Opinión

Muy poca tela

Un pelmazo. Artur Mas es un pelmazo. Todo lo que tengo que decir sobre sus planteamientos políticos, sociales, institucionales, geográficos, y medioambientales, es que me dan sueño. No puedo adherirme a sus reivindicaciones, porque cada vez que lo escucho, sus tesis me sumergen en un sueño reparador. Y su tono de voz me empuja al bostezo de tal manera, que absorbo con fuerza lo que tenga por delante; que hace un par de tardes en un bar, a la hora del telediario, salió Artur Mas y le birlé el peluquín a un parroquiano de una súbita sorbida. Debo agradecerle a Mas, eso sí, haber acabado con mi insomnio. No he conocido pastilla más eficaz para dormir como un angelito de Machín que un discurso suyo, ya se ha oral, escrito, o en supositorios.

Cuando se junta su aridez verbal con el natural tedio que emana el presidente del Gobierno, hay epidemia de ciudadanos durmiéndose en las calles, en el tren, en los salones. Pero ni siquiera Rajoy, en su premeditada gravedad, alcanza a superar al auténtico pelmazo, al pelmazo pata negra, al político más coñazo que ha paseado el Parlamento con la boca abierta. Porque muchos otros, conocedores de su inutilidad para el ingenio, tomaron la sabia decisión de trincar y callar. Pero no es el caso de Mas, que como si las palabras le oprimieran la barriga, se ve obligado a soltarlas sin descanso, repitiendo la cantinela, reiterando la consigna, reincidiendo en el discurso único de la bandera, ese que triunfa en ciertos despachos de Barcelona y Madrid, y en los coches tintados de los comisionistas, pero que flota ajeno a las preocupaciones de los ciudadanos.

Cuando habla de la independencia de Cataluña, Mas duerme a las ovejas, seca los océanos, marchita las flores, y aburre a los camellos. Que por algo en algunos rincones de España le conocen así, como el aburrecamellos o el cansaalmas. Que dícese solo de aquel individuo tan tenaz en su discurseo que es capaz de superar la barrera del cansancio, e impregnarlo todo de absoluta aburrición, cima máxima del aburrimiento cósmico.

Alguien debería decirle que hace por lo menos tres décadas que nadie le presta atención. Desde entonces no ha sido más que el lento balanceo de una sonrisa, una cambiante veleta, y el vicio más acusado de la insistencia. Como niño, no representa a los catalanes -a mis catalanes- cuando tira de la pernera día y noche a Mariano Rajoy, buscando un poco de atención, un gestito de aprobación, un ademán de cansancio en su postura política sobre Cataluña, postura por otra parte desconocida por todos, incluido el propio Rajoy.

Me dicen que Artur Mas se levantó este viernes la camiseta a la hora del telediario, dejando su ombligo al aire. Me dicen que se cubrió con ella la cabeza, y comenzó a correr por casa vociferando en alemán, para celebrar que Angela Merkel se ocupase largo y tendido del asunto de Cataluña, reconociendo que se trata de uno de los grandes temas que tiene entre manos, y sin duda el que más le preocupa hoy, tan sólo por detrás de lo ocurrido en Ucrania.

Es lógica la alegría de Artur Mas. Es la primera vez que alguien le habla en Europa y no es de madrugada en la barra de un pub. Veo lógico que lo celebre. Si bien, tal vez haya sido excesiva la carrera vociferante por el pasillo para festejar la declaración institucional de Alemania sobre el caso catalán. Declaración generosa en calificativos y valoraciones, de extensa enjundia, asentada en sólidos principios de derecho internacional, y en la que han trabajado quizá más de treinta altos cargos del gobierno de Merkel. Declaración, en fin, que encierra la elaboradísima posición de Alemania sobre la independencia de Cataluña. Y que reza así: “No”.

En la misma rueda de prensa alguien le ha preguntado a la señora Merkel si recibiría en la Cancillería al presidente de la Generalitat Artur Mas, o al entrenador del Bayern Josep Guardiola, y ahí sí que se ha mostrado tajante: “Comparto en este punto la posición del Gobierno español, más allá de eso no quiero intervenir en ese debate”. Lo que traducido al lenguaje de CiU quiere decir: “Comparto en este punto la posición del Gobierno de Mas”. No pueden quejarse ni Guardiola ni Mas, porque Merkel no ha respondido en público lo que realmente rondaba en su cabeza: “Los recibiría encantada, si supiera quiénes son”.

Que Alemania no de permiso a Cataluña para independizarse es un alivio para Alemania, que tendría que recibir tantas veces al señor Mas como al señor Rajoy. Duplicar ese dolor resulta demasiado tedioso incluso para alguien sin sentimientos como Angela Merkel. Mas debería preguntar ahora a Islas Feroe, cuya posición diplomática en el asunto puede resultar determinante para la solución del problema catalán, entendiendo por “problema catalán” el que atañe al futuro electoral del señor Mas, un gobernante que de abandonar la política haría extraordinaria carrera como hipnotizador de moluscos de ría, y no lo sabe.

Supongo que el nacionalismo no es más que la convicción política de haber nacido con una flor en el trasero. Como si hubiéramos podido elegir dónde nacer, y como si las fronteras políticas modelasen milimétrica y científicamente nuestros genes, nuestra belleza, y nuestra superioridad o inferioridad sobre el resto del planeta. Por suerte, no es así. Lo prueba el hecho de que todos mis amigos catalanes son enormemente más divertidos e interesantes que el presidente de la Generalitat y el presidente del Gobierno juntos.

Al fin, lo que nos pasa, y gran parte de lo que nos aflige, lo resume Santi Santos en unos versos inocentes de su último disco: “Veo tierra, pero encima de mi calavera / hay muy poca tela y demasiada bandera”. Y para colmo, cada bandera cuenta con su propio peñazo. Y cada peñazo se lleva su parte de tela. Y así se explica España. Anodina, calurosa, y postrera, a la venturosa hora de la siesta. Tal vez, nuestra salvación. Echarnos a dormir.

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