Opinión

Batallitas en el bar, 23 F

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photo_camera ALBA NOGUEROL

Martes, 23 de febrero

Estamos a la puerta de un bar del centro mi viejo contertulio el profesor y yo. Cuarenta años de aquel jodido 23 de febrero. Inevitablemente los dos conversamos sobre nuestras conclusiones de aquel inquietante día. Ay, para mi generación y para otras hay un antes y un después de aquel día 23. En aquellos días yo trabajaba de letrista y estaba en casa de Pepe Risi, el líder de Burning, colaborando en una letra, que, mira tú, funcionó. Es apropiada para hoy: “Si estás ya deprimido,/ yo tengo la solución./ Una copa, unos amigos y un poquito de rock & roll./ Mueve tus caderas cuando todo vaya mal”. Ese día mi amigo el profesor daba clase en un instituto de Vigo. Cuando sonó por la radio la voz de Tejero, dejó salir a los alumnos y: “Yo partí a casa un poco espantado”.

Él dice: “Nos siguen contando un cuento de hadas que creo que solo los mal informados se creen. Vamos, que el rey estaba en el ajo, todos lo sabemos. Los miembros de la CIA se movían con libertad por Madrid, enfadados porque Suárez había legalizado el Partido Comunista. El Vaticano también tuvo mucho que ver. Mira tú, qué vergüenza, las extensas llamadas de aquella noche en el Congreso y la información más secreta del servicio de inteligencia todavía figuran como ‘clasificados’ y sólo se abrirán allá en 2031”. Le respondo cabreado: “Hay que joderse, hace nada la veterana periodista Pilar Urbano, que escribió tanto sobre el rey, afirmó: ‘Ya estoy harta y ya me rechina que digan que el rey nos salvó del golpe’. Claro que es cierto que nos salvó del golpe, pero nos salvó de un golpe que él mismo había preparado”. Tomábamos nuestros gin-tonic apoyados a la puerta del bar. Yo ya me había fijado que el camarero, muy próximo a nosotros, estaba muy atento a nuestra conversación. Pedimos otros gin-tonic y cuando nos los sirvió, nos miró y nos dijo con ese respeto tan sudamericano: “Perdonen ustedes, yo soy de Managua, la capital de mi pequeño país Nicaragua, poco más de tres millones de habitantes. Yo vivía en Managua cuando sucedió su golpe de estado. Y mi país vivió una situación muy parecida el 22 de agosto de 1978. Les confieso que estoy convencido de que aquel teniente coronel de la Guardia Civil visionó muchas veces la entrada del Comandante Cero y los suyos en el gran Palacio de Somoza, miren ustedes cómo será el edificio que había allí dentro cerca de tres mil personas. García Márquez escribió que fue 'un disparate magistral'. La idea fue de Edén Pastora, el Comandante Cero, que diseñó el asalto con precisión de cirujano. Les parecerá increíble pero Edén instruyó a veintitrés jóvenes soldados, ninguno pasaba de los veinte años, para que le acompañaran en la toma. Costureras confeccionaron uniformes idénticos a los de la Escuela Básica del Ejército. Compraron botas similares en un gran almacén. Pintaron las furgonetas con el color verde del ejército. Cada uno de los veintitrés muchachos tenía en su cabeza grabado meticulosamente lo que tenían que hacer dentro del Palacio”.

El camarero habla ahora agitado, le brillan un poco los ojos mientras llena de nuevo nuestros vasos. Continúa: “Miren qué coincidencia, el teniente coronel insistió mucho cuando entró en el congreso: ‘Esperamos una autoridad, pronto vendrá…’ Pues a la puerta, mientras bajaban los soldados, sólo gritó con su voz ronca y poderosa: ‘Apártense que viene el jefe’. Esta frase fue la que dijo mientras recorría los largos pasillos del Palacio. Recuerden que con el Comandante Cero iba Hugo Torres, Comandante Uno, y Dora María Téllez, Comandante Dos, una chica de veintidós años muy bella y decidida. Otra coincidencia: nada más entrar en el Salón Azul disparó una ráfaga de metralleta hacia el techo. No necesitó decir ‘¡todos al suelo!’. Los que estaban allí pensaban que era un golpe militar de las fuerzas de Somoza contra él al ver sus uniformes”.

El profesor y yo escuchamos sorprendidos el relato: “Por lo que se ve, ustedes tuvieron suerte de que el 23 de febrero no fuera un éxito. Pero aquel 22 de agosto de 1978 para asombro del mundo, todo salió bien. Pronto Edén buscó mediadores para trasladar sus peticiones a Somoza. Los obispos hicieron bien su trabajo. Para dejar en libertad a los cautivos, las condiciones eran liberar a una larga lista de presos políticos, y un avión que los llevaría a Venezuela o a Cuba. Añadió: ‘Tendrá que entregarnos diez millones de dólares’. Y la tercera condición, publicar en todos los periódicos de Nicaragua un extenso manifiesto sandinista. Las conversaciones parecían rotas. Entonces, Edén Pastora le manifestó: ‘Si no accede, cada dos horas mataré a un rehén, ya sabe que entre ellos tiene algunos familiares cercanos’. Somoza aceptó aunque logró rebajar las condiciones. El Comandante Cero vio que los suyos, tan jóvenes, comenzaban a flojear después de muchas horas de tensión y sin dormir.

El resto ya lo saben ustedes, Nicaragua fue una fiesta y aquel día comenzó la cuenta atrás del sanguinario Somoza”.

(Osvaldo, el barman nicaragüense, ya nuestro amigo, nos confiesa: “Sépanlo, toda mi familia fue sandinista, mi padre y un tío mío lucharon en las montañas a las órdenes de Hugo Torres. Hubo algún muerto en mi familia. Yo crecí sandinista. Sépanlo, Nicaragua es el país que ha dado más poetas de toda América del Sur. Allí nació Rubén Darío, el príncipe de las letras castellanas, que por cierto, se casó con una campesina analfabeta española, Francisca Sánchez. Cuando fue ministro de Cultura el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, creó talleres de poesía en todo el país. En esos años, todo nicaragüense escribía un poema. Ay, ahora se cumple un año de su muerte. Seguro que ustedes recuerdan la imagen: Juan Pablo II llega a Managua en marzo de 1983. En la escalerilla del avión le espera de rodillas el sacerdote Ernesto Cardenal a la espera de su bendición. Pero Juan Pablo II le echa una bronca de mil demonios por pertenecer al partido sandinista ‘Váyase, usted ya no es sacerdote’. Sólo un año antes de su muerte, el nuevo papa Francisco lo devolvió al sacerdocio”.

Con cierta discreción le pregunto por el presidente sandinista Ortega, con tantos enemigos hoy. Osvaldo entonces se yergue como poseído por sus ancestros sandinistas: “Es cierto, hay muchos problemas, ya saben, el dinero americano. Pero tengo un hermano aquí en Ourense, sin trabajo, que me dice: ‘Aquí casi son tan largas como allá las colas del hambre a las puertas de los centros caritativos’. Yo tengo la suerte de tener trabajo. Hace poco un cliente me regaló un disco del grupo vasco Kortatu. Me da mucho que pensar. El estribillo dice: 'Y tú hermano/ que estás privando contando batallitas,/ no me seas gachupino, gachupino huevón,/ que en tu tierra te llama la Revolución./ ¡Nicaragua Sandinista!')

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