Opinión

“Hemos rozado el cielo”

Escribo esto como hay que hacerlo cuando estás triste, a mano y en un café.

Inevitablemente me visita la cita del clásico. Es una advertencia tremenda. Si tal, medítala, hermano lector: “En tu vida lo más terrible es que mates tu sueño”. Sí, que entregues lo más noble que hay en ti.

Cómo me ha lastimado la noticia, como un golpe de ataúd en tierra: mis compadres, los legendarios Burning, han confirmado que lo dejan. Ay, la banda madrileña del barrio de la Elipa ya es historia.

Mira tú, su caminar ha sido largo, muy largo. Llevan recorriendo las autopistas desde el año 75 del pasado siglo. No lo sospeché cuando hace unos meses en las fiestas de Ourense, la Plaza Mayor abarrotada, hicieron un concierto “de ley”.

Sí, sí, cuántas experiencias con ellos. Son la crónica del lado salvaje del rock en cuatro décadas. Escribo y mis ojos se humedecen, veo nítidos los rostros de los que gastaron la vida velozmente. Escribe Wilcock: “No se baila jamás con tanta vitalidad como al borde del abismo”. De aquellas, hermano lector, sólo queda uno con vida. “Hemos pagado una dura factura, pero ha merecido la pena, hemos rozado el cielo”, afirma Johnny.

Veo el rostro de “kie” del inolvidable guitarrista Pepe Risi. Sus manos aprietan con fuerza su Gibson Les Paul. Escucho su confesión una madrugada en Malasaña: “Créeme, Jaime, buenos tiempos y malos tiempos; la jodida heroína, he tenido noches de síndrome en que lo empeñé todo. Pero mi guitarra no, mi Gibson jamás, es de lo que me siento orgulloso”. Hoy Pepe Risi es un icono del rock español: “Coraje, valor y emoción es nuestro lema”.

Pasan todos por mi mente; se detiene Toño, nadie cantó con su toque cheli, canalla y castizo, nadie amó tanto a Mick Jagger. Fue tan duro... prefiero no recordar su final.

Finales de los setenta y comienzos de los ochenta. Siempre había fiesta en su casa de Torrejón. A veces era tal el follón que sonaban en la puerta golpes agresivos, los “maderos” que venían de visita. Vivían todos allí, porque estaban al lado de la base americana y escuchaban Radio Torrejón y, en ocasiones, acudían a conciertos de excelentes grupos yanquis.

Quizás alguna vez conté la historia de aquellas tres noches en Las Palmas, allá en el 86. Éramos jóvenes, nos gustaba el riesgo, los riffs de Keith Richards. Andábamos trabajando en unas letras y allá me fui con ellos a las islas. Estaban arriba y el contrato era de mucha pasta por el concierto. Mejor, hermano lector, no te cuento lo que pasó allí. Al tercer día regresamos en un vuelo nocturno. Como dice Sabina, parecíamos “la cuadrilla de la muerte” por los pasillos de Barajas. Conque estamos ya a la salida del aeropuerto. Pepe le dice al manager con voz casposa: “Venga Luis, reparte la guita y cada mochuelo a su olivo”.

Luis, manager bregado y gran tipo, saca su libreta gastada y apretujada de números y espeta: “Os habéis pasado cantidad, ya os enseñaré las cuentas. Que lo sepas, tú, Pepe, me debes doce mil; tú, Johnny, seis mil; tú… Tomad mil pesetas para el taxi y ya nos veremos en la oficina”.

(Inevitable, he de hablar de la gran noche del Principal, el viernes 27. A lo grande, Vargas y Raimundo juntos. Sí señor, mi compadre Javier Vargas, allá en el 84 escribimos juntos “Generación límite”.

Pero te cuento del final en los camerinos. Parecía que B.B. King andaba por allí. Cuentan que cuando el bluesman americano fue a visitar a Raimundo Amador, que nació en el peligroso barrio “de las tres mil viviendas” de Sevilla, sacó un fajo y comenzó a repartir billetes de cien euros. Pero Raimundo no se vino abajo y le regaló una maciza cruz de oro.

No conocía a Raimundo, pero estaba muy alterado: “Alguien en un bar me humilló por ser gitano, cuando venía hacia Ourense”. Javier trataba de calmarle. Mira tú, recordé que los suyos tienen el apellido calé de los Heredia. Me atreví y le recité a Lorca: “Antonio Torres Heredia,/ hijo y nieto de Camborios,/ con una vara de mimbre/ va a Sevilla a ver los toros”. Todo mejoró un poco. Enseguida Javier lo tomó del hombro.

La sagrada amistad también cura. Al fondo, dos guitarras relucientes semejaban dos bayonetas humeantes.)

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