Opinión

Cuéntame un cuento

A veces, muy pocas, sucede. Extrañamente ocurre que un objeto llama por ti. Vamos, parece rogarte que lo tomes en tus manos. O lo abraces.

Me acaba de suceder, hermano. Es un libro que leí en mi infancia y que marcó mi adolescencia. Me pregunto qué extrañas manos lo colocaron en mi mesa. Quién lo extrajo de un lugar olvidado de mi algo menguada biblioteca. Quizás fui yo, sonámbulo, guiado por los hados, quien lo colocó.

(Ilustración: Alba Fernández)

(Ilustración: Alba Fernández)

Ayer lo tomé y leí sus frenéticas y breves cien páginas. Sabes, me ocurrió como si hubiera engullido un bebedizo preparado por las manos sabias de un hechicero. Así que, hermano, si andas un poco quemado como yo porque los dioses no soplan a tu favor, no te vayas a cortar las venas. Qué va. Guarda tu frasco de ansiolíticos y, venga, abre la primera página, con calma, como la indígena Juana ordenó a Kino abrir la concha que contenía la perla. Comienza: “Kino despertó antes de que aclarara. Las estrellas brillaban todavía y el día sólo había extendido una tenue capa de luz en la parte más baja del cielo…”

Léelo en voz alta, como yo. Ojalá, hermano, hayas tenido un abuelo algo mágico como el mío que te contara historias de aparecidos y relatos cercanos a este libro. Ay, yo lo escuchaba boquiabierto al lado del fuego. Qué malos tiempos, hemos perdido la magia y ya no escuchamos las voces de nuestros antepasados.

‘La perla’ está basada en una leyenda de los indígenas pescadores de perlas que vivían en sus humildes cabañas al lado del mar. Sabían que era suficiente: un hombre con una barca puede garantizar a su mujer algo de sustento.

Kino era un pescador, pero no de peces. Era un pescador de perlas. Cuando salía en la barca y se sumergía tres largos minutos, siempre soñaba con recoger la mejor, la madre de las perlas. Había vivido muchas vidas al lado del mar y sabía que las posibilidades de hallarla estaban en contra. Pero a veces la fortuna y los dioses pueden estar a tu favor.

Ah, los dioses son caprichosos, te dan el premio y con frecuencia una desgracia. Ya decía el filósofo en la plaza de Troya que a los dioses no les gusta que seamos felices. Prefieren contemplar desde su tarima cómo sufrimos infortunios, cómo apenas rozamos eso tan inasequible que llaman felicidad. Bueno, hermano, según qué felicidad. Bob Dylan cantó “no confundas la felicidad con el edificio de enfrente”. Y mira tú, ahora la máquina que piensa te repite sin interrupción ‘la felicidad es ir a la tienda’. Qué le vamos a hacer, estamos en la jauja de los mediocres. Y tú, hermano, qué le responderías a la gran pregunta de Hamlet: “¿Estás a la altura de tu destino?”

Volvamos al relato. Allá en las lejanas aldeas mejicanas, los nativos temen ir a la ciudad y perciben cuándo la ‘música del mal’ suena sobre la aldea. Entonces se acuclillan sobre el fuego para alejar a los malos espíritus. Aquel día un escorpión picó sobre el cuello de Coyotito, el pequeño hijo de Kino. El médico escupió a su criado “Si no tienen dinero, diles que no estoy”.

No me resisto a contarte una parte de la historia. Kino, se sumergió y escuchó la llamada de la concha. Quizás la concha le llamó como a mí me llamó el libro, ‘La perla’. Ya en la cabaña, Kino la contemplaba alucinado. Juana, su mujer, con el pequeño llorando en sus brazos, ordenó “Ábrela”. Y allí estaba la perla, perfecta como la luna.

Con hierbas Juana curó a su hijo. Quizás me haya pasado, pero no desvelo más, sólo alguna reflexión.

(Ay, la voz se corrió por las fantasmales calles del poblado.

Y rondaron las cosas negras no humanas. En el pueblo sonó la ‘música del mal’. Un golpe de riqueza es con frecuencia un maleficio. Vas leyendo las frenéticas últimas páginas y tú mismo le dices a Kino “Huye, huye con Juana de los rastreadores del alma…” Malditos, ahí están los rostros ennegrecidos e invencibles de la envidia y la codicia.

Casi me olvido, no te he dicho, hermano, quién escribió ‘La perla’. Los críticos afirman que sólo por estas cien páginas ya merecía el Premio Nobel. John Steinbeck. Se lo dieron, cierto, más por su obra ‘Al este del Edén’. Pero yo prefiero esta historia. ¿Recuerdas cuando Celtas Cortos cantaban “Cuéntame un cuento y verás qué contento…”?)

Te puede interesar