Opinión

El coche fantástico

MARTES, 8 DE NOVIEMBRE

Caminaba yo cerca del parque de San Lázaro, justo en la zona donde está la escultura del mítico coche “Alpinche” que creó Estanislao Reverter. De pronto, se me acerca alguien ya mayor, se dirige a mí con cierto tono de reproche y me espeta “Leo sus artículos de vez en cuando, pero me sorprende que jamás le haya dedicado una línea a este formidable piloto que fue Reverter”. Y añade con tono más airado “Sepa usted que es pura historia de la ciudad, un gran campeón. Corrió en los rallies más importantes del mundo y después de años encerrado en su taller dio vida al ‘Alpinche’ que competía con éxito con Ferraris o Mercedes”.

Mi interlocutor habla cada vez más agitado. Trato de apaciguarlo “¿Cómo se llama usted?”.  El hombre se resiste a dar su nombre “Eso no importa, pero que sepa que allá en los setenta fui copiloto con cierto éxito en los rallies de las Rías Baixas y en el de Ourense, que después de muchas dificultades logró llevar adelante Reverter”.

Cielo santo, para qué le dije aquello, no sé cómo me atreví, qué metedura de pata, quizás me salió mi lado progre “Cierto que fue un mito para muchos ourensanos, y yo me incluyo, pero muchos creemos que es un exceso, que este lugar privilegiado lo debería ocupar gente de las letras, por ejemplo de la Xeración Nós, que ya sabe, crearon la leyenda de la Atenas de Galicia”. ¡Para qué diría yo estas palabras! El hombre me mira con ojos encendidos. Levanta la voz y me escupe “Mire usted, ‘juntapalabras’, no me venga con monsergas, el automovilismo que tiene tantos aficionados también es cultura”. Después, mirándome altivo, añade “Sepa que en mi bachiller estudié latín y griego y conozco aquella civilización. Entonces, a los grandes atletas les levantaban estatuas en las plazas más nobles de la ciudad. Seguro que usted ha visto aquella película de romanos, Ben-Hur. Yo he visto tantas veces aquella carrera de cuádrigas. Ya entonces, los conductores de los carros eran los más celebrados en Roma. Incluso Carlomagno fue un gran conductor. Entonces, a los vencedores les arrojaban flores y hojas frescas y cubrían su cabeza con una corona de olivo salvaje”.

Mi interlocutor está lanzado “Usted, ‘juntaletras’, de esto nada. A lo mejor no ha visto ni el Discóbolo”. El fulano ya se empieza a pasar conmigo así que le digo “No me venga con exámenes de bachillerato. Todos sabemos que el Discóbolo fue creado cuatrocientos cincuenta años antes de Cristo”. Me asombra, mi interlocutor conoce todos los secretos del “Alpinche”, incluso me dijo “Yo estaba allí el día de su debut en la novena edición del ‘Rías Baixas’. A pesar de todos los problemas, quedó tercero”.

Pasaron unos días de este incidente y busqué más información sobre el “Alpinche” de Estanislao Reverter, y sin duda su escultura merece estar allí, al lado del Parque de San Lázaro. Allá en el 71 “se le ocurrió la idea de meter la mecánica Porsche en la carrocería de un Alpine A110-1300”. Aquí siempre hubo buenos pilotos, como Pavón, José Luis Sala o Beny Fernández, el mejor discípulo de Reverter.

Pasarían cuatro o cinco días cuando en un bar del centro me encuentro de nuevo con este hombre. Menos mal, llega sonriente, sin el tono agresivo de nuestro primer encuentro. Me da una palmada en el hombro y me dice “Ya se habrá usted enterado de quién era el gran Reverter”. Se sienta en mi mesa, saca su cartera y me enseña una fotografía en la que él está dentro de un coche fascinante y deportivo. Va y me dice orgulloso “No conoce este coche, ¿verdad? Pues sepa que yo he sido de los pocos españoles que lo condujo allá en el año 1961. Jamás se construyó un coche así en la historia de este país. Volaba. Yo lo puse a doscientos diez pero allá en los cincuenta superaba los doscientos cincuenta kilómetros por hora. Mire qué estampa tiene. Fue una locura de automóvil. La marca Pegaso española lo lanzó como estandarte de su marca. Es un Z-102, deportivo, descapotable, aerodinámico y batió el récord del mundo en las 24 horas de Le Mans”. Yo le escucho sorprendido y le digo “Esto costaría una barbaridad, ¿cómo pudieron construir un coche así en aquellos años de posguerra?”. Se ríe, me dice “De aquellas, el Seiscientos costaba sesenta y cinco mil pesetas. Aquellos primeros Seiscientos que llamábamos el ‘mirabragas’ porque tenía las puertas con aperturas invertidas. Imagínese. Pues aquel Pegaso deportivo costaba medio millón de pesetas en aquellos tiempos. Jamás olvidaré aquella sensación al conducirlo. A mí me lo dejó conducir un mecánico de A Rúa que tenía un taller en Madrid. Por su precio y su singularidad sólo se construyeron 86 Pegasos deportivos. Hace poco, en una subasta en Estados Unidos, su precio alcanzó casi el millón de dólares”.

(Se va mi interlocutor que tanto ama el automovilismo. Aún va y ahora, ya amistoso, me dice “Estanislao Reverter era un mago. Sepa que marcas europeas quisieron fabricar el Alpinche en serie. Créame, ‘juntaletras’, con algunos cambios, podría haber competido sin complejos con esa leyenda que fue el Pegaso Z-102”).

Te puede interesar