Opinión

‘Te amo con toda mi visa’

Hay que escribir del pasado para celebrar el presente. Tengo en mis manos el programa ‘Gran Gala Inaugural de la Sala Auria’, del 30 de abril de 1960. Todavía éramos una generación ‘panoli’, herederos de la famélica posguerra. En la historia de la ciudad, Auria lidera las salas de toda Galicia.
Cuentan que la noche se acercó al bacanal romano. La cena fue un festín pantagruélico. Los vinos, dignos de los dioses. Los camareros y el maître, todos de esmoquin impecable, habían sido contratados en los mejores establecimientos de Madrid. Las actuaciones, al máximo nivel e incluso actuó el apasionante ballet de Gracia de Sacromonte. 

La Sala no se cortó con los precios. Nada menos que quinientas pesetas de entonces. Enseguida se agotaron todas las entradas. Esta ciudad siempre amó lo fastuoso y las apariencias. El censor fue generoso con las medidas de las faldas de las bailarinas.

Ninguno de los asistentes salió antes de las 10 de la mañana. Como diría un cursi: ‘todos salieron correctamente ebrios’. Se descorcharon botellas de champán sin interrupción. Los más osados rociaron los senos de las damas con el preciado elixir. 

Ah, dulce pájaro de la juventud. Aquella generación era romántica por definición. Nadie decía ‘te amo con toda mi visa’. Cándidas décadas. El ritual resultaba complicado: el chico tenía que armarse de valor, elegir a la señorita en la distancia, sortear mesas y columnas hasta situarse al lado de la elegida; ‘bailas’. Ay, amigo, si ella te espetaba un ‘no’, regresabas cabizbajo y vencido. Todo el mundo había presenciado tu derrota. El sabio camarero, conmovido, llenaba tu copa en silencio.

Los que triunfaban eran los viajantes. Pasaban tres o cuatro días en la ciudad, llegaban con sus muestrarios, sus modernos coches y aseguraban discreción en las relaciones. Por Auria pasaron las mejores actuaciones que cabía esperar. Cierto, en el año 67, Manolo y Ramón, del Dúo Dinámico, tuvieron que quedarse en la ciudad a causa de una gran nevada. En los camerinos de Auria dieron los últimos retoques al eurovisivo ‘La, La, La…’ iniciado en la habitación 207 del Hotel Parque. 

(En Auria, distintas generaciones bailaron en la pista su blues de 20 centímetros de distancia. Cuenta Cholo, el manager: “Todo eran problemas con el ávido censor, bajar la falda y subir el escote”.

La leyenda dice que alguien había realizado sendas aberturas en la pared del camerino para que ansiosos ojos pudiesen observar.

Allí se lucieron las primeras minifaldas, vestidos vaporosos y sutiles transparencias. Las chicas de Auria soñaban con un novio y casarse de blanco, por la iglesia. Ellos, condenados a sórdidas despedidas en el portal. Ay, cómo defendían numantinas su cuerpo. En la sala, una noche del 69, escuché a Machín: “Hay que aprender a querer y a vivir”.)

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