Opinión

Ándate con ojo

ALBA FERNÁNDEZ
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“Esta ciudad es la hostia, no sabes la cantidad de fulanos que no se sabe muy bien de qué viven”

JUEVES, 14 DE JULIO

Si escribes historias o eres periodista has de tener amigos hasta en el infierno. Ayer caminaba Paseo adelante un veterano camello de toda la vida. Me da una palmada y me dice: “Leo tus artículos y me gusta cuando escribes del underground”. Carajo, me digo, mira qué buena ocasión para tener información. Estamos en la barra del café, mi colega se muestra un poco esquivo pero yo le tiro de la lengua: “¿Qué quieres que te cuente?, cada vez hay más tipos que se buscan la vida en la calle, ya sabes que yo tengo un piso con otro colega en la zona dura de la ciudad. A mi puerta llegan fulanos de todos los palos, individuos que llaman a mi ventana y tengo que despachar con urgencia. Esta ciudad es la hostia, no sabes la cantidad de fulanos que no se sabe muy bien de qué viven. Pero allí me aparecen con sus billetes, cada día más. Lo que me sorprende son las camadas de chicos muy jóvenes que se están enganchando. No importa que el calor abrase la ciudad, no sé cómo pueden sacar dinero en días así pero mi salón siempre está lleno de fumadores que mueven la gota sobre el papel de aluminio con gran habilidad. Ahora ya sabes, mis clientes llaman, compran y yo les permito que consuman en mi guarida. Así no tienen problemas de que los maderos los acosen. Pero tengo mucha competencia, hay muchos pisos alrededor. Son tiempos muy raros y todo el mundo quiere anestesiarse. Pregunta en las farmacias. ¿Sabes? Yo leo mucho a Bukowski, que suele escribir que la familia es un infierno, el trabajo una condena, el amor un accidente absurdo y la política una estafa. Al fin, mi casa es un fumadero; esto lo heredamos de los cubiles de Shanghái en donde se apretujan los fumadores de opio. Al fin, yo a mis clientes los ayudo y protejo”. Ahora mi colega me invita y bebemos dos chupitos de vodka. Pero llegado a este punto me atrevo a decirle: “Bueno, hermano, no me vayas a decir que lo tuyo es una ONG”. Se ríe el colega y se defiende: “Desde siempre esta ciudad ha sido muy viciosa, conozco pisos en los que se juegan grandes cantidades de dinero día y noche. Allá en los setenta, ya la droga era una epidemia. Abundan las casas donde se practica el sexo más salvaje. Y aunque no lo creas yo tengo mi ética, no veas los productos que me ofrecen mis proveedores. Funciona mucho ahora un líquido, tiene un buen mercado, me lo piden mis clientes mucho, le echas unas gotas en el vaso y esa persona queda sin voluntad y sumisa para lo que desees. Y lo último, clavar a traición la hipodérmica con el líquido, eso es instantáneo. Pero yo, que llevo mucho tiempo en esto, por ahí no paso, mi mercancía es la clásica, la de toda la vida”. Se ríe mi colega y se despide guiñándome: “Ya me has tirado bien de la lengua, y ya sabes, Jaime, ándate con ojo…”.

VIERNES, 15 DE JULIO

Te cuento, hermano. Es una historia triste, ourensana y verídica. Alguna vez escribí sobre esta mujer, es una mujer mayor, pequeña, discretamente vestida, que ahora no cesa de pedir de mesa en mesa. Hace unos meses se sentaba en una esquina, observaba a los transeúntes y sabía elegir a la persona a la que contarle su tragedia, eso de que está en la calle, esas cosas. La verdad es que sabía muy bien a quién colocarle su dramática vida. Quizás pedir también es una adicción y ahora no cesa de mendigar de mesa en mesa. Astuta, a veces lleva unos confusos papeles en la mano que muestra y dice: “Mire, no tengo ni para pagar la luz ni la renta”. Ya lo conté alguna vez, supe que lo que recaudaba era para su hijo “enganchado”. Dos o tres veces al día llega el chico: “Mamá, dame lo que hayas recaudado. Si no, ya sabes, tengo que robar”. Hasta ahí la primera parte de esta historia. Alguien me sopló: “Ven para que sepas de qué va”. Lo acompaño a un bar de un barrio cercano, allí está ella pegada a la máquina tragaperras: “Espera, espera, ahora verás”. Cielo santo, ahí llega su hijo, al verla golpea la cristalera. Ella recoge sus cosas y sale de inmediato, lo mira con miedo y va él y le monta una bronca del carajo. El chico arrampla con las pocas monedas que le quedan a su madre, ella lloriquea: “Te he dicho que no quiero verte en este local, mamá, vendré más tarde”.

(Alguien me ha dicho que el fulano no quiere saber nada de psicólogos ni psiquiatras, y que pasó sin éxito por centros de desintoxicación. Ay, la madre quizás tampoco resista el irrefrenable impulso de apretar los mandos de la máquina, ver las lucecitas y escuchar la musiquilla. ¿Recuerdas lector, “La Odisea”? Ulises, en su viaje a Itaca, tuvo que atarse al mástil del barco para no sucumbir a la llamada seductora de las sirenas).

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