Opinión

Una vez en que yo fui feliz

Mis vecinas se sabían el disco entero. Era el directo ‘El sorprendente sonido de Los Flechazos’. A veces me pedían más volumen en el ascensor. “Si no te atreves a escucharme es porque tienes medio a amar / y aunque te empeñes en odiarme tú me quieres de verdad”. Y la voz astillada de Álex Díez retumbaba por toda la ciudad. Divertido. Era muy divertido. Siempre decía que no había fiesta sin Los Flechazos, y luego hubo que matizarlo todo, porque Álex montó Cooper y decidió que aún quedaba mucha adrenalina por escupir. No sé si habré aprendido a bailar, pero lo que es seguro es que aún siento la electricidad de pisar sus canciones como minas que al explotar te hacen sentir mejor.

En el bar en el que escribo han tenido la gentileza de pinchar ‘El asiento de atrás’, canción bandera de este reencuentro de Álex, Cooper, y Los Flechazos, que es todo lo mismo. Una canción que aglutina toda su identidad musical. Quizá porque quien lleva treinta años poniendo a la gente a bailar en todos los escenarios, termina trascendiendo a sus propios grupos.

Hace unos días Alex reventó La Riviera, repasando por primera vez todos los éxitos de su carrera, y todo es tan bonito e importante para la cultura que cuesta trabajo escribirlo sin sentirse pequeño. Además, todos los grandes de la música ya han escrito cosas maravillosas sobre él estos días. Como sea, Álex está donde le corresponde, cerrando telediarios de máxima audiencia. Ahora el problema ya lo tienen quienes viven de espaldas a esta inmensa ola. Algo hemos ganado en esta guerra. Aunque para ser justos, él nunca perdió la batalla: pongo por testigo todas esas noches del Playa Club. No hace tanto que vi a cientos de personas saltando al alba en el centro de la pista y coreando ‘Cierra los ojos’, única concesión de la noche a la música en español.

Haciendo astillas el reloj, como en aquel disco verde que destrocé mil veces, vuelvo al calendario, cuando moría el 2000. Yo tenía un grupo. Tocábamos canciones de otros, porque primaba la fiesta. Hicimos más de medio centenar de conciertos. Todo muy intenso. Y era simple. Hacíamos versiones de Los Flechazos cuando queríamos que la gente se divirtiera, y hacíamos canciones de Los Secretos cuando queríamos enamorar a alguna chica. Y fue entonces que nos topamos con Álex de nuevo en los periódicos, ya sin Los Flechazos, anunciando el estreno de su nueva banda, Cooper. Y en ‘Fonorama’ descubrimos que había un montón de canciones capaces de conseguir ambas cosas a la vez. Y ya nunca nos atrevimos a versionarlas.

Como un recuerdo intenso y lleno de luz, la historia de las alegrías y sinsabores de mi tiempo está ligada a su música. Suyo fue el himno de la libertad y la rabia en la trinchera periodística: “Yo no me pienso callar ni bajo el agua / hay muchas cosas que decir”. Y suyo también el momento de la dolorosa partida. El mar, esas ‘Luces rojas’. Coge la manta y corre. La eterna historia. “Nada me retiene en este lugar / mis ojos miran a otra dirección / no lo puedo evitar, no lo puedo evitar / prefiero ir solo con mi corazón”. Una tarde abrazamos la bandera pop con Popes80.com y nos enganchamos ‘A toda velocidad’: “Quizás a nadie le importe ya / pero la antorcha en mi mano está / y no morirá”. Y luego se me aparecieron los días de la ‘Avenida de cristal’. Qué bonito el primer aplauso y el primer autógrafo, y qué extenuante la última sonrisa, tan vacía. Y qué enorme el silencio que deja, por leve que sea, el relámpago de la fama: “Hoy tienes el mundo a tus pies / y la mente del revés / pues lo que te importaba / ya no te importa nada”.

Cosas de la vida. Mi grupo cumpliría hoy 15 años. Hace algunas semanas, más mayores, más calvos, más melancólicos, nos juntamos en local de ensayo de Óscar.  No es casualidad que todo sonara extraño, ajeno y emotivo a la vez, hasta que caímos en una sima de nuestro viejo repertorio de versiones: ‘La Reina del Muelle’, de Los Flechazos. Entonces, de pronto, todo rodó con más naturalidad que nuestros propios temas. ¿Qué ocurre? No lo sé. Hay una magia inexplicable en el hecho de sentarte a tocar con quienes hace años que ni siquiera hablas; pero con quienes, a fin de cuentas, has gastado muchas horas de local, y cerca de diez millones de barras. Y es bonito y significativo que sea la música de Los Flechazos la que, otra vez, nos haya hecho levantar las cervezas, mientras hacíamos planes imposibles para incendiar la ciudad.

Por suerte, quien sí va a prenderle fuego al presente es nuestro Alex Cooper, que girará por primera vez con todo ese repertorio tan especial de ‘Popcorner’. Logró la semana pasada un hito en La Riviera, poniendo a miles de personas a bailar y llorar a la vez. Bailar porque su repertorio y su directo son cafeína y whisky, y llorar porque desde la disolución de Los Flechazos no había hecho ni una concesión a su antiguo repertorio. Cuestión de actitud. Por eso –también- le queremos. 
Lo hablaba con otro gigante de nuestra música hace un par de noches. Qué misterio lo de Álex Cooper. Traer el despertar mod a España, una banderita a duras penas sostenida junto a Brighton 64 y Los Elegantes.

Hacer de Los Flechazos la música y la estética. Ser el indie antes de los indies. Convertir León en centro de peregrinación musical. Y de pronto, volver a empezar con Cooper y sumar otros quince años de electrizante actividad, superándose en cada disco, y dejando en paro a los puristas del reparto de etiquetas. Lo cantó, profético, el muy bandido, en 1991: “Cuando era pequeño quería ser feliz / y soñaba con lograr lo que ahora tengo ante mí. / Hubo quien dijo que no iba a llegar / ahora les miro desde aquí, no pido ya más”. Y lo clavó. Aunque llevo los suficientes años encima de sus canciones como para haber aprendido ya que con Álex lo mejor siempre está por venir. El próximo horizonte, sin duda, un escenario frente al que podamos bailar y llorar a la vez, otra vez, con los hits de Los Flechazos. Este es el año del que te hablé. Ya tenemos las entradas, así que ahora tendrán que dispararnos a los pies si quieren disolvernos.

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