Opinión

Una larga jornada buscándome por ahí

34_itxu_result

Hay una suerte de soledad que es temible, que es esa en la que te encuentras contigo mismo, y te das un susto de muerte, porque no esperabas encontrarte con un idiota ahí, frente a frente, sin avisar ni nada. Y te miras y te ves y es un lío. Y te cuentas las canas y te rascas la barba, y te preguntas dónde habrás estado todo este tiempo, que quizá no te veías desde ayer, y eso es una eternidad para toparte con tu propia mirada perdida y decirte qué tal, cómo lo llevas. Y mal, lo llevas mal. Que te ves y sabes que lo llevas fatal. Porque con esa cara no se puede uno presentar en ningún sitio sin espantar al mundo y desencadenar calamidades. Que a veces no entiendes por qué no te atizan con la escoba al entrar en los bares, o al salir a la calle, o al llegar al trabajo, en el supuesto caso de que lo del periodismo sea un trabajo y haya que llegar a algún sitio a practicarlo, o a hacerlo, o a escupirlo.

BUSCARSE

Con frecuencia, me busco. Hace un par de noches salí tras mis huellas por la zona vieja de la ciudad, y me encontré cara a cara, probando la tortilla con cebolla de O Frade, en la rúa Fornos. No sé cómo, porque por el asunto de la tortilla -que ha de ser siempre sin cebolla y sin nada que rime- sería capaz de iniciar una guerra mundial. Sin embargo, la gran excepción que confirma la regla se encuentra aquí, en esta ciudad, en este lugar, donde no sé cómo lo hacen, pero lo consiguen: que una tortilla con cebolla esté lo suficientemente buena como para querer casarse con el cocinero. 

Un par de vinos más tarde, me encontré de nuevo con mi sombra en la Casa do Pulpo, donde no fui precisamente a probar el nuevo helado con Oreo. Como su propio nombre indica, la Casa do Pulpo es un lugar donde uno puede instalarse en la barra, y si nada te lo impide, quedarse a vivir. El único que no es del todo feliz en este lugar es el pulpo, pero se trata de un animal al que le cuesta una barbaridad exteriorizar sus sentimientos. Esto le pasa también a la aceituna rellena de anchoa, que te mira con esos ojitos, y sabes que te quiere decir algo, pero no le sale. Yo no suelo darle importancia porque si le haces caso se siente protagonista, y a la mínima, sale rodando por la cocina.

Seguí intentando dar conmigo por las calles empedradas. Hallado o perdido, me llevé puestos los pinchos del Barallete, de O Lar da Sabela, la tapería D’Luis, O Queixo, y O Pote. Mil tapas y vinos después, salí rodando hacia los pubs, donde varias personas tuvieron que forzar la puerta para que pudiera entrar; algo que hicieron con gran soltura: tirando a la vez de mi cabeza y empujando en dirección Senegal mi barriga, mientras otras dos personas trataban de contonear un michelín adquirido en las horas previas. Al fin, una vez dentro, ya no pude salir, pero esa es otra historia y no creo que este sea el lugar más prudente para exponerla, ante un público tan selecto y distinguido.

ALGO MÁS

Quizá por todo eso, después de comer y pasear por toda la ciudad, sin verme, pensé que tal vez me había distraído por algunos de los pubs de la noche ourensana. Así busqué mi rastro entre las paredes del Miudiño, con su extraordinaria música, y su aire tan lejano, tan cervecero, y tan verde. La calma, después, en el Latino, jazz y noches con clase, donde me pareció verme, pero tampoco era yo. 

Al filo de la madrugada, con los calores vaporeando en las esquinas, desemboqué en el Lokal, junto al aullido rasgado de la voz de Rosendo y Pepe Risi, y luego, tropezando, tropezando, caí en LCDA, con esa colección de clásicos del pop español ochentero. Así entre la música de Los Secretos y el "Elixir de juventud" -valiente paradoja- de Antonio Vega, no hubo manera de evitarse, y finalmente me reconocí, agazapado junto a la rana Gustavo. Me miraba de reojo el coronel Hannibal Smith. Así es como me encontré y me sorprendió muchísimo ver que, en efecto, era yo mismo. O eso creo. Tampoco me pregunté nada, que solo me faltaba, para un día que me topo conmigo, interrogarme y pedirme los papeles como si fuera un delincuente. O peor, como si no pudiera hacer la vista gorda conmigo.

A REMOJO

Ahora que lo pienso, si vuelvo a perderme y nadie me encuentra, lo más probable es que esté a remojo, en cualquiera de las piscinas de la ciudad. Agua fría y poca gente. Tumbona, libro antiguo, y mucho sol. Así me oculto de mi mismo cuando no quiero verme. Así y con unas gafas de sol, que porto estratégicamente cuando algo me obliga a atravesar ese lugar odioso que precede a la piscina: el vestuario. Otro día hablaremos de la fauna, la flora, y el musgo del vestuario.

DURMIENDO

El verano es una invitación al sueño. Si bien aquí hay noches en las que es imposible dormir y no queda más remedio que echarse a la calle en busca del fresco, la mayoría llegamos al verano con un déficit de sueño de entre 15.000 y 20.000 horas acumuladas. Por eso, ante la duda, siempre que no tengo nada mejor que hacer, duermo. Y la mayor parte de las veces que tengo algo mejor que hacer, también duermo. Lo cantaban los de Siniestro Total: "solo estar durmiendo es mejor que estar dormido". 

FLOJOS DE PANTALÓN

¿Dónde encontrarme si no estoy en ninguno de los sitios anteriores? A veces me oculto tantísimo que no me acuerdo dónde me he puesto. Me pasa también con las llaves del coche. Pero de cualquier forma, allá donde suene en directo esta canción de Rosendo, "Flojos de pantalón", estaré siempre en primera fila. No hay fallo posible. Nunca ha ocurrido que suene "Flojos de pantalón" en algún lugar y que no esté yo por ahí, dando voces con eso de: “y tu mientras asumiendo / rebuscando / renegando de tu tiempo”. Claro. ¿En dónde podría yo estar mejor que renegando de mi tiempo?

LA ANTIGÜEDAD

En estas tierras hubo vino, tal vez oro, y un montón de romanos. Y supongo que romanas y, quizá, algún visigodo aún cocido, recién salido del Entroido Quente. Por eso es un buen lugar para perderse hacia el pasado y reencontrarse con lo que fuimos. En el momento en el que soltamos la mano de la tradición, nos abrazamos a la vida digital, moderna y genial, e imagino que después nos ponemos como locos a buscar pokemons por las calles, que en mi generación -que fue la primera generación realmente gilipollas de la historia- es el equivalente a darle un beso al tamagotchi antes de dormir. Si no te acuerdas de lo que era el tamagotchi es que tienes una edad estupenda. 

Cuando los romanos pusieron España en el mar, ubicaron las piscinas en Ourense y fue una idea extarordinaria. Y además tuvieron la inteligencia y el buen gusto de descubrir que era posible sacar vino de los viñedos más escarpados de la península, que solo de verlos muero de vértigo, pero qué rico está todo lo que se hace en la Ribeira Sacra. Por eso, de algún modo, perderse en la antigüedad de estas calles, de estas montañas, es abrazarse con lo que estábamos siendo, hasta que alguien tocó algo y todo se fue al infierno.

Te puede interesar