Opinión

Crónica de una juerga anunciada

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He dado una fiesta en casa y no ha muerto nadie. O eso parece. Tendré que revisar el descansillo de la escalera, por si queda algún exministro durmiendo, que son los peores. He invitado también a toda la aristocracia ourensana y la concurrencia me ha obligado a expandir la fiesta a las escaleras, para regocijo de los vecinos, que han podido aprovecharse del alocado circuito emprendido por las gambas con gabardina, que es un plato muy poco veraniego. Lo suyo sería servirlas en bikini, pero no he encontrado la receta. 

He pedido a la gente que venga de etiqueta y he prohibido a los invitados entrar con caballo, para evitar esos polos cuyo bordado de marca ha ido creciendo en la última década de un milimétrico trazo a ese inmenso equino que se apodera de la totalidad del usuario y que, muy probablemente, se ha comido previamente el resto del polo. Todos han respondido con elegancia. De ellas no esperábamos otra cosa. No ha sido necesario darles indicaciones, que es de pésimo gusto decirle a una chica cómo debe ir vestida a la fiesta. En tal caso, será la fiesta la que ha de vestirse en función de la chica. 

EL MENÚ

Para la ocasión he decidido preparar platos de la tierra. Así, he servido como aperitivo un sushi que ha resultado bastante desconcertante, especialmente en su sabor intenso a mortadela. De hecho, era mortadela. Más extrañeza ha causado aún el ceviche, al que, para mayor confusión geográfica, he añadido el apellido “de O Barco”. Y el detalle de servir la trucha viva fue un golpe definitivo e inolvidable que todos los presentes agradecieron intentando matar al anfitrión. Éste, no obstante, ha logrado zafarse, sirviendo velozmente una larga ronda de vinos de la Ribeira Sacra para calmar las ansiedades enrojecidas de los convidados. 

El cuarto plato lo he servido vacío, diciendo que se trataba de merluza conceptual. Todo el mundo ha puesto cara de asco, menos los políticos que, acostumbrados a este tipo de gilipolleces contemporáneas, han aplaudido el gesto exaltando el extraordinario punto de la merluza. Y no es mentira. El punto de la merluza ha sido de lo más extraordinario. 
Ya en los postres hemos servido caldo gallego caramelizado. Un plato que he elaborado con cuidado, para evitar que pierda su histórica identidad nacional; y al tiempo, para lograr ese punto dulce que se hace inconfundible en toda cosa que caramelices de la forma más irresponsable posible. Las caras de espanto no han tardado en llegar. Muy pronto, varios se han ofrecido a tomar el mando de los fogones en mitad del banquete. Éxito. Lo he escrito en “Aprende a cocinar mal”: la cocina es el arte de conseguir que otro cocine por ti. 

EL PREGÓN

En verano, una fiesta sin pregón no es una fiesta. Dado el carácter eminentemente festivo del encuentro en mi casa, yo mismo he pronunciado tan esperado discurso, toda vez que los asistentes ya estaban lo bastante caldeados gracias al mágico conjuro del Ribeiro. El texto, muy directo, ha comenzado con el saludo a todas las autoridades y, por no extenderme más, ha concluido ahí, cerca de media hora después; que teníamos más coches oficiales en el portal de casa que en la boda de una infanta. 

AMISTADES, ENEMISTADES, BODAS

Como todo encuentro nocturno, la fiesta ha sido un momento propicio para las relaciones sociales. Al intercambio anodino de tarjetas le han seguido las promesas de amor eterno, cuatro declaraciones de matrimonio entre tipos que se habían conocido en el primer plato, y varias peleas que, sin duda, han resultado lo más vistoso. Pocos puñetazos más teatrales que el que se da en la cabecera de una mesa, lanzando al agredido en la dirección que llevan las rayas del mantel. Es de buen gusto que los comensales que le tengan manía al agredido, o bien que simplemente no lo conozcan, aprovechen su paso arrollador sobre la mesa para propinarle golpes en la cabeza con la cuchara. Ilegal, en cambio, lo que hacen algunos: aprovechar el verse en suerte con el cucharón del caldo en la mano, para atizarle en los dientes. Dejar sin la piñata a un convidado quiebra las normas de buenas maneras de las peleas que pueden llegar a celebrarse en un banquete, al menos en un banquete en mi casa, donde la buena educación resulta requisito imprescindible para no formar parte de la comida que se sirve durante la cena.

ESE CARLINHOS 

Para festejar la llegada de Carlinhos Brown a Galicia, y en honor a su maravillosa música, hemos puesto un disco de Los Suaves a todo volumen; mientras, hemos prendido una falla con su figura, plumas en la cabeza incluídas, emulando los estallidos de sus conocidos y hábiles golpes de percusión, tan simpáticos y reconocibles en todo el vecindario. Los asistentes no han dejado de corear el “Dolores se llamaba Brown”, cima de la historia de la samba ourensana.
 

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