Opinión

La historia más triste

Qué verso más triste y tal vez certero: “De todas las historias de la historia,/ sin duda la más triste es la de España/ porque termina mal…”, escribió una lúcida madrugada Gil de Biedma. 

Te cuento. Pasé estos días conmovido viendo la semana de cine de la Guerra Civil española en La 2. Cine bélico y heroico. Las dos Españas puramente machadianas vistas por directores de los dos bandos. Piensa, ocurrió hace nada. Apenas setenta años, en que nos rompíamos la crisma. Algunos historiadores, en el recuento, llegan hasta el millón de muertos.

Por ahí, por las cunetas y en lugares umbríos, yace todavía parte de una desgraciada generación de españoles. Dios mío, inevitable, una lágrima brotó cuando pasaban ese film, milagrosamente rescatado, “Sierra de Teruel”. El general ferrolano y los suyos buscaron por todos los rincones y destruyeron con saña todas las copias.

Ay, alguien escondió una cinta en una vasija y, el martes, fue un regalo verla. Ya sabes. Ha sido el único film que dirigió el intelectual francés Malraux con pocos medios y mucha alma, en los alucinantes picos nevados de las montañas de Teruel. El francés era un buen piloto, sabía bajar a ras de tierra y dar en el blanco como nadie. Por supuesto, había llegado con las inolvidables Brigadas Internacionales.

Su cámara grabó los rostros doloridos y secos de los paisanos que, solidarios, daban cuanto tenían a los soldados republicanos. Plasmó con pasión los andrajosos uniformes de los milicianos, la nieve por la cintura, “ni un paso atrás”. Alberti escribió para Líster su verso más inexorable: “Si mi pluma valiera tu pistola/ de capitán, contento moriría".

Otra película épica. Cuenta la mística del bando falangista. “La paz empieza nunca”. El primero que la vio fue el general en el Pardo. Dictaminó: “Está bien hecha pero no me gusta”. La dirigió, con todos los medios, el argentino León Klimovsky y se basó en la novela del corrosivo Emilio Romero. Sabes, yo le conocí bien porque fue mi director en la Escuela Oficial de Periodismo en Madrid. Daba sus clases, altanero y autoritario. Su periódico, “Pueblo”, tenía una tirada descomunal. Pero, reconozcámoslo, a su vera creció la mejor generación de periodistas del siglo XX. Por ahí andan todavía el sagaz Raúl del Pozo, el prolífico Arturo Pérez-Reverte y la cercana Carmen Rigalt.

     En el film, los faros de los coches iluminan las tapias blancas de los cementerios. Sonoros destellos de las Astra 300 de los falangistas y las Star 1919 de los republicanos alumbran los pálidos rostros. Todos los cielos arden en esta inmensa locura. Estremecedoras imágenes reales. Todo el catecismo de José Antonio Primo de Rivera. Un joven Marsillach hace de falangista, atiborrado de sueños y románticos ideales, parte a la captura de los maquis en Asturias. Quizás aquí el guionista se excedió con la ingenuidad de los “huidos”.

(Pero recuerdo otra inconsciencia cercana y fatal. En la Limia vive el último maquis, Camilo de Dios. Alguna vez lo conté. Una tarde le requerí: “¿Qué falló aquel día del Padre de 1950 cuando en Montealegre todo estaba dispuesto para una espectacular acción?”. Le costó hablar. “Dos de los nuestros bajaron a contactar a un informador. Las órdenes eran regresar de inmediato. Pero somos humanos. Demasiado tiempo por los montes. La tentación les rondó y visitaron la calle Villar. Ay, siempre anónimos ojos te vigilan”.)

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