Opinión

“No digas hijos, di reliquias"

Ilustración Alba Noguerol

Hoy la tertulia está llena de melancolía. Aquí está el jodido otoño con sus lluvias y los transeúntes que caminan como desorientados, vamos, algunos parecen ir al patíbulo.

Hoy estamos pensativos y silenciosos los cinco tertulianos. Sin más, todos decidimos engullir licor café, esa bebida milagrosa. El profesor permanece inmóvil en su silla. Intuimos, algo nos quiere comunicar. Va y nos espeta: “Recordaréis el palo que me dio mi hijo. Le puse un billete de avión para ir al visitar La Higuera, allá donde murió el Che y donde yo estuve cuando tenía veinte años. Qué cabronazo, casi me tira el billete a la cara. Su respuesta fue como una puñalada, ya os la conté aquí: ‘Déjate de batallas, papá. Prefiero que me compres una buena chupa de marca y una PlayStation último modelo’.

Imaginaos lo jodido que quedé. Le di muchas vueltas a eso en mi cabeza. No me iba a derrotar así como así. Pensé en mi contraataque. Sucedió ayer. Llegó de sus clases y de nuevo volvió a quedar muy sorprendido cuando le dije: ‘Sobre la mesa hay dos billetes de avión, nos vamos estas navidades’. Esta vez no le di opción. ‘Nos vamos a Argelia con la ONG de unos amigos. A Tinduf, donde están los refugiados saharauis, ya sabes, allí no tienen agua corriente, malviven en tiendas, la anemia acosa a las mujeres y los niños corren desnutridos por la arena. Les llevaremos medicamentos y durante veinte días trabajaremos duro con ellos. Así que espabila’. Esta vez le hablé con tanta firmeza que no se atrevió a decir ‘déjate de batallas, papá’. Murmuró muy bajo algo así como: ‘Uf, bueno, pero no me rayes’, y se escabulló enseguida a su habitación”.

Todos los tertulianos sonreímos. El psiquiatra dijo casi eufórico: “Esto merece más licor café”. La tertulia derivó hacia las revoluciones. Alguien hizo una pregunta. “Decidme, ¿cuál ha sido para vosotros la revolución más hermosa?” Quedamos sorprendidos. Todos pensamos en los días que más nos conmovieron. Inevitablemente uno afirmó: “Para mí, aquellos días en que por las calles de París se gritó ‘Prohibido prohibir’ y ‘La imaginación al poder’. Al fin, nosotros los cinco somos hijos del mayo del 68”. El psiquiatra ironizó un poco cruel: “No digas hijos, di mejor que somos reliquias del 68”.

El licor café desata la lengua y une. El contertulio del que sólo sabemos el nombre dice con autoridad: “El día más hermoso fue el 1 de enero de 1959, cuando Fidel y sus barbudos entraron aclamados en La Habana. Ay, éramos muy jóvenes, ya no cumpliremos aquella promesa: ‘Si algún día entran los gringos en Cuba juro estaré allí, a tus órdenes, comandante”.

El contertulio más silencioso dice un poco emocionado: “Para mí, la noche más hermosa fue la del jueves 9 de noviembre de 1989, cuando miles de berlineses del Este arramplaron con el punto de control de Bornholmer Straße y, qué sorpresa, cayó el muro de Berlín”.

Corre el licor café esta tarde en la tertulia. Nos sentimos felices contando nuestras batallas. Por fin, el profesor nos manda callar con autoridad y dice con pasión: “Os olvidáis de la revolución más radiante. Entonces los universitarios de Santiago montábamos bronca día sí y día no. Eran los últimos coletazos del franquismo. Yo pertenecía a la combativa Liga Comunista. De pronto nos llegaron alarmantes noticias de Portugal. Aquel 25 de abril del 74 hubo una airada asamblea en mi facultad. Un alumno portugués tomó la palabra y gritó: ‘Cayó la dictadura salazarista. Los capitanes tomaron el poder’. Como pudimos, nos pusimos en marcha en un abollado Simca 1.000. En la frontera había mucha confusión y, para sorpresa, pasamos sin dificultad. Nuestro destino era Oporto, donde teníamos contactos. En los pueblos donde parábamos, al ver nuestra matrícula, nos abrazaban con alborozo. ‘Ahora, hermanos españoles, ahora les toca a ustedes su 25 de abril”.

Los contertulios le escuchamos un poco contagiados de su entusiasmo. “Creedme, no hay nada más conmovedor que los tres o cuatro primeros días de una revolución. El tópico fue cierto, los claveles hacían el amor con los fusiles. Mirad que es bonita esa canción que esos días escuché sin interrupción ‘Grândola, vila morena;/ terra da fraternidade. / O povo é quem mais ordena/ dentro de ti, ó cidade”.

(Tenemos un contertulio filósofo del que sabemos poco. Es calvo en la coronilla solamente, como un monje tonsurado. Con frecuencia suele ser certero en la última reflexión. “Qué envidia, fuiste excesivamente feliz esos días en Portugal. Ay, los dioses se divierten desde su tarima mirándonos a los hombres. Y cómo se entretienen los dioses al ver cómo los poderosos de la Tierra nos dejan jugar a los ingenuos a la revolución. Sólo un rato. Pronto deciden ‘Game over”.)

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