Opinión

Urge hundir el país

Nada tiene arreglo. Hay países nacidos para ganar y otros nacidos para perder. Y luego está España. Rajoy ha convocado elecciones para el 20 de diciembre y me parece una imprudencia porque, con la broma, cualquiera en el Gobierno podría ponerse a solucionar problemas. Y cada vez que un político intenta arreglar algo, muere un gatito en un accidente de monopatín en algún lugar del mundo. Es una estadística penosa. Tenemos que evitar como sea este despropósito. El Gobierno debe destruir el país como Dios manda. Eso es lo que se espera de todo candidato: que pueda presentar un montón de cosas estropeadas y ofrecer remedios.

A nadie se le ocurre presentarse a unas elecciones con las cifras de las vacas gordas. Lo sensato es nadar en la miseria. Ante la posibilidad de que algún ministro cometa la locura de intentar poner orden en España, insisto en el necesidad de hacerlo todo tarde y mal. Es decir, apostar por una línea continuista con el desastre natural de la historia, como hizo Zapatero, brillante precursor de la incompetencia contemporánea. Rajoy ha tenido contados ataques de responsabilidad, que han estado a punto de mejorar las cosas, pero por suerte se ha apresurado a compensarlo, entregando carteras a tipos los suficiente zotes como para compensar cualquier atisbo de prosperidad.

Un hombre que quiere ganar las elecciones no puede nombrar a un buen ministro de Economía. Eso podría causar peligrosas cifras boyantes al país. Sin paro no hay razones para ir a votar, sin corrupción no se entiende el concepto preelectoral de regeneración, y con una Sanidad en la que no estén enfadados médicos y pacientes no hay programa sanitario que vender.

Un político es como un estratega de fútbol bajo los efectos del alcohol. El resto son burócratas, burdos gestores. Urge es proteger a la delincuencia. El español vota más por lo que se excarcela que por los chorizos que se envían al talego, y eso a estas alturas debería saberlo todo el mundo. González se hundió precisamente cuando amagó con hacer justicia, entre extraños arrebatos de sensatez en ciertos ministerios. Aznar cayó en el delirio de La Moncloa por la estupidez de situar a alguna gente con sólidos conocimientos en puestos claves para la nación; gente capaz de compensar con creces sus errores. ¡A quién se le ocurre!

Tan solo Zapatero, Suárez y Calvo Sotelo fueron capaces de asumir que el fracaso de España es condición inexpugnable para el triunfo personal. La diferencia es que dos de los mencionados lo vieron por su honradez e inteligencia, mientras que del otro no se puede decir lo mismo.

Solo están cerca de la victoria el 20D quienes han admitido ya la derrota. De ahí que un sector importante de los populares esté a esta hora rozando la mayoría absoluta. Y sin embargo, es misión imposible, porque nadie en este país ha asumido tan bien su descalabro electoral como Pedro Sánchez, lo que le convierte en el mejor situado para llegar a La Moncloa. Sánchez tiene todo lo que se espera de un buen candidato: nada. He intentado varias veces escribir su perfil y nunca logro pasar del primer párrafo. No hay nada que decir sobre la nada. Ni un poquito. Sánchez no es ni humo, que el humo incomoda y provoca tos. Es la indiferencia. Eso lo convierte en un héroe. Nadie, salvo aquel Almunia, ha logrado correr hacia la presidencia levantando a su alrededor una polvareda de irrelevancia tan densa. Y Almunia es la excepción que confirma el desastre. “No le pongo cara”, dice la gente cuando pregunto por Pedro Sánchez. Y yo me estremezco, porque eso decían de Zapatero, y nadie sospechaba que su plan secreto era precisamente ese: el de ser presidente por accidente. Algo que se ha convertido ya en tradición española.

aja personas_resultPregúntense por qué la horda okupa a la que le han tocado alcaldías en las últimas elecciones ha arrancado su gestión destrozando todo. Carmena, ya. Pero en cualquier ayuntamiento –cojan el periódico- de estos alcaldes de nuevo cuño y zapatillas de deporte, es posible encontrar a un botarate planeando cosas realmente perniciosas para la economía, la salud, la inteligencia, y el buen gusto. Los partidos con alma ganadora deberían preocuparse. Estos tipos se lo están tomando muy en serio. Como niños traviesos, rompen un jarrón y ya están anunciando la caída del siguiente.

Zapatero buscaba excusas para convencer a la opinión pública de que sus gansadas tenían razón de ser. Atisbo inequívoco de su inevitable falta de liderazgo. Un buen perdedor no justifica su mala gestión, se limita a la contemplación sonriente de la ruina, tal como la alcaldesa de Madrid mira a los madrileños que madrugan para ir a trabajar con sus trajes –esos sinvergüenzas que se están cargando el medio ambiente por usar desodorante-, o como el alcalde coruñés le atiza un rapapolvos a los empresarios que vienen a un congreso a la ciudad, les insulta, y les adiestra en su tesis de que ‘el mal es el capital’ y otros lemas aprendidos de la Bruja Avería. Bravo, alcalde. La ruina ante todo. El saber estar y el sentido común jamás han dado votos en España.

Rajoy, por su parte, es el pasmo. Y oculta ahí sus amaneramientos del otrora buen gestor. Que de pronto se le ocurre algo brillante y cuando está a punto de darle luz verde y hundir la campaña, aparece un ministro para recordarle que no, que hay que seguir subiendo impuestos y machacar a las empresas y a los autónomos, quizá porque es la única forma de prometerles mejoras futuras.

España es país de perdedores. Acierta Montoro vampirizando nuestro trabajo, los alcaldes comunistas con sus ocurrencias guerracivilistas, y acierta Pedro Sánchez cuando no se inmuta, mientras, cada uno por su cuenta, González, Zapatero, Chacón, y Susana Díaz, le van tomando las medidas para hacerle la cama más sonada de la historia del socialismo nacional; cachondo oxímoron.

Los españoles votarán una vez más a quien pueda arreglar el desastre, pero antes que eso, votarán a quien sea capaz de hundir el país lo suficiente como para que haga falta la misma solución.

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