Opinión

Extraño

Lunes, 6 de abril 

Hoy siento eso que se llama tristeza. Se fue Luis Eduardo Aute. Los recuerdos me golpean, juntos hicimos cosas. Inevitablemente recuerdo aquel 10 de diciembre de 1980. Habían asesinado a John Lennon. De inmediato él nos convocó en su estudio: “Tenemos que hacer algo, poemas por ejemplo, sí, un libro de poemas”. Allí estaba también convocado el editor de la Banda de Moebius, Sabina, el malogrado Hilario Camacho, Ramoncín, una panda variopinta. En dos horas se puso todo en orden. El editor dijo: “Sacaré el libro en cuarenta y ocho horas, pero sólo tenéis veinticuatro para entregarme cada uno vuestros poemas, dibujos o lo que sea”. Llovía en Madrid y la tristeza caminaba por las calles. Aute sacó una botella de un extraño bebedizo que nos puso a cien. Allí mismo, alguno escribió su texto.

Solía quedar con él para hablar de letras y de la vida en la cafetería Manila, allá en Gran Vía, un lugar que es ya una leyenda. Yo le consultaba textos de mi disco libro "Nueva Pulsación". También nos encontrábamos en el viejo Café Comercial por las noches. Allí acudía también el poeta Antonino Nieto. Tímido, reflexivo, transgresor, con una elegancia personal muy suya fascinó siempre a las mujeres.

Cierto, enamoró sobre todo a aquella generación de jóvenes de mirada lánguida, melena larga, muy larga, botas y jerséis negros de cuello de cisne. Aquella generación de chicas progre que crecieron en las universidades de los sesenta, y fue la primera que descubrió"El segundo sexo" de Simone de Beauvoir. Mira tú, todavía creíamos que la revolución estaba ahí, a la vuelta de la esquina. Su voz herida, sus versos eran una descarga de fusilería. “Pero me abrazas y aún sabiendo que tus brazos son un mal retiro / me tiro a tus infiernos donde habita el diablo que te recreó / sólo por ti sigo aquí”. Cantante, poeta, pintor, fotógrafo, actor, director de cine, Luis Eduardo era un hijo auténtico del Renacimiento. La belleza es suficiente para vivir. Presagió su final: “Ya no me quedan singladuras / pongamos rumbo al puerto de las sepulturas / donde reposa la otra luz”.

Martes, 7 de abril

Anochece, miro por la ventana. No hay ni dios. Por fin escucho pasos perdidos en la noche. Ahí viene él. Más flaco, un viejo cuero, todo él muy deteriorado. Cielos, es el yonqui del barrio de toda la vida. Muchos le damos un euro siempre, qué le vas a hacer, te dices: "Él es mi ONG’. Él con sus ojos eléctricos enseguida me divisa, me grita: “La cosa está jodida, hermano”. Qué carajo, allá le tiro un billete de cinco euros que él coge en el aire y ya vuela hacia su camello. La nueva generación es politóxica. Él es un superviviente. Cielo santo, qué será de los cientos de jóvenes y no tan jóvenes que buscan su dosis desesperadamente. Ahora los camellos están en su piso en el extrarradio, timbras, “pasa, ¿cuánto quieres?”. Dentro está sentada cerca de una veintena de consumidores. Ahora es así, si quieres consumes allí. Algunos, cuando cobran la Risga entran y no salen en cuatro o cinco días. “Los camellos siempre han sido crueles”, decía Lou Reed. “Si estás en esto has de aprender a esperar. Mi hombre siempre llega tarde y no me fía”. Ahora, con esta epidemia han subido el precio y cortan más el material. Las calles están vacías pero el yonqui siempre logra el milagro de reunir al menos quince euros. Es un misterio cómo se las arreglan.

 

Miércoles, 8 de abril

Cómo extraño el café que me hace Jose en el Latino. La tortilla que me sirve Quique en el Frade, mientras suena Johnny Winter en el local. Ay, hermano, cómo extraño a mis tertulianos, las broncas que formamos a veces y nuestro bebedizo favorito. Extraño los conciertos en el Auriense. Extraño los melancólicos y solitarios paseos al lado del Miño. Extraño, hermano, algunas cosas que un hombre no debe revelar. La extraño a ella. 

 

Jueves, 9 de abril

De lo poco que tengo que agradecer a aquellos severos maestros de alas negras es que a los siete años me enseñaron a leer "El Quijote". Tanto me cautivó el libro que buscaba casi con desesperación alguna aventura en que saliese vencedor. Pero, maldita sea, siempre salía descalabrado. Ayer releí el capítulo XVIII. Léelo despacio, hermano lector. Viendo a su escudero lleno de tristeza dijo: “Sábete Sancho que todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien buenas cosas. Y cierto, que habiendo durado mucho el mal, el bien está muy cerca ya”.

2020-04-12_angulo_inverso_ilust

Te puede interesar