Opinión

El lugar donde los libros ven pasar la vida

De una belleza lenta, las bibliotecas levantan los muros que no puede franquear la modernidad. Ourense es todavía ciudad lectora, de libreros, lectores y autores, y se nota en que la gente es capaz de hablar sin faltas de ortografía, habilidad que ya no desarrollan los nacidos en más de la mitad de España. Se amontonan los libros en bibliotecas públicas y particulares, como si fueran tesoros sucios que no despiertan ya la codicia de los hombres. Los ves pasar, con sus lomos llenos de polvo y muerte, y no parecen ocultar dentro la virtud del desasne. 

LOS MÁS GRANDES

Elegimos para el verano los más grandes con la extraña sensación de que la calma estival nos permitirá degustarlos largo y tendido. Sin embargo, nos arrepentimos cada vez que tenemos que pasear el tocho hasta la playa y vuelta a casa. Quizá los libros más gordos son más oportunos en la mesilla de noche, y los más livianos viajan mejor en la bolsa de la playa. Pero es una decisión demasiado delicada y personal como para que pueda meterme en ella y salir vivo.

DE PASEO

Uno de los grandes placeres de todos los tiempos, desde tiempos que ni recuerdo, es pasearse por las bibliotecas en esas mañanas perezosas de verano. Degustar libros al azar y encerrarse en líneas viejas y anónimas. Es increíble la cantidad de cosas interesantes que todo el mundo desconoce. Y es increíble la cantidad de lectores que puede llegar a aglutinar un idiota. Las paradojas de la cultura, siempre tocante con la estupidez, que es vicio, cuando la cultura se vuelve enfermedad. 

LOS DE AQUÍ

A la provincia no le faltan grandes autores. Es fácil encontrar las huellas de Blanco Amor, de Curros Enríquez, de Vicente Risco, o del Padre Feijoo. Mi pasatiempo preferido, quizá por deformación profesional, es seguirle la pista a las crónicas y los escritos de Augusto Assia, capaz de ver el mundo con el asombro de un niño y contarlo con la sensatez de un viejo, desde joven. En parte, la profesión de las letras consiste en saber mezclar bien en la coctelera esa discreta locura. 

Si vas a descubrir las gentes de Ourense, hablar con sus calles, y gritar sumergido en sus burgas, lo mejor es que antes bebas lentamente el dulce veneno de su cultura. De los turistas extranjeros deberíamos aprender la capacidad de fingir interés hasta delante de las cosas más estúpidas, si alguien les ha dicho que se trata de estandartes de la cultura española, gran contenedor donde cabe lo mejor y lo peor. Ya es trabajo posterior de las instituciones logran subvencionar al máximo lo peor y asfixiar lo mejor. La verdadera cultura ha de sobrevivir en la miseria. Cervantes es el modelo.

LIBROS EN BARES

Deliciosa costumbre que se va extendiendo cada vez más: la de llenar las viejas cafeterías de libros igualmente antiguos. Leer en un viejo café es uno de los pocos placeres baratos y no delictivos que nos quedan. Portar el propio es costumbre vieja y saludable, pero lanzarse al abismo de descubrir viejos libros de poetas, raras ediciones de clásicos, o amarillentas páginas de autores locales, es algo mágico, propicio en estos lugares que, aún sin saberlo, sostienen la cultura con gestos de delicada sencillez. 

Para quienes disfrutamos como enanos paseando libros por las calles viejas de las ciudades de ayer, Ourense dispone de un pequeño tesoro: un montón de terrazas, escondidas en rincones que escupen literatura, tocados por la mano de la bohemia, en las que se puede leer en la paz y la calma que no ofrecen otras urbes, que en cuanto ven a tipo leyendo, ven a un peligroso reaccionario, y apuntan y abren fuego. Algo de eso somos. Pero como en la canción de los Menta, no morimos: “todo me ha mordido sin poderme comer”. 

EL ARTE DEL SILENCIO

Bulliciosa y picante por momentos, el foráneo descubre a menudo en Ourense una ciudad pacífica, con sus momentos de calma. Cierto es que el inventor del martillo hidráulico, escondido en cada rincón de la ciudad, debería haber inventando la nave espacial a pedales, y probarla. Pero, asumiendo que eso ya no tiene remedio y que están por todas partes, los ourensanos saben cómo crear sus momentos de silenciosa armonía. El silencio, para el lector, como para el paseante de bibliotecas -todos a excepción de Indiana Jones-, es un arte que debe defenderse siempre, aunque sea a gritos. La mayor parte de los bocazas responden con el silencio ante un grito en una biblioteca, al menos si es lo suficientemente grande como para pasar las páginas de los libros antiguos expuestos. 

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