Opinión

Criatura milagrosa

ALBA FERNÁNDEZ
photo_camera ALBA FERNÁNDEZ

MIÉRCOLES, 7 DE SEPTIEMBRE

Dijo Luz con orgullo: “Soy una mujer de aldea”, y se sintió feliz caminando entre las piedras milenarias de Celanova. Ya sabes, el domingo le dieron el premio Casa dos Poetas en una jornada conmovedora. Luz estaba radiante, en breve sacará disco y saltará a los caminos por varios continentes. Cierto, ser una estrella tiene sus inconvenientes y Luz, con paciencia casi bíblica, atendió a todo el mundo.

Ay, pasaron los malos tiempos, esos en que la vida viene con la carta más baja. Pero hermano, hermana, te cuento aquella noche hechizante en que la conocí. Comenzaba con fuerza la movida madrileña. A las doce de la noche, “El Búho”, un programa de radio, callaba Madrid. Pasaban por allí todos los grupos de rock madrileño. Lo dirigía Paco Pérez Bryan, yo intervenía con frecuencia. Cielo santo, la veo ahora llegar al programa por primera vez, luminosa, sus ojos grandes parecían traspasar las paredes. Traía bajo el brazo su primer disco, “El ascensor”, un tema divertido y prometedor. Su halo nos impresionó a todos los que estábamos en el locutorio y guardamos silencio. Dicen que el amor a primera vista no existe pero, como en una cita del destino, cuando Pérez Bryan y ella cruzaron la mirada todos los que estábamos allí supimos que ya no teníamos nada que hacer. Ay, han pasado más de cuarenta años de aquel florido instante y tenías que ver cómo se miraban durante la comida. Parecía tener el don de las hadas y los duendes.

Recuerdo su concierto en 2019 en el Auditorio de Ourense. Lo conté cuando me tocó hablar en el acto. Hubo un momento en su actuación en que se quedó inmóvil como una estatua. Después, caminó lentamente por el escenario. Ese instante todavía me persigue, cómo te diría, nos espetó su mirada casi retadora, parecía preguntarnos ¿qué hacéis con vuestras vidas? No necesitó hablar nada, su mirada nos dio el recado. Sí, salimos de una época infame pero “lucha y vívela poéticamente”. En esos instantes, mientras sus ojos grandes nos miraban, sentimos todos los que estábamos allí algo así como un aliento sagrado.

Recuerdo aquellas tardes en su apartamento cuando trabajábamos escribiendo las letras. Con frecuencia no es tan fácil porque te dan la música y tú tienes que encajar con mano de cirujano la palabra exacta en el estribillo. Contaré aquella anécdota divertida. Era el último día, terminamos los temas y suena al teléfono la voz autoritaria del ejecutivo de su casa de discos: “Luz, no hay más tiempo, mañana a primera hora quiero todos los temas aquí”. Sucedió que en la mesa había un folio con una letra de Ramoncín, era la última. Lo jodido es que sólo estaba hasta la mitad. Luz llama aquí y allá pero el cantante no da señales de vida. Uno de los dos dijo con inocencia: “No queda otro remedio, lo terminamos nosotros”. Así fue. Cielo santo, dos días después suena una voz amenazante y chulesca: “Eres un cabrón, Jaime, así que me andas robando mis temas. Ya daré contigo”. De aquellas, Ramón pisaba fuerte en Madrid. El escritor Paco Umbral lo apadrinaba y Felipe González lo invitaba a aquellas reuniones en la “bodeguilla”. Menos mal que Luz intervino con su sabiduría y dos días después nos abrazamos.

Una de mis canciones favoritas es “Meu pai”. Ahora que es tiempo de familias alternativas, ella siempre cuenta que tuvo una familia singular, tuvo dos padres y una madre. La escribió pocos días después de morir su padre. “Muchas veces le vi/ lamiendo sus heridas./ Lo fui todo para él./ Lo más dulce, lo más cruel”. Me lo contó conmovida: “Era una niña, mi padre taciturno y pensativo. Fue como un impulso, me levanté en la noche, fui a su habitación, lo abracé y le dije ‘te quiero’. Una magia creció entre los dos”.

El domingo, en Celanova, todo tuvo duende, ella recitó versos, los políticos no se excedieron y hubo una comida pantagruélica. Ella y yo nos contamos confidencias. El demoledor éxito no ha desalojado su humildad. Le pregunté cómo se defendía de esa canalla de la prensa y la televisión del corazón. Me dice riendo: “Pues mira, me escapo por otra senda cuando el peligro acecha”.


(Qué decir de ella, si hasta la alcaldesa de París se despierta escuchando sus canciones y tiene la distinción más importante de Francia. Cuando tantos hemos llorado escuchando “Piensa en mí”. Luz me dijo al oído: “Hay que quererse”. Cuando se iba, yo recordé aquella pintada en un plaza de Madrid: “Luz, criatura milagrosa”).

Te puede interesar