, éxodo deseado y necesario. 

El arado romano, la malla en la “eira”, el carro de vacas, los lobos, los caballos salvajes, la siega, la fruta robada, los regueros de agua cristalina, los prados, “os outeiros”, “as ameixeiras”, la cueva del ladrón, San Bernabé, la leche con castañas, “as filloas”, “o lume na lareira”, la hornada de pan con chorizo, las clases de tía Julia, la fuente de las Latas, los bosques de robles… y entre todos ellos destaca la figura del abuelo, envejecido por la cruel enfermedad que atenazaba sus miembros; un mundo mágico, duro y hoy añorado. ¡Cuántos recuerdos! Tierra mítica abandonada y estéril, paraíso perdido y refugio de nostálgicos. 

Han trascurrido miles de años desde un tardío neolítico al siglo de la revolución tecnológica. Cincuenta años eternos; la inteligencia artificial señora de la tierra; perpetuidad egocéntrica al servicio de los poderosos. La alianza inmortal entre el Homo sapiens y la Naturaleza, rota por la ambición desmedida de los nuevos dioses...

Mayorías analfabetas marginadas por una tecnología devoradora de cerebros emergentes. El mundo gira y gira en una dinámica alienante donde los súper hombres se funden en un frío laboratorio en una nueva asociación con la máquina, dueña del futuro y señora del Cosmos. 

 ¡Oh! Vieja aldea, qué cerca estás en la lejanía de un tiempo pasado, un mundo emergente devora los pensamientos de los servidores de la Tierra. El final está escrito, lo que ha de ser será, y el recuerdo de la infancia se desvanecerá como la niebla de un mundo perdido. 

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