Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "Los amantes de Callao" y "El que roba a un ladrón"

Los amantes de Callao

Querido compadre Itxu:

¡Qué acontecimiento! Andaba yo paseando por la Gran Vía esta semana cuando, de pronto, tropecé con una aglomeración de viandantes, parados en la Plaza de Callao, con la mirada levantada y murmurando entre ellos. Como buen español, hice lo que se esperaba de mí, me sumé al grupo, intentando averiguar qué miraba el gentío con tanto interés. Como me pareció que dirigían la vista hacia las nubes, me dio por pensar que estaban observando la imparable subida de precios de la cesta de la compra, el irrefrenable ascenso de la inflación o la nueva subida de impuestos con la que el Gobierno pretende sostener esa estafa piramidal llamada sistema de pensiones. Pero no, querido compadre, el foco de atención estaba puesto en la ventana de un hotel, a través de la cual se observaban dos siluetas humanas practicando la coyunda, o dicho de modo más coloquial: echando un casquete. Ella, apoyada sobre una mesa y él, desde posiciones de retaguardia, acometiendo la labor a un ritmo similar al del final de El bolero de Ravel. Lo hacían con la luz encendida, proyectando sus figuras en el cristal translúcido, como sombras chinescas en Callao, donde nadie permanecía “callao”. Desde la calle, el momento “perrito callejero” fue inmortalizado por cientos de teléfonos móviles que inmediatamente subieron el vídeo a sus redes sociales. Si la cita erótica era clandestina, ya no, pues se ha convertido en el encuentro púbico más público de la historia.

El populacho, enfervorecido, jaleaba a la pareja entre risas y gritos de “dale, dale”, “vamos campeón” y otros chascarrillos tan ocurrentes como imposibles de reproducir aquí, mientras los amantes, ajenos a lo que acontecía en los exteriores, permanecían concentrados en los interiores. La aglomeración callejera creció de tal modo que acabó invadiendo la calzada, y por calzada me refiero a la vía por la que circulan los coches. Los conductores se sumaron desde sus vehículos al coro de espectadores excitados, la Policía Municipal no daba crédito y mi cajero automático, tampoco. Y mientras, en la ventana, las mejores escenas de la película El sexo sentido, dirigida por Francis Ford Copula.

Para que luego digan que no funcionan los trenes de Cercanías en Madrid. No había más que verlos, haciendo el trenecito con tanta cercanía que los dos cuerpos parecían uno solo. Viene a cuento este asunto porque los usuarios de este transporte se enfrentan diariamente a la tarea de ir a sus trabajos como el que hace una gymkhana. Averías, retrasos y todo tipo de incidentes han transformado los itinerarios de horas punta en horas putas, en opinión de los pasajeros. Según los sindicatos, carecen de repuestos para reparar las locomotoras y sufren una carencia de personal cifrada en 400 profesionales. Ya ves, compadre, Renfe avanza en La Meca y se para en la ceca. Y aun así, debemos estar agradecidos de que al menos, en esta Comunidad, los trenes quepan en los túneles.

A partir de ahora, a aquellos que acuden cada día a trabajar a la capital en Cercanías les cabe la motivación de llegar a su destino, tras la aventura ferroviaria, y alzar la vista en busca de esa pareja desconocida, los amantes de Callao. Puede incluso que se convierta en motivo de interés turístico, ahora que en Madrid se busca un monumento representativo como tienen otras ciudades. Hay quien opina que, como París tiene la Torre Eiffel y Londres el Big Ben, la villa y corte precisa un icono similar. En ese caso, la ventana indiscreta del coito desconocido puede ser una alternativa. Estamos en España y aquí todo es posible, aquellos polvos y estos lodos.

El que roba a un ladrón

Querido compadre Quero:

Últimamente en Madrid pasan cosas extraordinarias, en el sentido de que no son ordinarias, o en el caso de tu relato sí lo son, pero ya me entiendes. Yo tenía pensado hablarte de la oleada de robos en garajes en Orense, que se suma a las que se están produciendo en coches y comercios por toda Galicia, y quizá en toda España, a juzgar por las cifras que Interior publicó el viernes sobre criminalidad, correspondientes al 2022, pero con una clara tendencia al alza. Andaba meditando hablarte de eso, cuando he tenido conocimiento de lo ocurrido en tu ciudad en las horas previas al último partido de Champions, algo que me ha llenado de bochorno tan pronto como ha asomado la sombra de una primera sospecha.

La noche antes del partido, cerca de Callao, dos hooligans del Liverpool entraron en una discoteca e invitaron a 990 copas de champán a la mayoría de las chicas presentes –imagino que negaron la invitación a las más feas o a las que iban con maromo al lado-, aduciendo al viento que eran “millonarios”, y trataron de fugarse dejando un pufo de 2.200 euros, momento que la policía aprovechó para cortarles la fiesta de golpe y porrazo.

Conociendo tu historial en tal modus operandi, que el sinpa de Quero es hit en el todo Madrid, me he puesto en contacto con amigos comunes para saciar mi sed de información privilegiada, y he recibido con estupor el rumor de que te vieron vagando por el centro de la ciudad la noche de autos, ataviado con varias docenas de banderas los reds. De lo ocurrido, no sé si me inquieta más que hayas podido protagonizar el mayor sinpa de la década en la capital, tu golpe definitivo, o que seas capaz de traicionar el madridismo que nos une y hermana por un plato de lentejas, de lentejas con champán francés.

Visto lo visto, ahora me queda investigar si has tenido algo que ver con la quiebra del Silicon Valley Bank, no sea que me aparezcas en algún congreso tecnológico de gafapastas en Santa Clara, California, con tu jersey de cuello alto a lo Mark Zuckerberg, pontificando sobre las bondades de la inteligencia artificial, que todos sabemos que tus tres pasiones en este mundo son la morcilla, el fútbol, y la semiótica de los algoritmos de machine learning, y llevándote de cena después a los responsables financieros de la ciudad a algún reservado de lujo. 

Sé que siempre respondes a estas acusaciones con el descargo de que se trata de una leyenda urbana, si bien conmigo no has de fingir, porque he sido testigo de tu habilidad para pasear por los pubs el mismo billete de veinte euros un centenar de veces, esperando cual comadreja parturienta a que otro se adelante y abone la cuenta, y logrando siempre salir indemne con tu papelito azul sano y salvo.

Es cierto que el trinque y la picaresca en España ya no son noticia, que al ver a diputados en paños menores y en circunstancias, digamos, confusas, por ser elegante, tampoco se ha armado mucho revuelo. Tan de puntillas –con ene- se ha pasado sobre el asunto del Tito Berni que el Gobierno ya ha encontrado la manera de insinuar que toda la culpa es de la Guardia Civil y a otra cosa.

A propósito. Me dicen mis espías que no hace mucho pagaste una abultada cuenta en un restaurante de esos de buen comer y mejor beber, y que lo hiciste por tu propio pie sin que nadie te estuviera apuntando a la entrepierna con una pistola, y ahora tienes en vilo a los comensales, los de tu equipo de la radio, pensando en cuál será tu venganza, o acaso cómo fue tu treta, tu plan oculto para salir ganando en el lance. 

Como en otras ocasiones, mi consejo no es que abandones estas prácticas, si no que, por el amor de Dios, la próxima vez, avisa: ¡que digo yo que de 990 copas de champán me podías haber reservado algunas a mí! 

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