Aoche, con esa ensalada de tediosos datos, lo único realmente interesante de la primera hora de debate fue la rubia del anuncio de Nestea. En la segunda hora también salió Nemo. Y en ambas se nos aparecieron los fantasmas de Bertín Osborne y José Luis Moreno; quizá sean ellos la España real. Algo bueno hemos sa- cado: las parejas de baile están a punto de caramelo para las elecciones. Nos sobra campaña y nos falta urna.
Hay algo familiar en ese martilleo de propuestas que volvimos a escuchar, como si los niños de San Ildefonso hubieran poseído nuestros televisores. Los candidatos habían pactado no hacerse daño y el debate terminó siendo algo extremadamente cuidadoso, en donde incluso los mordiscos han resultado como los que algunos animales propinan a sus crías para trasladarlas a la madriguera. Los golpes de ayer entre Sánchez e Iglesias pasarán a la historia como la disputa pública de dos novios adolescentes: solo así se entiende que Iglesias haya forzado tanto el sobreactuado “no soy tu adversario, Pedro” con el que la audiencia lloró a moco tendido de purita emoción.
Rivera y Rajoy se enfrentaron, pero menos. El de Ciudadanos estuvo más rápido elogiando logros del PP, mientras que el presidente perdió naturalidad cuando intentó atizarle a Rivera, sin lograr siquiera reproducir correctamente una cita del programa de Évole –a la segunda lo consiguió pero ya no venía a cuento-. La solvencia del cargo le permitió al del PP templar el ánimo y pintar un país de color en un debate lleno de grises, y la moderación exhibida por Pablo Iglesias resultó tan creíble como su corbata. Rivera sigue vivo después de todo, una vez más, pero el del PSOE fue el gran triunfador: Pedro Sánchez tiene todo el pasado por delante.