Opinión

Viviendo en funciones

Gravísimo gesto de hostilidad hacia los votantes: convocar elecciones. ¿Para qué? No necesitamos un presidente. Es una lata y te obligan a pasearlo por las cumbres como si fuera una vedette. Y después, tarde o temprano siempre vuelve a hacer lo mismo: convocar elecciones. Si vamos a tener que estar toda la vida votando, es decir, si los ciudadanos lo vamos a tener que hacer todo, entonces no necesitamos representantes. Hemos ido a las urnas para que nos resuelvan problemas, no para que nos den más trabajo –bueno, quizá para esto también, pero no lo han conseguido-. España está a punto de morir de una sobredosis democrática y a nadie parece importarle.

La democracia se inventó para que tú pudieras emborracharte tranquilamente tres días seguidos sin ocuparte de nada, mientras otra gente se encarga de todo, y de que nada detenga el país, incluso cuando la curda sea comunitaria y se emborrachen hasta las señales de tráfico. No sé, en Nochevieja, por ejemplo. Todo el mundo se va de fiesta porque sabe que alguien se quedará cuidando la pasta que hay en el Banco de España y que nadie se dedicará a excarcelar terroristas. Al menos esa es la idea.

De un político uno no espera sobriedad, obviamente, pero sí la habilidad de resolver sus problemas y, sea como sea, yo ya he votado y que ellos ahora no consigan gobernar no es asunto mío. Déjenme en paz. Váyanse con la fiesta de la democracia a otra parte. Y díganle al pueblo que después de todos estos meses de cachondeo institucional, la conclusión es que tenemos que volver a votar; que de tanto votar, si no fuera por la uve, tendríamos ya unos cuádriceps como los huevos de un minotauro adulto.

A saber, en lo ideológico, la historia reciente de España habrá de escribirse así: el PP renuncia a la derecha, el PSOE renuncia a la izquierda, Ciudadanos renuncia a explicarse, y Podemos renuncia a renunciar. Se ha batido un récord en esta micro legislatura: todo el mundo ha hecho lo que no tenía que hacer.

La idea política más elevada que nos han regalado es "date prisa o llegaremos tarde al fútbol". Quizá eso llegue al corazón de los españoles mucho más rápido que explicar por qué no se debe esquilmar a impuestos a la clase media. Esta semana Rajoy ha dicho ya tres veces eso de "la gente", con la misma naturalidad con la que yo puedo besar a un hipster. Así que tiemblo pensando en que se plantará en la próxima recepción real con un jersey tres tallas mayor, y bien arremangao hasta el codo, presumiendo del pelamen de las extremidades, que es lo propio de la gente, o al menos de la gente un poco guarrilla.

La idea de volver a las urnas en julio me atormenta. Esa campaña primaveral llena de políticos sudorosos y desmayos en los mítines. Esos coches con megáfono en las playas, esquivando paellas. Qué manera más tonta de estropearnos la primavera. No sé lo que querrá “la gente”, pero las personas normales el 26 de junio lo que quieren son vacaciones y playa, y no un gobierno. Lo único que puede hacer un gobierno con tus vacaciones es estropeártelas.

Todo esto es culpa de la democracia. En Corea del Norte no tienen este problema. Y si pasamos por alto al peluquero de Kim, que debería probar un día a cortarle el pelo sin consumir antes speed, las cosas funcionan de una manera razonablemente estética. A grandes rasgos, la forma política perfecta y más elegante es la dictadura. Los ciudadanos se desentienden y una sola persona se encarga de estropearlo todo. Si te cansas del dictador, lo ahorcas y pones otro. La mayoría de los países administran muy bien esta forma de regeneración del tejido político. Algunas tribus africanas incluso tienen la costumbre de comérselo vivo si lo cazan robando. Es un modo como otro cualquiera de asegurarse que obrará con justicia. Pero comerse a un jefe de gobierno puede resultar al fin bastante indigesto, y no sé qué dirán Juncker y Merkel de todo esto si de pronto nos zampamos a Rajoy.

Otra forma de evitar la tortura electoral es el golpe de Estado. Esto ocurre cuando los militares beben más de la cuenta y el CNI se aburre, y el rey pasa demasiadas horas mirándose al espejo. No hay que hacer nada. Sucede solo y, por lo general, se resuelve solo si todo el mundo se rinde a tiempo frente al televisor. Es verdad que si sale mal habrá elecciones. Pero si sale bien también las habrá. Un buen golpe en junio nos permitiría ahorrarnos las urnas hasta, por lo menos, después del verano. Aunque esta vez agradeceríamos a los golpistas que no enfaticen sus ordenes en el Congreso con la palabra "coño" en horario infantil. Queremos ver el golpe en familia, comiendo palomitas, bebiendo cerveza, y partiéndonos de risa en Twitter.

Si el golpe no te convence, prueba a iniciar una guerra. De pronto todo el mundo empieza a hablar de estados excepcionales y, con un poco de suerte, podrás llenar el carrito de la compra gratis durante un tiempo. El problema de la guerra es la guerra en sí. Pero no será peor que una campaña electoral. Empezar una guerra en España es muy sencillo. Basta con no arrancar un lunes en cualquier semáforo de la Castellana cuando se ponga en verde.

Por suerte somos Europa y todas esas idioteces con las que regalamos a los diputados lujosas jubilaciones en Bruselas. Así que eso nos da derecho a pasarle el atasco a la Unión Europea. Que decidan ellos quién manda en España y que, por favor, no nos pregunten. Si es alemán, se agradece que tenga alguna vocal en el apellido, para que los presentadores del telediario puedan pronunciarlo sin babarse.

Otro camino para evitar las elecciones es anexionarse Portugal y que voten ellos. A los portugueses les gusta votar. A todo el mundo le gusta tener la sensación de que manda sobre un territorio más grande que el suyo. Es el síndrome del presidente de la comunidad de vecinos: esa mágica sensación de tener las llaves de… de la caldera. Y si no, siempre nos quedará la Corona. Una salida rápida e inteligente para ahorrarnos el suplicio electoral es que mande el rey. Será excitante vivir en un país gobernado por doña Letizia. Jamás se le ocurriría convocar elecciones en junio, a no ser que se pueda votar a pie de playa. Lo veo: España, primera monarquía festivalera.

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