Opinión

Una razón para amar a las tortugas

Mi habilidad para meterme en jardines me ha vuelto un reputado botánico. Sé distinguir perfectamente el tipo de plantas y flores que pueblan cada uno de los preciosos jardines de esta ciudad. Observador nato, diferencio incluso las plantas sin ver más que el tono de su verde, con la mirada afilada de un pintor renacentista. De ordinario, no lo voy narrando a mis acompañantes en los largos paseos ourensanos, por no abrumarles con mi sabiduría. Pero casi siempre me cuesta un mundo contener las palabras cuando paso por el Posío, y veo esas tan bonitas, y esas otras verdes como que hacen así por los extremos, y las más pequeñitas con pintas blancas, que nunca sé cómo se llaman. Los sabios sufrimos una barbaridad. 

POETAS

No hará muchas tardes, me hice fuerte en un banco ajardinado del centro de la ciudad. Lápiz en mano y bloc de notas. Buscaba la rima perfecta, para jubilarme y vivir del verso, quimera final de todo poeta. Quiso la tarde regalarme el canto de algunos jilgueros, y el grácil movimiento de cola de una lavandera. Quiso también traerme una brisa casi atlántica, perfecta para no caer en el sofoco. Quiso un cielo azul brillante, y un ratito de silencio, y el taconeo suave y artístico de algunas bellezas, y susurrar melódico de dos ancianos, recordando aquello de cuando fuimos los mejores. Quiso la vida pintarme el poema en las manos, pero también me pintó a un tipo al otro lado del banco, desgranando a voz en grito las acciones de varias empresas que, a parecer, oscilaban en la Bolsa con violencia, en un ir y venir que, supongo, debería tenerme en un vilo de angustia. Pero no me movían sus gritos y alaridos a la compasión, sino a la ira, y quise atizarle unos versos satíricos en la cabeza, pero tampoco me salieron. Y así murió la tarde entre jardines, con el romanticismo ahuyentado por un yupi que parecía recién extraído de un AVE primerizo de los 90, cuando la gente compraba y vendía acciones a gritos hablando y gesticulando con el teléfono sin batería.

UN TAMAÑO RAZONABLE

Algunas ciudades, con esa pasión por lo monumental y gigante, se empeñan en hacer jardines enormes, que puedes recorrer durante horas. No está mal, pero no deja de ser una invitación implícita a practicar actividades violentas, como el running o el paseo dominical sin límites. Los jardines ourensanos tienen el tamaño perfecto, la medida de la felicidad, para los que somos paseantes de corta distancia, incapaces de romper a sudar, 
Si estamos realizando un plan de ocio, no hay lugar para el sudor.

PISAR LAS FLORES

En todos los parques y jardines del mundo, lo diga o no lo diga la autoridad, esté indicado o no por un cartel, sea o no evidente al paseante, y exista ordenanza o no al respecto firmada por el alcalde, está prohibido pisar las flores. Y lo sabes.

SOMBRA

Poetas, bohemios y borrachos en Ourense ya no buscan un amor sino una sombra. De la Alameda al Posío, toda sombra es poca con esta solanera canalla que nos calienta la cabeza hasta el extremo, y desde la punta. Que es esta la sartén secreta de España y no me lo dijeron cuando arribé aquí, entre las suaves temperaturas primaverales y el cuchicheo fresco de los arroyos. Ahora es igual que antes, pero se me ha puesto cara de tortuga y me ha crecido cascarón. Incluso, cual gremlin, empieza a darme repelús el agua, así que supongo que empiezo a aclimatarme. Quizá deje el piso y me encierre en un jardín y me dedique a reptar y comer moscas. Bien pensado, así no tendría que escribir.

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