Opinión

Gracias, muchas gracias, por tantas cosas buenas

J. Leonardo Lemos Montanet; obispo de Ourense

La Jornada de la Iglesia Diocesana se va estableciendo, lentamente, en la memoria colectiva de las parroquias y de sus gentes y, como una pequeña gota de agua que va cayendo, constantemente, sobre la superficie de la roca más dura, la va horadando poco a poco hasta que la penetra y la trasforma. No resulta fácil cambiar “la roca” de la inercia y de la indiferencia – que es todavía peor- pero año tras año se va convirtiendo en una ocasión para ser conscientes de que, como cristianos, hijos de la Iglesia Católica, no vivimos la fe solos, sino juntos, formando una gran familia, que depende de la oración, del cariño, del respeto y de la colaboración de todos. Esta “gran familia”, que es la Iglesia que formamos todos, incluso aquellos que no participan habitualmente en nuestras celebraciones, es una realidad abierta y acogedora, entregada y servicial, que no tiene fronteras y no selecciona a sus miembros, sino que abre de par en par su corazón, como la puerta grande de nuestros templos, para que entren todos. 

Todos estamos llamados a implicarnos con pasión en la vida de nuestras comunidades parroquiales porque, gracias a ellas, vivimos unidos a la única Iglesia que, con Pedro y bajo Pedro, se extiende por el mundo entero.

En los últimos años, la gran familia de la Iglesia está viviendo momentos especialmente delicados. Sin embargo, si damos una ojeada a la historia de esta Iglesia nos damos cuenta de que momentos similares, o quizás peores, ya la han sacudido hasta sus cimientos y pretendieron aniquilarla. Hoy estamos descubriendo como, por una parte, el rostro de la Iglesia envejece, serenamente, en las personas ancianas que habitan nuestra Diócesis, pero en otros tantos descubrimos signos de juventud y vitalidad.

En nuestra Iglesia, como en toda familia, vivimos experiencias que dejan huella en nuestro corazón, nos apoyamos en los demás cuando necesitamos ayuda, acompañamos a quienes lo necesitan, estamos pendientes unos de otros y vivimos también de manera más intensa tanto los buenos momentos como aquellos en los que el dolor, la enfermedad y la muerte de nuestros seres queridos nos hace descubrir que “somos ciudadanos del cielo”. Gracias a la Iglesia somos un grito de eternidad en el tiempo. Y eso nos ayuda a no claudicar ante nada ni nadie, sino a construir puentes de esperanza. 

Todo esto no seríamos capaces de vivirlo sin la colaboración de todos. No podríamos mantener en pie la mayor parte de nuestros templos del mundo rural. Es imprescindible que despertemos nuestra conciencia de que la vida y la actividad de nuestras comunidades eclesiales debe ser tarea de todos aquellos que pertenecen a ellas, que los fieles sientan el templo y las dependencias de los centros parroquiales como algo propio. Se trata de aportar nuestra colaboración, pequeña pero constante, como esas gotas de agua sobre la superficie de la piedra. Así seremos capaces de conseguir los objetivos que nos proponemos. 

Gracias a Dios en nuestra Diócesis, en los últimos años, a pesar de las dificultades, hemos podido realizar algunas empresas apostólicas, gracias a la generosidad de algunas entidades eclesiales que han sido muy solidarias con sus bienes.  Gracias, muchas gracias, muchísimas gracias por tantas cosas que recibimos en la Iglesia y de la Iglesia. De muchas de ellas somos conscientes, de otras no. Sin embargo, sabemos que siempre está ahí, porque somos una Iglesia que camina en nosotros, con nosotros y para el bien de todos. ¡Gracias por tanto! 

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