Opinión

Las mociones de censura las carga el diablo

En España, las mociones de censura las carga el diablo. Los requerimientos para presentarla son tan mínimos, seguramente pensados para un arco parlamentario bipartidista y no atomizado como el actual, que cada vez más formaciones pueden lanzarse a la aventura a mayor gloria de sus siglas aunque sepa a ciencia cierta que la opción de que salga adelante es aritméticamente imposible. De ahí el escaso éxito de las presentadas hasta hoy, una historia de fracasos que se confirmará este jueves y en la que el triunfo de la presentada por Sánchez contra Rajoy en 2018 quedará aún como la excepción que confirma la regla.

La que se debate ahora en el Congreso sigue esa senda. Vox, a través del diputado Ignacio Garriga, que ha mostrado una oratoria propia de la declamación de un alumno en la fiesta de fin de curso, y su candidato, Santiago Abascal, han logrado protagonizar un extenso mitin en la Carrera de San Jerónimo, un entretenimiento que pagamos a escote todos los ciudadanos, en el que han repetido todos los mantras de su precario argumentario: el gobierno de Sánchez es ilegítimo, el peor que ha tenido España desde don Pelayo. Y no sólo es la encarnación de todas las incompetencias ejecutivas, sino además un gobierno "traidor y criminal" sustentado por una especie de mafia en la que confluyen etarras asesinos, separatistas y formaciones antisistema que lo único que quieren es destruir España.

Seguramente, tras el debate de su propuesta, Vox venderá su previsible derrota y su soledad como un triunfo rotundo de su patriótica valentía, olvidando lo que es una moción de censura. Porque esta herramienta constitucional tiene un nombre engañoso. En realidad, lo que se dilucida no es sólo la censura a quien gobierna, cosa que se discute cada miércoles en las encendidas sesiones de control, sino que se debate si quien la presenta merece o no ser presidente del Gobierno.

Si la opción sale adelante, el triunfo de quien la propone es innegable. Y siempre legítimo, por cierto. Pero si sale derrotada, la moción se vuelve contra quien la presenta como un bumerán. Y si quien la promueve se empeña además en presentar al rival que pretende desalojar no como un Churchill, sino como un insolvente acumulador de carencias y causa de todos los males imaginables que azotan al país, debería mirarse al espejo después para ser consciente del grado de su propia incompetencia cuando los representantes de la soberana voluntad ciudadana prefieren que siga el otro.

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