Opinión

La lista de Laura

El maestro Lope escribió turbado: “Un soneto me manda hacer Violante,/ que en mi vida me he visto en tanto aprieto”. Tampoco yo, hermano lector. Va Laura y me pide la lista de mis diez temas favoritos.

Tantos músicos grandes, tantas canciones. Vamos allá. Para que no me llamen algo así como “reliquia del 68” tendré que poner alguna banda grunge. Kurt Cobain, grande. La voz de la jodida generación X. Siempre al límite con Nirvana. “Recuerdo, recuerdo, recuerdo./ No temas, no tengo pistola”.

Por favor no me tengas envidia, lector. Era el 77, yo andaba por Amsterdam y allí en la sala Paradiso, un viejo cine reconvertido, en una tarde gloriosa vi a Jonny Rotten y los suyos. Qué follón. Todo el mundo eufórico empujándose y empujándose felices. No te creas que la banda eran unos tontos del culo. Marcaron un antes y un después en toda la historia del rock. Mira tú qué letra más certera: “Que no te digan qué es lo que quieres,/ que no te digan qué es lo que necesitas./ No hay futuro”.

Aquel verano sucedió un cambio radical en la estética juvenil. Todo el mundo echó a la basura las túnicas orientales, todos los restos de un sueño. Y en días, todo dios llevaba un imperdible en la nariz, una altiva cresta, chaqueta claveteada y unas rotundas botas militares. El himno era “Dios salve a la reina y a su loco desfile”.

Bien, allá voy con los míos. Cuentan que en los 60 anduvo en la base de Rota, de paracaidista, y hasta se llevó una leve cojera para América. Te hablo del más grande, claro. Sácate el sombrero, lector. Jimi Hendrix. Cuánto alucinamos los españolitos progres con el filme de aquel festival de Monterrey Pop. Está en el imaginario colectivo aquel ejercicio liberador, aquel exorcismo cuando al terminar, el guitarrista prendió fuego a su instrumento. Allí ardieron todas las libretas de reclutamiento con destino al infierno, a Vietnam.

Te diré mi favorita: “Hey Joe”. Una versión de la vieja canción que cantaron los esclavos mientras recogían algodón en las plantaciones al borde del Mississippi bajo la ávida mirada del amo.ALBA NOGUEROL

Me detengo. Tendré que poner un tema suyo. Mi mente me lleva al concierto más dramático al que asistí en mi vida. Era el 22 de junio del 80. Campo de fútbol Román Valero, Madrid. Lou Reed. Comenzaba nuestra democracia y la peña veía por fin a sus ídolos. Los grandes incluían ciudades españolas en sus giras. Pero vayamos a esa noche desquiciada. Las cosas comenzaron mal desde la llegada de Lou a Madrid. A mi amigo, el productor Julián Ruiz, compañero de facultad, le encargaron que no se separase de la estrella, que fuese su sombra durante 48 horas. Recuerdo el rostro empalidecido de Julián cuando me contó el que fue el peor trabajo de su vida. “A eso de las tres de la madrugada, grandes voces despertaron a todo el hotel. Era Lou, claro. Allá me fui: ‘Qué te pasa Lou, cálmate’. Todas sus cosas esparcidas por el suelo y él pálido como en su tema autobiográfico: ‘Estoy esperando a mi hombre./ Veintiséis dólares en mi mano./ Hacia Lexington 125,/ más muerto que vivo’. Ya me ves en un taxi en la madrugada madrileña buscando una farmacia de guardia para llevarle urgentes insulinas”.

Lo terrorífico fue al día siguiente, el recinto lleno, miles de seguidores. La estrella no aparecía por ningún lado. Pasó una hora y el personal se enfurecía. Por fin, como pudo, Julián arrampló con él hasta el escenario. Él tomó su guitarra y desgranó unos riffs como apático y sin ánimo. Pasaron veinte minutos. Alguien le arrojó un bote que impactó en su cara. Lo que faltaba. Lou echa a correr y le dice al chófer: “Vuela hacia el puto hotel”.

Quizás fue el concierto más breve de la historia. En tromba, la vasca subió al escenario y destruyeron todo, absolutamente todo: guitarras, equipos de sonido, amplificadores… nada quedó.

(Ah, la jodida lista. Me va a reñir Laura. Seguro me dirá: “En vez de escribir los nombres te has dedicado a contar la batalla del abuelo”.

Pero tengo que hablarte más de aquel concierto. Al salir había tal barullo y casi ningún bus. Así que, a caminar. Imagínate miles de espectros por el asfalto. Yo perdí a mi gente y caminé solo. Tal vez hubiera una mala conjunción de los astros o el diablo “anduviese buscando empleo”. Qué mala noche aquella del 22 de junio de 1980 en Madrid. Verídico, hermano. Ya cerca de casa siento el frío de una navaja albaceteña en mi cuello: “Dámelo todo, pringao”. Pensé en la cadena de oro de mi madre. Mi mente funcionó veloz: “Pero colega, si llevo un monazo encima y busco lo mismo que tú”. El tipo tragó.)

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