Opinión

El “traballiño” del “raioto”

Día siguiente a las elecciones. Fieles a nuestra cita semanal, allí estamos los cinco tertulianos. Los miro y me digo: “Qué malas caras tenemos todos”. Alguien retira con desdén los periódicos con sus primeras páginas llenas de titulares perturbadores. Una losa tecnocrática parece cubrirnos. Como si una melancolía implacable rondase por las mesas. Cómo se ha podido llegar a esta degeneración.

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De pronto, el profesor se yergue y dice: “Que ni dios se atreva a hablar de política esta mañana, mis queridos amigos. Al fin, a la familia no se la escoge, pero a los amigos, sí”. El pintor reflexiona: “Yo creo que a los enemigos también los escogemos nosotros. No a cualquier ‘pringao’ le vamos a dar esa categoría. Hoy invito yo, cumplo cincuenta años camino del cielo. Hoy beberemos aquel elixir de los tiempos en que estábamos llenos de sueños. Ah, el gin-tonic, la bebida preferida por nuestra generación. Entonces leíamos mucho a Hermann Hesse y a Thomas Mann, su mensaje sigue más vigente que nunca, un mensaje a la resistencia.”

Todos le damos un buen trago. El psiquiatra hace el brindis: “Entereza ante el destino”. La tertulia se anima, ya estamos con el segundo gin-tonic. El músico filosofa: “Que tu vida sea leve a tus cincuenta, hermano, pero hay que tener cuidado, los ‘jazzmen’ suelen decir que ser demasiado feliz propaga el desasosiego y la tristeza”.

Interviene el profesor: “Cierto, vivimos malos tiempos. Abundan las masas cretinizadas y la elegancia y el respeto escasean. Pero hay excepciones... les cuento. Iba yo en mi coche a la entrada de la ciudad. De pronto, otro automóvil me dio un seco golpe. Pensé ‘vaya jaleo que me espera’. Pero, sorpresa, enseguida el hombre baja del otro coche y se acerca a mi ventanilla. Me dije ‘este tipo me va a arrear’. Pues no. Actuó justo como un ‘gentleman’. Me pidió perdón, me dio su tarjeta y la de su abogado y me dijo: ‘¿Le parece que lo arreglemos así?”.

La tertulia discurre por estos caminos, pero es el cumpleaños del pintor. Alguien dice: “Esto parece un funeral y ya vamos por el tercer gin-tonic. Así que hoy te toca a ti, ‘raioto’. Cuéntanos cosas de esos hombres malos de la ‘raia”.

Allá voy. “Mirad, el fin de semana anduve por allí. Son tiempos sombríos y la ‘raia’ parece vibrar de nuevo, clandestina. Barras americanas a todo tren. Casinos. Casas clandestinas de juego. Personajes que huelen a camello ya de lejos.

”Aún estaba abierto aquel tugurio de la época del contrabando. Sería en el 76 cuando conocí al fulano en Vila Verde da Raia. Allí podías comprar un arma, adquirir cualquier producto, jugar una partida con jugadores profesionales, negociar con tipos de todas las calañas. Hasta trileros había por allí. Pero yo quería conocer a aquel ‘killer raioto’ del que me habían hablado tanto. Por fin, con la ayuda de un mafioso de Oporto logré conectar. Era un hombre menudo, de ojos hacia adentro y distante. Mi amigo le dijo: ‘Este españolito quiere que le hagas un traballiño’. Allá nos fuimos a un rincón. ‘Es de confianza’, insistió mi amigo. Me clavó sus ojos capaces de percibir todos mis secretos. Fue directo y concreto. ‘Si hay que darle una paliza no necesito informes. Sólo la foto, la mitad por adelantado. Si es cosa más seria, dejarlo tullido o darle matarile, cambia el negocio. Sepa usted que, aunque este es mi oficio, tengo mis principios. Y mucha devoción por la Virgen de Fátima. Trabajo solo. Pero si me encarga liquidar a alguien, yo tengo que estar seguro de que él se lo merece’.

”El tipo no desconfió de nosotros. No quería, pero después de insistir y beber vino verde nos contó uno de sus métodos. ‘Fue allá en una ciudad de Castilla hará seis meses. Fiel a mi costumbre, me mostraron que era una muy mala persona. Allá me fui, el fulano tenía una fábrica a unos diez kilómetros de la ciudad. Se accedía por un camino rural. Lo seguí varios días. Él conducía un coche de alta gama, yo alquilé otro más modesto. No quiero darles muchos datos. Lo cierto es que le provoqué un leve accidente. Enseguida me aproximé a su ventanilla. Muy humilde, le pedí perdón y con mi brazo toqué su nuca en gesto amistoso. Créame, sólo hubo un golpe seco. El golpe que me enseñó un torturador de la PIDE de Salazar’.

(”El ‘killer’ hace una pausa, nos mira irónicos, como satisfecho de su trabajo y continúa: ‘Al día siguiente hice lo habitual, compré el periódico de la ciudad. Busqué la página de sucesos. Un lamentable accidente, decía. Un día después mi cliente ya tenía el recorte en su bolsillo”.

La tertulia termina. El profesor ríe: “Menos mal que el que me embistió a mí era de ley”.) 

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