Opinión

Una defensa razonada del chorizo

Como soy más clásico que la raya del peinado de Frank Capra, echo en falta los bollos preñados en los mítines. Para mí no hay mitin bueno sin chorizo, y ahora con la murga esa de la corrupción, nadie se atreve a sacar las delicias porcinas. Los bocadillos los hacen de mortadela, que carece de toda connotación penitenciaria, o de tortilla, que tiene huevos, o de queso, que es la leche. Pero a todos ellos les sobra colesterol y les falta rock and roll. No vamos a los mítines a escuchar nada. Vamos a por el bocadillo. 

Es cierto que el chorizo no es del todo saludable. Supongo que si lo miras con un microscopio, encontrarás un montón de colesterol pasando a cuchillo uno a uno a tus glóbulos rojos, pero solo un idiota pondría una rodaja de chorizo bajo un aparato que te permite meterte dentro de ella, cuando de lo que se trata es de que ella acabe dentro de ti. 

Fraga convirtió los mítines en romerías. Gaiteiros, empanada y vino. Esa comunión popular ha quedado para la posteridad, trascendiendo toda política y ubicándose en el difuso edén del festín gastronómico; a fin de cuentas, mucho más importante que los impuestos o el desempleo. Si los partidos quieren parecerse a Galicia tanto como dicen, han de pasar por el aro de la feria campestre, las mesas corridas, la empanada, y los litros de vino a media tarde. En cuanto a los gaiteiros, tal vez dos son multitud. 

Como sea, en domingo, un candidato sin la nariz roja, sin bollos preñados, y sin la lengua resbaladiza, es un candidato muy poco fiable. 

Winston Churchill habría sido feliz haciendo campaña en Galicia. Al político británico, de perpetuos mofletes sonrojados, le espetó la socialista Bessie Braddock, con toda la amargura que la mala fortuna había reservado a su rostro: “Winston, tú estás borracho. Es más, estás asquerosamente borracho”. Y Churchill replicó al instante: “Bessie, querida, tú eres fea. Es más, eres asquerosamente fea. Pero mañana yo estaré sobrio y tú seguirás siendo fea”. De haber tenido a mano un bollo preñado, a continuación, le habría propinado un buen bocado con naturalidad.

Cierto es que Churchill no era fácil en el uno contra uno. Nancy Astor había sido la primera mujer en ocupar escaño en la Cámara. En uno de sus habituales enfrentamientos, el viejo líder británico sacó de quicio a la política conservadora. Y Astor le chilló: “Winston, si usted fuera mi marido, creo que le pondría veneno en el café”. Pero Churchill podía haber nacido en Triana. “Nancy”, respondió con calma, “si usted fuera mi mujer, me lo bebería”. 

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