Opinión

Recordando tiempos

El 6 de agosto de 1945, los norteamericanos lanzaron la primera bomba atómica en la historia sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. El día 9 del mismo mes, repitieron el ataque atómico sobre Nagasaki. 

El Japón imperial, ahora solo, con la Alemania nazi y el fascismo mussoliniano derrotados con los que había formado el famoso Eje, se encontraba a merced del odiado y todopoderoso enemigo norteamericano.

Ante ese adversario, cuyo poder apocalíptico de destrucción estaba demostrado, el orgulloso imperio del “Sol Naciente” hubo de firmar su rendición incondicional. El emperador nipón -venerado por sus súbditos como un Dios- inclinó su augusta cabeza ante el general Mac-Artur.

De no ser por el poder infernal atómico, Japón jamás se rendiría.

Nota: Aquellas bombas atómicas dicen que son poco menos que juguetes ante el poder de aniquilación de las actuales.

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