Opinión

¡A la manifestación!

Ilustración: Alba Fernández,
photo_camera Ilustración: Alba Fernández,

MARTES, 7 DE MARZO

Se acercó a mí discreto: “¿Puedo hablar con usted? Tengo algo que contarle. ¿Sabe?, yo trabajo en un sanatorio psiquiátrico. Le diría que por desgracia”. Comienza a hablar con cierta amargura: “Llevo allí dos años. La vida está dura, tengo hijos y no tengo otro remedio que trabajar allí”.

Guarda un poco de silencio, engulle un trago de ron y me dice como si fuera un secreto: “No, no me pida datos, me jugaría mi puesto de trabajo. ¿Sabe?, hoy vengo más triste que de costumbre. ¿Cómo le diría? Todos los internos parecen sonámbulos. Pastillas a porrillo. Píldoras para que se relajen. Píldoras para que se estén quietos, inmóviles. Todo se soluciona con píldoras e inyecciones. Le decía que vengo triste. Con el tiempo, he hecho amistad con uno de ellos. Yo le gasto bromas, nos reímos pero llega un momento en que casi se me duerme. Lo más que consigo son paseos erráticos por el centro. A veces le hago reír y suelta unas grandes carcajadas. Mire usted, ya decía el clásico que ‘el que sabe, ríe’. En ocasiones, razona bien y eso me ayuda a no abandonarme a una fatalidad malsana. Al fin, observe usted a los paseantes por las calles, cómo caminan mansos y domesticados. Lo que más me duele es cuando mi amigo me mira con los ojos abiertos, muy abiertos, como los peces sacados del mar”.

Reflexiono y le digo: “Allá en la posguerra a los ‘diferentes’ en las aldeas los guardaban en las cuadras. Recuerde usted la película ‘Los santos inocentes’; la ‘Niña chica’, Charito, que aullaba siempre acostada o en brazos. Con frecuencia estas personas vivían entre los animales de la casa”. Entonces, mi interlocutor pronuncia un nombre con admiración: “Manuel Cabaleiro”. Respondo: “En mi niñez ya era popular; me habla de un gran médico, don Manuel, ojalá viviera hoy, fundó el sanatorio de Toén allá en 1959. Usaba la farmacología con mucha moderación. Buscaba otros métodos. Hasta jugaban partidos médicos contra internos. Claro que sí, incluso hoy trato a su hijo Manolo que creció entre ellos y ha heredado la bonhomía de su padre. Qué tiempos, los fármacos no habían avanzado. Cielo santo, electroshock, inyecciones de aguarrás y correas para atarlos de los que don Manuel intentaba alejarse”.

Me sorprende mi interlocutor: “Leí que hace nada le hicieron un homenaje al inolvidable médico y psiquiatra. Toén era uno de los sanatorios más avanzados de Europa. Con frecuencia, incluso venían a estudiar especialistas del extranjero. El sanatorio estaba sobre una loma de quinientos metros en plena naturaleza. Llegó a haber más de un centenar de internos. No había muros ni verjas. Tampoco había adonde ir. Si alguno se extraviaba, los propios vecinos colaboraban y lo acompañaban de vuelta. Hubo allí talleres de carpintería, de encuadernación, artes plásticas y así, para que los pacientes desarrollaran habilidades. Una terapia excelente”. Viene a mi mente aquella imagen, cuando cada poco los internos más pacíficos bajaban a la ciudad: “Créame, yo, casi adolescente, los vi confraternizar e interactuar con los paisanos que les daban pie a veces en conversaciones casi surrealistas”.

(“Cuántos se curaron o mejoraron su vida allí. Hace unos días fui a ver los restos de aquel lugar, mejor dicho, de aquel sueño. Ay, un día triste de los ochenta, los políticos lo abandonaron a su suerte. La imagen que vi fue tan desoladora que me asomaron lágrimas”.

Al regreso, en el coche, recordé un verso de Patti Smith: “He visto mucho mundo/ y lo único que quieres es una mano tendida/ que te saque del lodazal,/ que te levante”).

MIÉRCOLES, 8 DE MARZO

Conque estamos todos los tertulianos hablando de la vida. Entonces, llega brava Ana, nuestra nueva contertulia. En pie, una mano señalándonos, nos suelta irónica: “¿Qué hacéis aquí, camastrones? ¿No sabéis qué día es hoy? ¿Tendré que llevaros por la oreja?”. Nos quedamos sorprendidos. “¿Cómo podéis olvidar que hoy es 8M, el Día de la Mujer? ¿No leéis en los periódicos que no cesan los cadáveres de las mujeres? Si todavía tenemos que reivindicar el derecho a no llevar la talla 36. Espabilad, camastrones, y todos conmigo a la manifestación”.

El pintor se muestra reticente. Responde: “¿Y por qué no el día del hombre? Pronto hasta tendremos también el día del perro. Voy a hacer también mi protesta”. Allá se va al mostrador, pide un cartón y escribe: “Con el hombre. No contra el hombre”. Ana sigue en pie: “Bueno, hombre, es obvio que ese es el camino”. Apuramos nuestros gin tonic, nos levantamos silenciosos y, como en nuestros años de las barricadas, “palos, grises y carreras”, como soldados por una causa justa, allá vamos.

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