Opinión

¿Estás triste en el cielo?

Camino por el Parque de San Lázaro y escucho el vozarrón de Mario, el eterno rockero vendedor de la ONCE que sigue, como un árbol, en la esquina de la calle Santo Domingo: "Fui al concierto como si fuese a misa, Burning ha sido lo mejor de estas fiestas. Por favor, escribe más sobre ellos".

Te juro, hermano lector, que todavía estoy conmovido. Es más, un poco perturbado por la noche de rock que nos dio la banda madrileña. Nuestro encuentro fue emotivo. Tantos años que no nos veíamos. Tantas, tantas experiencias que vivimos juntos a lo largo de los años 80. Se ríe Johnny: "Todo está lleno de rebaños lobotomizados y no llegó la revolución". Así que me dice malicioso: "Disfrutemos de todo contra lo que luchamos".

No importaron tantas noches de excesos ni tantas cicatrices en el camino. Llenaron la Praza Maior y, poco a poco, la inundaron de eso que en el sur llaman “duende”.

Anduvimos por ahí, después del concierto, y me agitó un carrusel de recuerdos huidizos. La vieja máxima de “permanecer fiel a si mismo”. Vivir no es si no estar en peligro. Lágrimas extraviadas se deslizaron por nuestras mejillas.

Pero te cuento, ¡ay! Los camerinos ya no son aquellos tan desmadrados de los 80. Un colega ante la puerta y allí no podía entrar ni dios. Todo estaba permitido. En ocasiones el rockmanager tenía que salir urgente a la farmacia de guardia.

Ahora, en los camerinos, concentración, una solitaria botella de Jack Daniels y un “poquito más”. Mas tarde, en un garito, Johnny evoca aquellas noches de sexo, drogas y rock&roll. También a una generación extraviada que hizo su camino de perdición.

Verídico. Había ido con ellos a Mallorca, los contratara una sala de moda de la isla. Eran buenos tiempos. “Qué hace una chica como tú” lanzara al grupo a la cumbre. Una gala muy bien pagada, extensas cifras de seis ceros en pesetas. Con los pipas y encargados de sonido seríamos ocho o nueve. Imágenes borrosas cruzan mi mente. Imagínate lo que allí sucedió. Regresamos en un vuelo nocturno. Vagamente nos veo atravesando los largos pasillos de Barajas, más muertos que vivos, debíamos parecer espectros. En la puerta, Pepe Risi llama al mánager con autoridad. Nos reunimos en círculo para hacer cuentas. Le espeta: "Venga Jose, reparte la 'guita' y cada uno a su cubil".

El mánager se sitúa a la vera del inolvidable guitarrista, saca una pequeña libreta gastada, la abre y se la planta delante de los ojos: "Esta es la lista de gastos; esta vez os pasasteis cantidad, no te quejes, no faltó de nada, los gastos se dispararon". Hay un silencio tenso. "Me debéis cada uno veinte mil pesetas". Después nos dio unos billetes para el taxi y se despidió: "Mañana nos vemos en la oficina".

Así eran las cosas aquellos días. Éramos jóvenes y nos fascinaba el lado salvaje.

(Por la mañana los despido mientras suben al viejo furgón negro que atraviesa, fantasmal, las autopistas de todo el Estado. Hay que joderse, llevan desde el 74 en la carretera. Nuevas generaciones asilvestradas los acogen enfebrecidos. Johnny me dice con el rostro iluminado: "Mañana por la noche tenemos una actuación en Moratalaz, cinco mil personas, va a ser fantástico". Pienso que es una lección para mí. Tienen la ilusión del primer día. El rock es “alquimia de chamán”. Desde “el otro lado” veo a Pepe Risi, me dice hasta pronto. Le pregunto: ¿estás triste en el cielo?

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