Opinión

El hombre que ni limpia ni mancha

No es que España no quiera cambiar. Es que no quiere cambiar a peor. No quiere ser Venezuela. Y lo de ser Grecia resulta ya tan seductor como una colonoscopia. Eso es todo lo que puede deducirse del pulso electoral librado anoche. La victoria es del centro-derecha. Y en las urnas, ese centro-derecha ha resultado, a la hora de la verdad, ser Mariano Rajoy, en detrimento de Ciudadanos, que ha acusado la estrategia de los populares de apelar al voto útil. Es cierto que Albert Rivera cae muy bien a los votantes del PP. Por momentos, mejor que el propio Rajoy. Pero también es cierto que le persigue el mismo mal que hizo a Adolfo Suárez exclamar aquello de “no me queráis tanto y votadme más”. No será fácil para el PP formar gobierno, pero ahora será más fácil que ayer. 

Bella paradoja la que se oculta tras el eslogan de los populares. Los españoles no han votado a favor, sino en contra. Ante la amenaza de una gran coalición de socialistas y comunistas, de la que se han desmarcado históricos líderes de la derecha y de la izquierda -desde Felipe González hasta José María Aznar-, los electores han entregado su voto a un PP que quizá ya no entusiasma como ayer, pero tampoco molesta. Después de todo, casi ocho millones de españoles no ven tan grave que el ministro de Interior zascandilee para ensuciar la imagen de un político catalán, si ese político es un enemigo declarado de la misma nación española que el ministro representa tanto como los citados ocho millones. Los mismos que creen que, a fin de cuentas, Rajoy responde mejor que nunca a la vieja acusación que un día le hizo José María García: “De acuerdo, Mariano: pasas por los sitios y no manchas; pero pasas por los sitios y no limpias”. 

Detrás de cada voto al centro-derecha -esto incluye a Ciudadanos- han estado en juego las libertades más básicas, ante la amenaza de un gobierno al estilo bolivariano capitaneado por Podemos. Y si acaso alguien considera excesivo decir que España ha votado contra, es preciso admitir al menos que lo ha hecho en defensa propia. 

Al borde del abismo, de pronto, una mayoría de españoles se ha abrazado al bipartidismo, que estaba muerto, pero menos, en detrimento de los partidos emergentes, que estaban vivos, pero menos. Al fin, el español medio se está volviendo casi tan predecible y aburrido como el propio Rajoy; para bien y para mal. Que a veces es mejor que quien tiene que decidir sobre tus impuestos no tenga la sangre demasiado caliente. A todo tiempo le corresponde un presidente a la altura, pero algunos tiempos se conforman con uno que esté a la bajura. Y con todo, si Rajoy logra pegar los trozos de la España dividida y arruinada que dejó Zapatero, nos veremos obligados a reconsiderar la evaluación de sus vaguedades, de sus tiempos, y en síntesis, de su anodina forma de hacer política. Lo escribo mientras lo imagino sonriendo y fumándose la faria de las grandes ocasiones en su despacho de Génova, mientras una docena de sociólogos se ahorcan en silencio con los sondeos entre los dientes. Ninguno de ellos parece apellidarse Arriola. Una vez más.

Y hablando de supervivientes, es imposible no pensar en Pedro Sánchez, ese hombre que, aún empujando al PSOE al peor resultado de su historia por segunda vez en menos de un año, sigue flotando en un extraño magma de buen rollito interno. Cuestionado o no su liderazgo, tal vez sea hora de que el PSOE se ponga a favor de la corriente nacional y facilite grandes acuerdos en beneficio de todos los españoles, en una ecuación en la que la presencia de Ciudadanos será inexcusable. Son las empresas, los parados, los trabajadores, los autónomos, y las familias. Los jóvenes y los jubilados. Esos son los votantes. No hay marcianos metiendo votos en las urnas.

Así, los problemas primarios de los ciudadanos están lejos de estridentes peleas ideológicas, y cerca de la estabilidad, de la confianza, y de las cuentas a fin de mes, por grosero que parezca admitirlo.  Quizá lo que la izquierda radical llamaba "la gente", en contraposición a "la casta", prefiere ser un poco más casta y un poco menos gente, si eso les permite ser más libres.

Por eso en la confrontación entre revolución y estabilidad, una amplia mayoría ha optado por no complicarse la vida, y dar la espalda a quienes querían asaltar a la fuerza el cielo, que de momento deberán conformarse con la capilla de la Complutense. A propósito, ahora sí que se han quedado en bolas. Y los trajes los hace un tal Rajoy. 

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