Opinión

La conversación más terrible

Sonó una saludable carcajada de todos al reencontrarnos. No era para menos. Llevábamos un tiempo aislados. Por fin, el profesor logró convocarnos a los cinco. Te hablo, hermano lector, de nuestra combativa tertulia.

Volvemos a estar en marcha. Desde que cerró el Irish quedamos muy descolocados, y de momento nos citamos en un local provisional. Cierto, no es fácil encontrar acomodo para fulanos como nosotros que a veces discutimos muy airados en nuestras reuniones. Vamos, no tanto como para desafiarnos a duelo como sucedía a veces en las tertulias madrileñas. Eso le ocurrió a Valle Inclán, que quedó manco después de una fiera discusión.

En la posguerra, aquí en Auria, había una tertulia en cada café, sobre todo en los cafés cantantes. La “tertulia de los sabios” le llamaban a la que asistía Vicente Risco. La verdad, tengo nostalgia de aquellas tertulias en París de los españolitos que andábamos por allí perdidos. Eran tertulias como deben ser: guerrilleras y lúcidas. Recuerdo que en Café de Flore algunos días armábamos mucho jaleo. Cuando alguien protestaba por nuestro griterío, el camarero le decía: “Monsieur, qué le vamos a hacer, son españoles”.

Así que de pronto estamos los cinco en una camaradería silenciosa, como si estuviésemos alrededor del fuego sagrado. Al fin, quizás seamos la última generación que hace tertulia, que escribe a mano y que se extravía por los pasillos de una biblioteca.

Cuando uno de nosotros se muestra brillante, siempre alguien le dice “No te pongas estupendo, Max Estrella”, recordando aquella obra llena de duende “Luces de Bohemia”. A veces alguno se excede en la bebida, pero siempre se mantiene correctamente ebrio. El otro día, un tertuliano trajo a un dentista. El cabrón nos espetó arrogante: “Habláis mucho del pasado…” De inmediato le respondió el psiquiatra: “Mire usted, es necesario hablar del pasado para celebrar el presente. Haga el favor de dejar ese instrumento telefónico que lleva en la mano como si fuese el Magnum 44 de Clint Eastwood. Déjelo allá al fondo, donde están todos”.

El pintor está muy pálido y pide una humilde manzanilla. “No os he llamado porque no os quiero dar lástima. He pasado un mes en el sanatorio. Lo jodido es que el médico dice que es una enfermedad rara. Me sentía como un lóbrego mamífero que llora. Pero se me añadió otra desgracia: en la habitación de al lado alguien se quejaba sin interrupción. Estuve por arrastrarme hasta su cama y decirle el verso de Valente: ‘Si esta fuera la hora,/ dame la mano, muerte,/ para entrar contigo en el dorado reino de las sombras’. Todo cesó a la semana, no he querido preguntar”. El profesor le dice pensativo: “Qué bella su frase, define al humano: ‘un lóbrego mamífero que llora’. Permíteme solidarizarme y recordar a Wilde: ‘Señor, líbrame del dolor físico que del moral ya me encargo yo”.

Qué barbaridad, en esta primera tertulia estábamos todos llenos de citas poéticas. Por fin, el músico dice: “Hablemos de cine. Me las he arreglado para ver la película de Aménabar ‘Mientras dure la guerra’. Va sobre la guerra civil española. Sí, hay muchas películas sobre el tema, pero esta es indispensable. Ah, nuestra maldita guerra civil. Aún hace nada se descubrió la mina de Camuñas, en el fondo del pozo había centenares de cadáveres.

”Cómo me conmovió la escena crucial: la terrible ‘conversación’ entre Unamuno y el macho temerario Millán Astray. Aquel 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca estaban allí las inevitables dos Españas. La cultura y el humanismo contra lo macabro y el ‘viva la muerte”.

El músico sigue hablando, ahora con emoción. “Qué certera frase para reflexionar: ‘Venceréis pero no convenceréis’. La película me ha invitado a leer mucho sobre nuestra guerra civil. Unamuno dijo: ‘Los dos bandos fueron malos, pero los sublevados fueron peores”. Y añadió lúcido: “La verdadera causa fue el resentimiento del pueblo español contra sí mismo”.

El tertuliano saca un bloc del bolsillo: “Oíd cómo se las gastaba Queipo de Llano: ‘Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen. ¡Id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar a todo el que no piense como nosotros”.

(Hoy, en nuestro reencuentro, quizás nos hallamos pasado con el vodka. Pero Dostoyevski dice: “El vodka calienta el alma, incita a la conversación y suelta la lengua”. Miro al fondo y veo esparcidos nuestros cinco teléfonos, casi todos antediluvianos.

Estamos jodidos, hermano lector, nos espían de todas partes.)

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