Opinión

Extrañas adicciones

Martes, 16 de junio

Falleció Edén Pastora, el legendario Comandante Cero. Ya escribí sobre él cuando vino al Foro del periódico hará cuatro años. Recuerdo el largo paseo hasta su hotel a media noche después de una copiosa cena. Ahora ya hablaba más bien de un socialismo “light” y había cambiado su austera ropa de guerrillero por su traje azulado de viceministro de Ortega. La verdad, qué mal le caía el traje, no le cuadraba, cómo te diría... todavía olía a selva. Cierto que no logró su sueño, ser presidente de Nicaragua. Entramos en un bar y el licor café le tiró de la lengua. Emocionado, me mostró la foto de su madre, una mujer de rostro enjuto, ojos grandes y tristes y una gran trenza larga hasta la cintura: “De su leche mamé yo, nuestra historia es triste, tres sicarios mataron a mi padre delante de ella. Después, mi madre los buscó y les dio matarile uno a uno. Era religiosa y siempre pensó que Cristo la perdonaría”.

Edén presumía de que su revolución fue la más bella de la historia. “Mire, conocí en Nicaragua a exiliados de la guerra española y me contaron de la crueldad del general Franco con los perdedores al terminar la contienda. Nosotros no. Hubo un perdón general”. Le pregunté: “¿Incluso con los que tenían delitos de sangre?” Respondió: “Mire usted, yo aprendí mucho con los sacerdotes de la Teología de la Liberación, y reflexioné, en el perdón iba el castigo”. En la barra del bar, a veces guardaba silencio, me miraba fijamente y yo me sentía algo perturbado. Pero, hermano lector, los héroes también tienen sus miserias. Cuando le pregunté por el Che no puso buena cara, lo ninguneó un poco: “Le hicieron mucha propaganda y qué ingenuo fue al caer en aquella emboscada en La Higuera”.

Miércoles, 17 de junio

Menos mal, los periódicos ya empiezan a estar en los bares. Para muchos era un soporífero latazo estar sin la prensa del día. Pero hablemos de la sociología de los lectores en los cafés. Está la gran camada, esa que los lunes arrebata con urgencia el periódico deportivo. Ay, el Marca dobla casi en tirada a cualquier periódico nacional. Qué tribu, se traga la crónica del equipo, busca con ansiedad si hay fichajes y lee con avidez las declaraciones de los entrenadores. Recuerdo cuando estudiaba aquel jodido PREU e iba haciendo cositas para este periódico. Me encargaron que hiciese los vestuarios. Qué experiencia. Viene a mi mente aquel día, nuestro equipo goleó al rival. Mientras entrevistaban a aquel míster llegó un señor trajeado y agresivo. Era el presidente y le escupió: “Míster, está usted pesado, burro. Y váyase usted joven, que este fulano ya no pinta nada en el equipo”.

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Ilustración: Alba Fernández.

Pero continuemos. En mis experiencias periodísticas he llegado a la conclusión de que el lector ourensano está como obsesionado por las esquelas. Los hay, claro, que buscan informarse sobre sus conocidos. Pero son muchos los que buscan con ansiedad, como si tuviesen un trastorno psicológico, los nombres y familias de los muertos. Tal vez se felicitan porque ellos están vivos. Con qué minuciosidad los leen. 

Sigamos. Hay otra temible camada de lectores, cómo abundan, hermano. Entran y arramplan con el periódico, y no lo sueltan en toda la mañana. Si te acercas y les dices: “Por favor ¿va a tardar mucho?”, te responderán despectivos: “Lo que me dé la gana”. Cuídate de los aficionados a los pasatiempos y los crucigramas, puede llegar el día del juicio final y ellos no soltarán su diario hasta terminar su meticuloso trabajo.

Existe otra tribu muy peligrosa, los que sin piedad arrancan la página de un artículo que les gusta o, sin más, se llevan el suplemento que les interesa. Más, los conocerás por su mirada libidinosa. Son los que miran y anotan cuidadosamente en su agenda la sección de contactos. Ay, el camarero los teme, los que buscan el momento oportuno y qué cabrones, sin más se llevan el periódico a su casa. Los hay con el síndrome de Diógenes. Son los que piden al barman los periódicos de la semana, del mes o del año y allá se van con su bolso lleno de toda clase de revistas y panfletos. Están los que tachan el rostro de los políticos que no les gustan y llenan el periódico de comentarios escritos. Y no creas, hermano lector, abundan los que dejan en el diario sus huellas, restos de café y de tortilla. Qué jodidos guarrindongos.

Viernes, 19 de junio

Vaya sorpresa, me encuentro con el yonqui del barrio y tiene un aspecto saludable. Nunca quiere hablarme de cuando estuvo en la guerra de Bosnia-Herzegovina y vio las calles llenas de cadáveres. Cuentan: “No cabían los muertos en los cementerios y abrían sepulturas en los jardines públicos”.

Como siempre, dice: “¿Tienes algo para mí?” Cumplo con cinco euros, es mi ONG. La última vez, empalidecido, me contó que su chica se había ido con el que pide en el Froiz. Hoy me dijo: “Me dejó y sufrí, pero con ella se fueron mis vicios. Estoy limpio”. Ay, hermano lector, vino a mi mente el enigmático verso del poeta griego: “Quien me hiere, me cura también”.

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