Opinión

Vaso vacío

Tras veinte años de colaborador articulista el viejo milenario se preguntó: ¿Por qué escribo y hago público mis pensamientos? ¿Voy, tal vez, buscando la reconciliación con la existencia y la eternidad que da la palabra? Sus dudas le irritaron y una exclamación de contrariedad salió de su garganta: “¡Eso no es otra cosa que una falacia!; la escritura no borra el miedo, ni las heridas que los avatares del tiempo han producido en el alma”, aunque la palabra sea un bálsamo que permite objetivar los terribles acontecimientos que amenazan a la humanidad. No obstante el precio que hay que pagar por clamar por la libertad y la verdad sea la tortura que da la certeza de un próximo cataclismo.

El vetusto articulista era consciente de que nunca pretendió ser portavoz de los hombres y mujeres que claman por el compromiso de toda la humanidad en defensa de la naturaleza herida. Pero desde su humilde compromiso profesional, político y social, siempre trató de aportar un grano de arena en defensa de la libertad y la democracia. Eso le tranquilizaba y le producía una sensación placentera que solo conocen los que aceptan e interiorizan su temporalidad terrenal. 

Las reflexiones y sus efectos negativos son comparables a los producidos por una iatrogenia derivada de un tratamiento inadecuado, pero imprescindible para retrasar el coma de la enfermedad terminal que asola la civilización ¿Qué sucederá cuando el verbo deje de ser carne? El caos reinará en un mundo asolado por las plagas desencadenadas por la madre naturaleza, amenazada por la acción tóxica de unos hijos pervertidos y sedientos de poder. Muchos científicos se equivocaron en sus predicciones e incluso pensadores, como el filósofo Byung-Chul Han, han errado en sus análisis, recordemos su rotunda afirmación: “... el comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no será ni bacterial ni viral, sino neuronal.

El longevo anciano coincidía con Nietzsche cuando este afirmó: “…no se debe responder inmediatamente a un impulso, sino a controlar los instintos que inhiben y ponen término a las cosas…”. El odio y la infamia denotan la incapacidad del hombre de oponer resistencia a un impulso lo cual delata a grupos o individuos de ideología totalitaria; refugio de los marcados por el resentimiento y la xenofobia. Esto, unido al afán de riqueza que determina la sobreexplotación de la naturaleza para garantizar el consumo, crean el origen de los males que asolan a la humanidad. 

 Lo que se ha convertido en un axioma discutido es que solo el amor puede salvar al mundo, pero este ha sido alterado por una pornografía absoluta y devoradora de afectos, llegando a convertirse en el instrumento más letal de la bestia. 

Un vaso estaba sobre su mesa y el líquido elemento ocupaba un porcentaje indefinido de su contenido; miró hacia él y sus labios esbozaron una leve sonrisa. Recordó que sus hijos tenían hermosos proyectos de futuro y que mantenían la ilusión de vivir intensamente cada momento. Todos compartían el deseo de luchar por la felicidad y para ello habían interiorizado los valores y afectos que han permitido a la humanidad alcanzar un nivel de derechos inimaginable en tiempos pasados. Los retos son muchos, el presente adverso, el miedo y la mentira adueñándose de los corazones; pero la ilusión y la esperanza también prenden en el espíritu de los pueblos. Comprendió que sus hijos no eran los únicos que se movilizaban (aunque la masa crítica es aún minoritaria) por algo más que la ilusión de un mundo mejor. El vaso no estaba vacío, todavía podía saciar la sed de millones de seres humanos. 

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