Opinión

Dinero pero no caricias

Hoy la tertulia derivó hacia el inquietante mundo de la muerte y el escabroso tema de los suicidas. Fue el tertuliano psiquiatra quien decidió. Va, de entrada, se dirige a mí: “Vosotros, los que escribís en los periódicos, cometéis muchos errores. Hasta ahora, la norma en los diarios era ocultar estos casos. Y taparlos es un error. Hay que darle visibilidad, reflexionar y prevenir. Es mentira ese tópico de que si en la prensa sale que alguien se quitó la vida, de inmediato lo hacen otros”.

Los cinco tertulianos quedamos pensativos. Interviene el profesor: “Es bien cierto que esta ciudad y provincia han dado grandes cosechas de suicidas. Pienso que Auria, de alguna manera, tiene un destino literario y vagamente drámatico”.

Interviene el pintor: “Sí señor, qué lírica definición de Ourense. Ya el inolvidable Trabazo afirmó que esta ciudad es la más cantada por los poetas. Y también ha dado grandes cosechas de locos, muchos locos. En tiempos pasados, cuántos se tiraban desde el puente. Y en los veranos siempre había ahogados, muchos ahogados. Se decía que las ninfas del Miño querían cobrar sus tributos ancestrales”.

El músico niega con la cabeza: “Esas son leyendas, no creo que haya más suicidas que en otras ciudades”. Ay, amigo, el psiquiatra levanta la voz un poco alterado: “Mira, el mítico doctor Cabaleiro conocía muy bien nuestros cerebros. El enorme sanatorio de Toén siempre estaba a rebosar. Al lado, el pabellón de detención de suicidas. Los paisanos se ahorcaban con frecuencia en las cuadras ante la mirada sabia de las vacas”.

Hay un silencio inquietante. Alguien le pregunta: “¿Por qué sucedían estas cosas en Ourense?” El psiquiatra se dispone a hablar, está en su salsa: “Hay un puñado de razones. Te marginaban, es de la familia de los suicidas. Hoy sabemos que las crisis tienen fecha de caducidad. Con frecuencia el que se suicida no busca la muerte sino acabar con el dolor. Pero la gran tragedia de este trozo de mundo ha sido la emigración. Ya a principios del siglo pasado, largas filas de aldeanos casi analfabetos y hambrientos subían a los barcos en el puerto de Vigo hacia Sudamérica. Las familias se rompían, la suerte era distinta. Las cartas de letras apretadas eran escasas. ‘Espero que al llegar esta carta estén bien de salud…”

El psiquiatra se detiene pensativo, casi hay tristeza en sus ojos: “Hubo otra emigración que golpeó con saña el alma de la provincia. Eran los cincuenta de posguerra y miseria, cuando se abrieron las puertas de Centroeuropa. Todos partían hacia Alemania y Países Bajos, algunos a Francia. Humanamente hablando, fue terrible. La abuela al cargo de los hijos, del ganado y del campo. Cuántas infancias mutiladas. Yo los vi en mi internado, era Navidad; ay, recuerdo la mirada vidriosa de los que tenían que quedarse en el colegio. Sí, papá mandaba dinero pero no caricias”.

El psiquiatra continúa: “Todos sabemos que una infancia dolorida trae un devenir peligroso. Esos años, si veías a un bebedor, fijo que era hijo de emigrantes. Si alguien caminaba con paso airado de suicida, era hijo de emigrantes. Si alguien se peleaba, era hijo de emigrantes. Si era infeliz y desvalido, era hijo de emigrantes. Si se miraban al espejo y tenían miedo, eran hijos de emigrantes”.

Me decido a intervenir: “Voy a contar mi experiencia que refleja esa herida de la emigración. Justo al lado de donde yo vivía, en Verín, un joven se crio con su abuela. Regresaron sus padres cuando él era adolescente. Pusieron un bar, como muchos de ellos. Qué conmovedor era observar cómo el chico huía casi despavorido de sus padres. Siempre me ganaba al futbolín por una extraña rabia que le poseía. Mira que el padre buscó todas las formas de acercarse a él. Murió su abuela. Meses después él se lanzó con su coche por un alto precipicio”.

(Al final hablamos de los cementerios en que yacen los que amamos. Ah, el de Père-Lachaise en París. Es el más visitado por mi generación. Allí están Oscar Wilde, Chopin, Édith Piaf. Pero todo el mundo se detiene ante la lápida de Jim Morrison, nunca falta un mensaje. Qué certero su epitafio “Fiel a su propio espíritu”. A ver si cumple Javier Vargas: “Jaime, prometo llevarte a la tumba de Jimi Hendrix, allá en Washington”.

Lo he contado alguna vez. Hoy, que es el día de los muertos, es inevitable que lo rememore. Hasta no hace tanto era el cementerio más desolado del mundo: aquel cementerio abandonado de Larache. Allí vi profanados y patéticos los restos de los héroes españoles que lucharon en el Rif. Sólo la tumba solitaria de Jean Genet estaba cuidada. Jamás vi tal desolación. Quizás lo recuerdes, hermano lector: para sorpresa de todos, Juan Goytisolo decidió enterrarse allí, al lado de su amigo Genet. Ante esto, las olvidadizas autoridades españolas reconstruyeron aquel mítico campo santo bañado por el mar.

Tantos poetas suicidados. Camus afirmó: “Sólo hay un problema verdaderamente serio, el suicidio”. La griega Safo, Alfonsina Storni, el club de los poetas de los veintisiete años, Pavese… El colombiano José Asunción Silva: “Doctor, pínteme el lugar exacto del corazón, soy muy mal tirador”. Después todos convidados a su fiesta. Al final, toma el revólver. Es un dandi, no se olvida de colocar una esponja en su pecho para evitar que la sangre manche su traje).

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