Opinión

En el lado canalla

ALBA FERNÁNDEZ
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JUEVES, 6 DE OCTUBRE

Te cuento de Jesús Quintero, “el Loco de la Colina”. De lo que escribo es testigo el poeta Antonino Nieto, que también se dejaba caer por la cervecería La Alemana allá en la plaza de Santa Ana. Con frecuencia se montaba allí una tertulia al lado del gran ventanal. El mismo lugar donde Hemingway escribía sus crónicas de la Guerra Civil española. ¡Ay!, hasta en 1967 se sentó allí el animal más bello del mundo, Ava Gardner, muy bebida, abrazada a su gran amor, el torero Dominguín. Parece ser que el local sigue como antes y hasta hace poco todavía servía un camarero de toda la vida con su paño al hombro que te decía con alegría y sonriente: “¿Qué va a ser, jóvenes…?”

Era también La Alemana el sitio favorito del poeta ourensano Víctor Campio. Allí, con cierta frecuencia teníamos nuestras reuniones, a las que acudía un joven Jesús Quintero que ya hablaba poco, fumaba con boquilla, con elegancia francesa, y lucía sus fulares que compraba en el Rastro. Jesús acudía al local sobre todo los días que había corrida en la plaza de toros de Las Ventas. Esos días, a eso de las cuatro, nos dejaba y se iba deprisa al vestíbulo del hotel Reina Victoria que está situado en la plaza. Era tradición que en una habitación el mozo de espadas vistiera con ceremonia a los toreros. Jesús ya se movía muy bien en el mundo de la tauromaquia. Los esperaba en el vestíbulo del hotel, hablaba con los matadores, les deseaba suerte y les abrazaba.

Verídico, hermano lector, lectora; aparecía allí en nuestra tertulia con cierta asiduidad aquel actor que enamoró a todas las mujeres de su generación. Pero siempre decía que su gran amor fue Amparo Muñoz, la andaluza que llegó a ser miss mundo y tuvo un final triste cayendo en el escotillón de las drogas. Te hablo de Máximo Valverde, un icono en el cine de la Transición.

Pero que no se me vaya la olla. “El Loco” ya representaba a algunos artistas y fue el descubridor de Paco de Lucía. Recuerdo que Máximo decía que no se iba a morir sin tomar la alternativa. Su gran pasión era ser torero. Cierto es que Quintero lo ayudó en lo que pudo. Pero los críticos decían que le faltaba valentía. A veces la vida te regala un sueño, y un día de agosto de 1996, ya con cincuenta años, tomó la alternativa en Estepona; su padrino fue Manuel Díaz “el Cordobés”. Las crónicas dicen que cortó orejas y rabo. Después de ese día de gloria no volvió a torear.

¿Recuerdas, Antonino? El único que sacaba de sus casillas a Jesús era otro contertulio que acudía de vez en cuando. Hablamos del poeta Carlos Oroza que, cierto, fue mi maestro algún tiempo. Lo veo llegar, altivo, muy delgado, con su mirada mística, con hambre como los poetas malditos, un café con leche con magdalenas. Aquel día Jesús presumía de saberse todos los poemas de Lorca. Oroza le espetó: “A ver, recita algo”. Así fue, el andaluz comenzó con unos versos del “Romance de la luna”, del “Romancero gitano”: “La luna vino a la fragua/ con su polisón de nardos./ El niño la mira, mira,/ el niño la está mirando”. A mí me gustó cómo lo recitó, con muchas pausas y voz grave. Pero Oroza, mientras engullía el café, le dijo despectivo: “¿Eso es todo?, pareces un niño que dice sus versos el día de la primera comunión”. Alzó la cabeza y comenzó a recitar “Malú”, su obra maestra, con tanta magia que nos conmovió de verdad a todos. Jesús encajó sin mover un músculo. En aquellos años, Oroza era mucho Oroza. Una leyenda en Madrid. Un día, después de recitar su combativo poema “Se prohíbe el paso”, lo sacaron a hombros de la Facultad de Filosofía de la Complutense. Alguna vez le acompañé cuando llevaba sus poemas en un casete al torero Paco Camino, que lo protegía y le soltaba un puñado de billetes.

No miento, aquella fue una tarde aciaga para Jesús Quintero. Estaba allí el poeta ourensano Víctor Campio, que entonces daba clases mal pagadas en un colegio de ricos. Mira que era tímido pero va y le dice: “A lo mejor no conoces este poema de Federico: ‘¡Érguete, miña amiga,/ que xa cantan os galos do día!/ ¡Érguete, miña amada,/ porque o vento muxe, coma unha vaca!’. Es uno de los seis poemas en que Lorca mostró su amor por Galicia”. Jesús Quintero admitió que tenía noticias de ellos pero no los había leído.

(Son mis historias del Madrid canalla de finales de los sesenta. Pronto Jesús Quintero, “el Loco de la Colina”, “con sus silencios silenció” a todo el país. Creó una manera de decir que era como una nana en la noche de España. ¡Ay!, escribió en alguna madrugada herida: “Los sueños, si algún día se alcanzan, decepcionan./ La historia de una vida es la historia de un fracaso”. Con él se ha ido un estilo de comunicar que te subía por la vértebra. El arte de vivir lírico y libre. El último bohemio).

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