Opinión

Viajar al infierno con erudito

La imaginación es el gran vehículo que permite, a coste cero, viajar por el mundo y elegir los compañeros de viaje. El billete está a disposición de cualquiera que esté dispuesto a leer e identificarse con los signos que tienen la clave de fabulosas aventuras. La instrucción es el aprendizaje e interpretación de esos signos. La cultura es el poso que nos queda después de haber olvidado lo que hemos aprendido, pero que hemos interiorizado y forma parte de nuestra identidad, es un elemento más de la epigenética que cimenta la personalidad del individuo. 

 Todos los que leen nunca están solos, los espíritus de los creadores acompañan eternamente a los que han comprendido la palabra: “… la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Por eso cuando se viaja por el mundo onírico es muy importante elegir el compañero/a que haga de guía. De no ser así, la aventura puede convertirse en una pesadilla. El viejo milenario había elegido bien a su compañero de viaje, Vicente Blasco Ibáñez, experimentado viajante y ameno contertulio. 

Su objetivo era llegar al Padre Ganges y observar los ritos que acompañan a los muertos; para ello se dirigieron a Benarés, la metrópoli indostánica de las religiones. En su origen, la ciudad se llamaba Kaci, donde dos escuelas rivales, la de los brahmanes y la de los suastikas (origen de la esvástica) disputaban su dominio. Los brahmanes predicaban la superioridad del espíritu sobre la materia, mientras los suastikas no admitían la inmortalidad del alma. Un tercer pensamiento surgió con fuerza impulsado por el joven Gautama, el Buda, que empezó a predicar al pie de un árbol (“Sermón bajo el árbol”) proclamando la igualdad de los seres humanos. También afirmó que la existencia es una prueba impuesta al alma inmortal, para conquistar una vida infinita por medio del amor al prójimo. El sincretismo de otras religiones incorporó sus enseñanzas a su dogma y así el cristianismo tiene analogías que hacen crecer la hipótesis, nunca demostrada, de un Jesús peregrino en Benarés. 

Después de visitar la ciudad, se dirigieron al río sagrado y a medida que se iban acercando percibían el olor sudoroso de la muchedumbre que aún no se había bañado, un olor que se mezcla con el de miles de ramos de flores que inundan el camino. Alquilaron una barca y se desplazaron por el río. Al poco tiempo vieron una nube fuliginosa y un intenso olor a grasa que anunciaba el gran crematorio donde los ricos pueden pagar los gastos de su funeral ardiendo con fuego intenso, mientras que los más pobres apenas llegan a consumirse por falta de leña. Hombres negros de hollín derraman cazos de aceite para mantener vivo el fuego purificador, mientras otros golpean los cadáveres para acelerar su total cremación. La autoridad británica prohibió la cruel costumbre de que la viuda se quemase viva en la pira del esposo y tal decisión tuvo como respuesta el repudio social y familiar de las mujeres viudas, pues quedaban condenadas al más feroz ostracismo, por lo que no es de extrañar que muchas de ellas organizaran la ceremonia de su inmolación clandestinamente, lo cual demuestra el arraigo de las costumbres por muy crueles que sean. Lo más sorprendente fue sin embargo que los cadáveres de los más santos y de los niños tienen otro destino: son arrojados solemnemente al río donde cientos de caimanes esperan ansiosos los cuerpos santos para darse un festín de carne humana en una imagen tan horripilante como la del perro costroso que ante sus ojos roe un costillaje humano arrebatado al río sagrado.

Un sopor domina el intelecto del anciano milenario; es la vuelta a la realidad del año 2021. Ahora mismo miles de seres humanos siguen muriendo a pesar del esfuerzo titánico del personal sanitario; fallecen lejos de sus seres queridos, abatidos por un virus letal que ofrece al fuego purificador los cuerpos de sus víctimas. Sus cenizas no serán arrojadas al Ganges, ni sus restos serán alimento de perros sarnosos. Serán inhumados en la intimidad, casi clandestina, de quienes les amaron. Pero en realidad todos son muertos. 

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