Opinión

Ganas de lágrimas

Qué barbaridad. Qué polémica estuvo la tertulia. No faltó nadie y transcurrió sobre el lado oscuro de la ciudad. Mira tú, el tertuliano profesor creció en la plazoleta de la calle Villar. Hoy llega cabreado el psiquiatra: “Hay que joderse, todo el mundo quiere pastillas, anestesiarse. Quieren que les saque los demonios en una sola sesión de psicoanálisis. Hay muchos días raros, como si la ciudad tuviese ganas de lágrimas. Ayer mismo tuve que quitar a uno del suicidio”.

Interviene certero el profesor: “Los datos son muy fiables, Ourense es la ciudad con más suicidas de España y probablemente de Europa. En los cuarenta, cada poco alguien se tiraba del viaducto. Con frecuencia en los pueblos alguien se ahorcaba en las cuadras”. Reflexiona el psiquiatra: “Es como si hubiese un poso, algo fatal, quizás la niebla”.

Ahora el pintor: “Sí, extraña, qué extraña es nuestra ciudad, como si tuviese algo dramático. Millán-Astray, el fundador de la Legión decía que los ourensanos tenían un arrojo feroz. Mi amigo, el croupier que trabajó en La Toja, distinguía de inmediato a los apostadores ourensanos porque apostaban duro tal si tuviesen una fiebre. Como eran paisanos, a más de uno le tuvo que dejar dinero para la gasolina de regreso. Hemos sido una ciudad de jugadores; en los reservados y en los sótanos de ciertos bares se jugaban fortunas al giley, el juego favorito”.

El profesor apunta: “Eso lo cuenta Ben-Cho-Shey en las inquietantes crónicas que mandaba desde Marruecos en la guerra. Cierto, he leído sobre esto y parece que aquí Auria fue la ciudad que dio más legionarios y mucha soldadesca que murió olvidada en Annual y en las guerras del Rif”.

Me toca a mí, al fin periodista. “Es sorprendente, muy sorprendente, pero Ourense es la ciudad que debe tener más asesinos sueltos. Mis amigos que escriben de sucesos me enumeraron ayer trece. Sí, sí, trece asesinatos sin resolver prácticamente en lo que va de siglo. El último hace nada. La víctima fue ese ciudadano portugués que llevaba toda la vida en Ourense y regentaba un bar allí en el barrio. Le sacudieron bien y le degollaron. Mas, tal vez recordéis asesinatos escalofriantes como aquella desgraciada joven que apareció quemada a las puertas de la prisión vieja. Aquella pareja salvajemente mutilada que apareció en el cementerio de Santa Mariña do Monte. El sacerdote que no hace tanto apareció apaleado y muerto en un pueblo cercano”.

Habla el pintor: “Para, para de enumerar. Esto parece Babilonia. Qué barbaridad, hasta hubo un cadáver en la propia comisaría”. Hace un guiño el psiquiatra, siempre reflexivo: “Aquí se vive de puta madre. Cierto que tiene un abundante lado oscuro. En mi diario he escrito que hay muchos miedos antiguos sin cicatrizar”.

El músico ha estado atento y silencioso, pero va y espeta: “Sí señor, esta tertulia me gusta, prosigamos destripando esta ciudad de la que huyen los artistas. Ni Vidal Souto aparece por aquí. Curioso, cuántos músicos dio esta ciudad, tengo colegas por todas partes. Ya en los cincuenta había un montón de orquestas que hasta iban en caballería a los pueblos. Aquí se da de todo. No olvidéis: yace una generación entera, muchos en tumbas sin numerar, por aquella ruina: la heroína”. Se detiene reflexivo: “Analizáis bien la ciudad pero os olvidáis de algo muy ourensano, las señas de identidad. ¡Ay, cuánto loco hemos dado! El inolvidable psiquiatra doctor Cabaleiro no daba abasto en su progresista sanatorio de Toén. Una pena que se perdiesen esas camadas de personajes pintorescos, locos decimos”.

Arremete el profesor: “Colega, ya no queda rastro de ellos; ahora la habitamos nativos digitales. Nadie piensa por sí mismo o ve el mundo de otra manera”. Melancólico añade: “Estoy viendo ahora a aquel magnífico individuo, Toñito ‘patata’. Qué tiempos. Se vestía de flamenca y cantaba, era como nuestra Bibi Ándersen. Donde estaba él, había espectáculo y vida. Quizás con su muerte terminó una generación de personajes estrafalarios y creativos que iluminaban la ciudad”.

(Bueno, hermano lector, tampoco es para ponerse así: también hemos dado la generación más intelectual y hay que decir sin miedo que hemos sido la Atenas de Galicia.

El profesor hoy está estupendo: “Yo nací allí, en el barrio, y nos estamos olvidando de otra seña de identidad: hasta avanzados los setenta nuestro barrio chino, mi entrañable calle Villar, era el más populoso de todo el norte. La Herradura de Vigo era casi una pequeñez comparado con la nuestra”. Se ríe: “No olvidemos los ‘tapadillos’; cuántos había, ya sabéis, pisos en que discretamente se ocupaban mujeres en apuros. Hasta no hace tanto en las tiendas lujosas tenían una lista de fulanos dispuestos a pagar las facturas, imagínate a cambio de qué”.

Nos vamos, el profesor aún espeta: “Ya no vivo allí, pero a veces me encuentro con Marisa, mi vecina, buena persona, prostituta retirada. Alguna vez me dijo, sabia: ‘Eiquí Ourense éche raro, naqueles anos, os homes subían con nós, pero viñan buscando nos nosos brazos ás súas nais…”).

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