Opinión

Los héroes de Torremolinos

Martes, 9 de marzo

Por este tiempo ingrato llevábamos ya algunas semanas sin reunirnos los seis tertulianos de siempre. Ayer, al menos, nos reunimos cuatro. Allí estábamos el profesor, el pintor, el psiquiatra y yo. Coincidió que desde nuestra terraza contemplamos la larga marcha feminista. Era extensa, caminaban erguidas, alegres y combativas. Nosotros las miramos en silencio un poco conmovidos. Es su tiempo. Ay, cuánto cuesta desalojar el espeso veneno del machismo. Cierto, siempre las presentimos más fuertes y mejores. Sabíamos ya que el mundo en sus manos sería más habitable.

Cuánto cuesta a nuestra generación desprogramarse. No hace tanto, reinaba en las calles de este país el patético macho ibérico. Deberían hacer un monumento a los héroes de Torremolinos que avanzaban verga en ristre por las playas del Mediterráneo. Cielo santo, cuánta gazmoñería. Aún suenan en todos los rincones los claros clarines que aúllan: “La maté porque era mía”.

Pasaba ante nosotros la manifestación y nosotros nos levantamos solidarios. Una joven, no sé por qué, se paró ante2021-03-14 ANGULO INVERSO Ilust nosotros, quizás para que leyéramos lo que llevaba escrito en la frente: “Con el hombre, no contra el hombre”.

Pero te cuento. Allí estábamos los cuatro tertulianos como consternados por estos tiempos en que liquidan nuestras libertades y lo aceptamos mansamente. Al menos, ahí iban poderosas y alegres. Nos sentamos y el psiquiatra con rostro taciturno comenta: “Algo pasa, las separaciones abundan, a mi consulta vienen recién separados con cierto perfume de machismo, lagrimeando victimistas. Es elemental, esto ocurre porque las parejas no son capaces de perdonarse. No te imaginas cómo me miró aquel paciente. Enseguida me di cuenta de que pertenecía a la numerosa tribu de los que se odian a sí mismos y crecieron con la idea de la mujer obediente y genuflexa. Porque, queridos contertulios, la receta para que una pareja funcione es simple: buena salud, mala memoria y trabajárselo cotidianamente”. 

Pero nosotros le insistimos en qué pasó con su paciente. Nos dijo: “Le tratas de explicar que todo finalizó, hay que pasar un duelo a veces largo después de la ruptura. Trato de convencerle y le digo que se enfrente a este duelo como una experiencia más en la vida. ¿Sabéis su respuesta?: ‘Mire, doctor, déjese de historias y recéteme algún tranquilizante fuerte, y no me vaya a dar un genérico’. Así son los pacientes ahora, y no vayas a pensar, a veces te miran como un poco amenazantes”.

El profesor está muy callado, diría que triste, como si formase parte de un cortejo fúnebre: “He leído mucho a tu colega el psiquiatra Rojas-Marcos. Me ha desconcertado su ausencia de romanticismo. Viene a decir que el enamoramiento es como tener hipotecada la cabeza por otra persona. He visto más de veinte veces la película ‘El club de los poetas muertos’ y no hace falta ser muy observador para ver en mis alumnos el desdén por la literatura y la poesía. Os juro que estoy tan desquiciado, que estoy preparando mis esquemas, voy a seguir el método del profesor John Keating y voy a hacerlo mejor que Robin Williams y convertir mi clase en un aquelarre poético”.

Conque pasan ante nosotros las últimas manifestantes. Flashes en mi cabeza. Quizás el segundo gin tonic. Escucho crueles refranes: “La mujer en casa y con la pierna quebrada”. Toda la tradición servil y lacayuna de la mujer a través de los siglos: “Serás esposa, madre, ama de casa y le obedecerás”. Suena insistente en mi cabeza “Hey Joe” de Jimi Hendrix: “A dónde vas, Joe?/ Voy a matar a mi mujer/ porque estuvo en brazos de otro hombre./ Huiré hacia el sur./ El verdugo no podrá encontrarme…”

Vienen a mi mente generaciones de mujeres enlutadas que vieron partir a sus maridos hacia América en los sótanos de tercera de los barcos. Hace nada, allá en los sesenta, los vieron partir hacia Centroeuropa, a Alemania, Bélgica; ay, quedaban ellas para labrar las tierras, cuidar de sus rebaños y al cargo de los hijos. Valientes, llevaron todo adelante.

Los tertulianos permanecemos en silencio. Nuevo flash en mi cabeza, estoy con Julia en una asamblea universitaria allá en mayo del 74. Ahí está con su larga melena, su jersey negro, cuello de cisne y sus botas de piel de becerro. En el bar de la facultad, me descubre con pasión y con su alma libertaria a Federica Montseny: “Era anarquista, como yo, y, sabes, en el 36 mandaba la República. Antes de que Franco tomara por las bravas el poder, Federica, ministra de Sanidad y de Asuntos Sociales, presentó el primer proyecto del aborto en España, y sacó a las prostitutas de las calles y les enseñó un oficio”. Ah, cómo me alertaba Julia: “La libertad no desciende al pueblo, es el pueblo quien debe alzarse hacia ella”. Qué habrá sido de Julia, pero le tengo fe, tenía un corazón fuerte y estaba acostumbrada a las adversidades. Un día, en su “dos caballos”, me invitó a acompañarla al sur de Francia, a Toulouse, donde todavía vivía exiliada Federica Montseny. Quizás fui poco decidido, o fui cobarde y me inventé una excusa. Aún hoy me duele no haber hecho aquel viaje iniciático. Pero seguro que encontraré aquel libro, “La mujer rota”, de Simone de Beauvoir, que ella me regaló. Antes de dármelo, escribió a lápiz: “Si algún día me ves triste, no digas nada, quiéreme”.

(Termina nuestra tertulia, hoy muy silenciosa. El pintor dice: “Si os tuviera que pintar os pintaría melancólicos y descorazonados”. Sonríe un poco irónico y añade: “Crecimos con la grosera charlatanería de las películas de Ozores y con John Wayne, qué le vamos a hacer. Nos educaron para eso de ‘ser un hombre de verdad’. Pero no lo elegimos nosotros. Nos lo impusieron. Venga, contertulios, quitad esos caretos desangelados, ¡de aquí no se va nadie! Camarero, otra ronda de gin-tonic, hoy ellas se reivindican, unámonos. Te toca, Jaime, recita ese poema de Agustín García Calvo que tú le escuchaste en el café Manuela de Madrid”.

Allá voy: “Libre te quiero,/ como arroyo que brinca/ de peña en peña./ Pero no mía…”)

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