Opinión

María: Madre y protectora

Ante la solemnidad litúrgica de la Inmaculada, especial patrona de los pueblos de España, que celebramos hoy, mi pensamiento se dirige hacia aquel gran acontecimiento que tuvo lugar hace poco más de medio siglo -en concreto hace cincuenta y cinco años-. En aquella ocasión san Pablo VI, a través que aquellas bellas palabras tan propias de su maestría, con ocasión de la promulgación de la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, presentó a la Virgen María, ante todos los obispos y los demás fieles, como “protectora del Concilio”. En este sentido yo quisiera que todos los que formamos parte de esta gran familia que es la Iglesia en Ourense, una Iglesia que se encuentra en camino sinodal, le supliquemos a la Santísima Virgen que también ella se convierta en Madre y protectora del Sínodo Diocesano de Ourense, ¡lo necesitamos!

Aquella que es la “toda santa”, la Inmaculada, nos puede acompañar en la lucha contra el desencanto y, de manera especial, contra la oscura presencia del pecado de desaliento. Es normal que en nuestro camino sinodal surjan problemas y serias dificultades que pretenden apartar nuestra atención de lo que es esencial: vivir de acuerdo con el Evangelio vivo que es Nuestro Señor Jesucristo.

La Virgen Madre, sencilla doncella de Nazaret, la toda limpia de pecado, nos ayudará a no perder el ritmo de nuestro camino sinodal, ¡pase lo que pase! Ella, la Inmaculada, quiere que delante de cada uno de nosotros se despliegue el misterio de esta Iglesia en camino que “abraza en sus entrañas a los pecadores” pero que “es a la vez santa y siempre necesitada de purificación”. Hay personas e instituciones que a causa de nuestros pecados quieren afear el rostro de la Madre Iglesia. Tantas veces se subrayan sólo los aspectos negativos -que existen y no podemos negarlos- pero se olvidan con frecuencia tanta hermosura y belleza representada por el testimonio vivo de los mejores hijos de la Iglesia que son los santos y, de manera especialísima: los mártires. Recordemos el heroico testimonio que dieron tantos obispos, sacerdotes, religiosas y seglares en nuestra misma España, hace poco más de ochenta años. En sus vidas sencillas y corrientes la presencia del amor a la Inmaculada estaba presente. 

Al mirar a la Inmaculada descubrimos en Ella la esencia más hermosa de la Iglesia y, a la luz de esta verdad, tenemos que aprender a convertirnos, nosotros mismos, en auténticas “almas eclesiales”. Por eso, esta fiesta nos ayuda a descubrir en la Virgen María un icono de esperanza. Solos no podremos lograrlo, con María el camino de la comunión y de la sinodalidad, que es camino de plenitud y santidad, sí que seremos capaces de recorrerlo con alegría y esperanza. 

 La definición del dogma de la Inmaculada en la Bula “Ineffabilis Deus” de Pio IX, tal día como hoy en 1854, define que María estuvo libre del pecado original desde el primer momento de su concepción porque, en célebre frase de Duns Scoto, “Dios quiso, pudo y la hizo” así en previsión de los méritos de su Hijo.

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