Opinión

Cosas que aprendí cruzando un bosque

Reptando por la jungla, creo que me ha picado una mariposa. Dicen los expertos que las mariposas no pican, pero esta llevaba un alfiler. Tal vez de disponía a hacerse el harakiri para terminar en uno de esos murales llenos de mariposas disecadas clavadas con alfileres. A ras de suelo, matorrales por todas partes, avanzo clavando los codos como en un película del ejército americano. La cara llena de tierra. El espíritu, tomado por Félix Rodríguez de la Fuente. Las rapaces contornean sus alas y bajan de cuando en cuando a picotear un ratoncito, al que el juego no le hace ninguna gracia. Los ratones son así. Incapaces de comprender las pirámide alimenticia de los depredadores. 

Del río se escapa alguna libélula, que tiene un parecido terrorífico con los helicópteros que ha soltado por el cielo la DGT. Y está todo lleno de jilgueros, cada vez hay más. Su canto es el más bonito de todo el bosque. Las arboledas de esta provincia vestirían de otra forma, mucho menos brillante, sin sus formas escuetas, y sus colores rojos, blancos, negros, amarillos y marrones. El jilguero es el único bicho que porta entre sus plumas los grandes colores de la naturaleza. De algún modo, el paisaje rural ourensano podría pintarse con la paleta de tonos de un jilguero, que no con un jilguero, que los jilgueros no pintan.

PARQUE NATURAL

Mi concepto de estos lugares era algo diferente antes de visitar, de adolescente -ayer-, el Invernadeiro. Seis mil hectáreas de naturaleza salvaje, en donde la única huella humana son esos vallados que te impiden acercarte a donde no debes. Pasar varias noches en el corazón del parque natural me hizo desarrollar un cierto miedo a convivir tan íntimamente con los animales. No en vano, en el Invernadeiro, en un verano extraño y caluroso, pude ver actuar a los lobos, vi cruzar los matorrales a un grupo de jabalíes que parecían haber visto a Obélix en persona, y tuve también ocasión de ver de cerca los bigotes de una nutria, hecho que cambio para siempre mi concepto estereotipado sobre los bigotes de nutria. 

Siguiendo las indicaciones de un viejo amigo, al que cualquier contacto con la razón le producía sarpullidos, nos levantamos una madrugada a eso de las cuatro, para embutirnos en ropajes de camuflaje y acercarnos al lado prohibido del parque a contemplar el despertar de la naturaleza, y en particular, el silencioso y discreto despertar de las bestias. La experiencia, sin duda enriquecedora para mis conocimientos biológicos, resultó desastrosa para todo lo demás. En primer lugar, mi concepto de lo divertido que resulta trasgredir las fronteras de lo prohibido se diluye velozmente cuando el veto circunda un pedazo de campo con bichos. Quiero decir que, de estudiante, no es lo mismo entrar fumando en la sala de profesores con el cigarrillo oculto en el bolsillo, que subirse a una palmera para ver a un mono rascándose el coco. Y en segundo lugar, ocurre que a las cinco de la mañana y sin café, lo único que alguien en su sano juicio puede desear es volverse a la cama, no rodearse de arbustos como en un comic del Pato Donald, para cruzar la jungla en busca de los animales más huidizos de la reserva. Como sea, lo hicimos y fue emocionante. Supongo. A mi aún me duele todo por ese madrugón, que se vio tímidamente recompensado al ver de cerca a un gamo joven bebiendo en el arroyo. Fue una estampa tan bella que todavía me hace llorar. 

BICHOS COMEN BICHOS

Lo más espectacular de la naturaleza es, sí, su naturalidad. Al campo le sobra todo artificio, del mismo modo que los grandes depredadores no se andan con reparos a la hora de comerse a sus víctimas; algo impensable en esta sociedad buenista, cuyos más altos conceptos sobre biología han sido dictados por la factoría Disney, que es un mundo mágico en el que los elefantes se balancean sobre la tela de una araña, los leones son bastante intelectuales y reflexivos, y los peces tienen un gran sentido del humor capaz de traspasar fronteras biológicas, haciendo reír a otras especies. 

Uno de las circunstancias que hacen tan singulares a las reservas naturales de esta provincia es que a los grandes depredadores todavía se les deja depredar a gusto. Nadie les dicen dónde tienen que morder y eso nos deja unos documentales de La 2 que congelan la sangre y que, sin duda, se convertirían en un éxito de audiencia inmediato si alguien se decidiera a emitirlos. 

LOS ÁRBOLES

Mi admirado Navarro, que ilustra cada día esta página con gran arte, se volvería loco si pudiera sentarse una tarde frente a los bosques del Invernadeiro. Quizá en ningún lugar he visto tan inmensa colección de verdes, de especies de arbolitos, de bosques aislados con toda su personalidad concentrada en golpe de vista. Feliz estaría mi amigo el pintor al ver los bosques de abedul, con sus piernas desnudas y blancas, y esas sombras tan particulares y frescas, que son pura primavera. Tiene sin embargo el Invernadeiro muchísimo bosque bajo, muchos mundos oníricos perdidos en sus matorrales, por eso el momento ideal para ir es la niñez, porque todo te parecerá inmenso e inalcanzable. 

ACADÉMICOS

Enemigos del romanticismo de los montes, se expanden por todas partes en esta época del año y van armados con cuadernos de notas. Saben demasiado. Son estudiosos de la cosa ecológica y natural y son fundamentales para entender cómo conservar mejor estos tesoros. Y sin embargo, resultan pintorescos bolardos en un paraje tan natural y salvaje como el de las junglas de esta provincia, en donde las cataratas son duchas de elefantes, y en donde la mayor parte de las picaduras a partir de las doce de la noche duelen una barbaridad. 
Los encargados de conservar la fauna y la flora de esta bella tierra no han dado aún con la fórmula para conservar los bichos bonitos e inofensivos y pulirse los que dan grima, los que tienen demasiado pelo, los que muerden, los urticantes, y los que pican. Todo llegará, espero. Confío en el trabajo de los académicos, que también están sometidos a estos terribles picores.

INCENDIARIOS

Cuenta Galicia con una buena colección de tontos, pero tontos de verdad, tontos todo el día y también por la noche, tontos esféricos, los mires por donde los mires, tontos del bote, y tontolabas comunes. Son los que encuentran razones en sus calcinados cerebros para prenderle fuego a toda esta belleza. Un buen día, los corzos sabrán prender fuego, y quizá veremos a los pirómanos cruzar la ciudad en llamas. Será divertido intentar apagarlos con gasolina.

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