Opinión

Extraños huéspedes

Un amigo está escribiendo un libro sobre aquel mítico hotel ourensano, el Roma. Ay, los ávidos especuladores de los 60 lo demolieron con crueldad.

Ah, los hoteles. Alguien dice: “No hay nada más triste que la habitación numerada de un hotel”. A veces, no. Sin saber por que, te sientes allí tal si estuvieses en el seno materno. 

En mi vida de caminante, en ocasiones de mochilero cochambroso; las menos, en hoteles de postín. Por ejemplo, aquel viaje a Turín. Me hospedé en otro Hotel Roma. Por más que insistí, su hosco recepcionista se negó a enseñarme la habitación en la que se suicidó el poeta Cesare Pavesse. No pegué ojo. A esa hora incierta, que temen los moribundos, creí escuchar pasos extraños. Tomé sus poemas y medité sobre la nota que dejó en su mesilla: “Basta ya. Un gesto. Adiós”.

Aquella noche, recordé las ventas donde yacía Don Quijote, diezmado, allá en tierras de Castilla. Ay, amigo, “¿dar posada al peregrino?/ a uno di posada ayer y hoy prosiguió su camino/ llevándose a mi mujer”.

Ah, las humildes pensiones de no hace tanto. Llegabas extraviado, quizás de una noche etílica a una calle de cualquier ciudad española. Dos palmadas. Enseguida, escuchas los golpes amigos del bastón del sereno. Qué tiempos. Si apenas tenías dinero, dormías por dos duros. Eso sí, en la habitación había otro huésped. Tenías que acostarte con tiento. Podría ser un degenerado, un asesino, alguien que te espera al acecho.

Pero te cuento. Allá, en los 70 seguí los pasos de Jean Genet y de William Burroughs. Me hospedé en su hotel, el Minzah de Tánger. Habitación austera, una humilde palangana, ducha antediluviana y una desvencijada mesa de madera. Quizás allí, el americano escribió “El almuerzo desnudo” y recibió moritos de risa cómplice y cintura mojada. Entonces, Tánger era la metrópoli de los escritores y artistas más viciosos del mundo.

Marruecos, el Hotel España de Larache, la capital del protectorado español. Allí pernoctó el general ferrolano antes de partir en el ‘Dragon Rapid’ hacia Canarias en 1936. Qué hotel. Todavía suenan los pasos nerviosos de los militares del 18 de julio. Las maderas crujían. El almuecín llama a la oración.

Hoteles. Coco Chanel vivió toda su vida en el Hotel Ritz de París. Marlene Dietrich jamás salió del Lancaster. En el Hotel Savoy de Londres, Richard Harris vivió 15 años de juergas.

Una espina clavada, un sueño que no cumplí. Ya no puede ser. Te hablo, claro, del Chelsea Hotel de Nueva York. En la habitación 604, Arthur Miller escribió “Después de la caída”. Janis Joplin se sumergió en el lado más oscuro. Bob Dylan compuso “Blonde On Blonde”.

(El hotel más extraño que habité fue el Bagdad de Katmandú. Ocupé mi habitación destartalada. Enseguida, un huésped me rondó los pies. Una larga serpiente. “Señor, viven aquí, son inofensivas y una buena compañía”.)

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