Opinión

El chaquetón de Camilo

Alguna vez escribí sobre él. Hoy que ha fallecido el legendario guerrillero, tengo que recordarlo. “Póntelo, vístelo, Jaime, ya verás qué calor. De mozalbete, con este chaquetón recorrí sierras, montes nevados y caminos secretos que me llevaban a nuestra madriguera. Sabes, hacíamos como el zorro que al caminar borra sus huellas con el rabo. El chaquetón me lo hizo a escondidas un sastre republicano de la calle de la Paz. Mira tú, cuando ofrecían un montón de billetes a quien nos delatara. Lo recuerdo bien, el primer día que lo vestí entré en acción. Era domingo, y el fulano que íbamos a buscar era un asesino cruel. No quiero dar datos. Llegué con los míos al pueblo cuando salían de misa los paisanos. Un enlace nuestro lo señaló. Lo llevamos a la plaza del pueblo. Alguien leyó su lista de fechorías, delaciones y matanzas. En el medio de la plaza, ante todos los vecinos quedó el cadáver de aquel verdugo”.

Ah, cuántas veces fuimos Augusto Valencia y yo a visitar a Camilo de Dios a su casa. Augusto era su camarada y su amigo del alma. Siempre había un buen vino y algún dulce, y eso tan sagrado que es la amistad. Las conversaciones se alargaban hasta la madrugada. Las imágenes de Miró que cubrían su pared nos contemplaban. Sería media noche cuando salió y regresó con el poderoso chaquetón de cuero. “Póntelo, vístelo, Jaime. Con estos chaquetones le dábamos miedo a la guardia civil, bueno, siempre le dábamos miedo. Ellos luchaban por un sueldo mísero y nosotros por un ideal”.

No te miento, hermano lector, a partir de ese día, en algunas ocasiones, él, siempre cálido, me traía el poderoso chaquetón. Él le guiñaba a Augusto y yo me sentía feliz. Ese chaquetón llegó a obsesionarme. Soñé que iba a su lado por los montes a hacer la revolución.

Ay, viene a mi mente aquella canción de Topo: “Mis amigos… con los que jugué, ¿dónde estarán? / con  un cigarro en la boca arreglábamos el mundo / mis amigos… con los que iba a hacer la revolución, ¿dónde estarán? / en un presidio se pudrirán”.

“Mira, Jaime, cómo pesa. Te da un porte militar y clandestino”. Cómo nos reíamos, corría buen licor café y Augusto nos miraba con sus ojos sabios. Por qué no contarlo, una noche de confidencias me mostró algo que tomé tembloroso en mis manos. No te digo qué, hermano.bty

Una tarde, Augusto trajo un video que nos emocionó. A Camilo le resbalaron las lágrimas. “Cómo pudo ser”, dijo. 1939: El general ferrolano no perdonó. “Tendrán que redimirse”. Ay, o al paredón. Hermano lector, piensa, no fue hace tanto. Camilo optó por combatir por los montes. Pero cientos de miles de republicanos huían por los nevados Pirineos hacia Francia. Terrible verso, “Ay del vencido”. En el vídeo se veían ancianos, niños, carros desvencijados, hombres heridos en una bíblica fila. Encima, los aviones del general bajaban a ras de suelo para ametrallarlos. Ah, los líderes ya habían partido en cómodos aviones hacia países amigos.

He de escribirlo y recordarlo, qué cabrones los franceses, los recibieron despectivos, los desarmaron y los encerraron en campos de concentración. “Ay del vencido”.

Es ya un mito aquel desolador 19 de marzo de 1949. “Fue el mayor fracaso de mi vida de guerrillero”. Le pregunté a Camilo qué falló en aquella misión. Por fin, una tarde me lo contó lleno de tristeza. Se ha escrito mucho sobre ello, pero pocos o nadie conocen la verdad. Hay mucha confusión en los datos. Recordemos. Bajó con un grupo de maquis a la ciudad. El objetivo era ajusticiar a dos sanguinarios torturadores. Todo parecía ir bien. Pernoctaron en casa de uno de los suyos y, de mañana, montaron su campamento en Montealegre. Era el Día del padre y había mucho jaleo en las calles de la ciudad. Dos maquis se acercaron discretos al cine Xesteira. Allí un cómplice les diría el lugar exacto. Aún hoy se duele Camilo: “No sé cómo hicieron aquello. Eran dos hombres expertos. Cierto que llevaban mucho tiempo por los montes. Alguno dijo ‘Vamos, nadie nos reconocerá’. Pero la calle Villar era un nido de delatores”.

El resto ya lo sabes. “Los guardias civiles entraron a bombazos en el monte. Nosotros también estábamos bien armados. Rompimos el cerco y nos refugiamos en la casa de la plaza de las Mercedes. Toda la ciudad vio quemar la casa. Yo desperté en un calabozo atado de pies y manos”.

Cierto, acaba de fallecer una leyenda. Qué bien lo contó Iglesias Sueiro: “Fue torturado y ha perdonado. Al odio ha respondido con amor”.

(Ay, qué daría yo por tener el chaquetón que le hizo el sastre clandestino de la calle de la Paz).

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