Opinión

La plaza desalmada

Acabamos de regresar de nuestro viaje al Sáhara. Toda una aventura, hermano. El profesor contertulio que lo organizó buscó una conjunción astral favorable. Nuestra estancia coincidió con algo hermoso: la inmensa luna llena y el esplendor del cielo estrellado. En noches así se oyen graznidos extraños y se escuchan leves pasos de sombras en la noche. El último día posamos la frente en la arena al escuchar lejana, muy lejana, la voz del almuecín para la oración del crepúsculo. Certero, el maestro dijo: “Límpiate los ojos con la arena para ver el resplandor”.

En el desierto aprendes: has de llenar con cuidado el vaso y no derramar el agua. Recuperas el arte de conversar a solas, escuchas los ecos de la memoria y sientes una serena indiferencia hacia el mundo.

Nos prometimos no contar lo que nos sucedió durante los tres bíblicos días en el desierto. Cuando lentamente sorbimos nuestro último té y despacio recogimos nuestras tiendas, créeme, ya no éramos los mismos que llegamos allí enfermos de tinieblas.

Puedo contarte, hermano, el regreso. Al fin, de los seis viajeros, sólo el contertulio que había nacido en Sidi Ifni y yo habíamos vivido en Marruecos un tiempo. Así que delegaron en mí la ruta de regreso a tierras cristianas. Ay, colega, nos detuvimos en viejos cafetines donde los musulmanes se pasaban todavía la vieja pipa de kif. Mira tú, habrán pasado diez años desde la última vez que estuve en esta tierra, y ya nada es como antes. Me golpeó observar cómo ancianos y jóvenes discutían aquí y allá de la plaga del fútbol. En las paredes no había desvaídas imágenes del desierto. Ahora ocupan su lugar el futbolista Cristiano y discuten pegados a las pantallas sobre el Real Madrid y Barcelona, como cualquier españolito. Los que nos mandan están empeñados en atrofiarnos.

En el auto arreciaron las discusiones. Yo les insistía: “De ninguna manera entraremos en Marrakech, sería como si entrásemos en Torremolinos o lugares 2019-01-13 ANGULO INVERSO Ilustr (1)_resultasí. Todo el mundo ha invadido la ciudad con sus viajes ‘low cost”. Nostálgico, les dije: “Allá en el 73 yo vi la plaza de Yamaa el Fna en todo su esplendor. Era tan primitiva: sus vendedores de agua y el corro de musulmanes boquiabiertos ante los gestos y la palabra del contador de cuentos. Hoy es un supermercado turístico. Le han robado el alma. Te venden la misma felicidad que se oferta en los grandes almacenes. Aguadores, danzantes y cuentacuentos de hoy son de cartón piedra. Juan Goytisolo, que vivió tantos años allí y que amó tanto esa ciudad, logró al menos que la plaza fuese declarada patrimonio de la humanidad. Y detuvo en parte el espectro del marketing”.

Yo no bajé del coche. Mis contertulios rondaron por la plaza un par de horas y no los vi llegar demasiado felices. Enseguida, como en el poema de Machado, una voz inflexible dijo: “En marcha”.

Quería llegar pronto a la ciudad que me obsesiona. Le pedí al conductor que acelerase. Me miró y dijo: “¿No dices que el camino es lo importante?”. Ya lucía la media luna en el cielo cuando entramos en Larache. Ah, Larache, hermano. Cuántas cosas me sucedieron aquí. ¿Vivirá todavía el viejo Abdula, que sirvió en la Legión Española y conoció a los viejos generales africanistas? Ojalá esté en su cafetín Café de France viendo pasar la vida. Ojalá, como acostumbraba, lleve en su solapa la medalla al valor con que le condecoró el Tercio.

Inevitablemente, necesitaba ver el viejo cementerio español abandonado. He hablado de esto en algunas ocasiones. Fue tan extraño: era mayo del año 86 y yo no sabía que Jean Genet estaba enterrado allí. Hermano, hay pocas cosas más tristes que contemplar un cementerio olvidado, saqueado y profanado. Sobre todo, si yacen los restos de nuestros héroes. Leí por ejemplo en un trozo de mármol: “Aquí yace el teniente Castillo, que murió luchando valientemente en Monte Arruit”. 

(Yo estaba muy inquieto y mis colegas me dejaban hacer. Bajamos del coche y fuimos directos al viejo cementerio abandonado. Enseguida di con la cuidada tumba, la única al estilo árabe. “Jean Genet 1986”. Conviene recordarlo: Jean Genet, el gran escritor, falleció en París, también le obsesionó aquel cementerio de Larache. Su amante musulmán falsificó los papeles, lo trajeron como si fuese un emigrante árabe y aquí yace. El 4 de junio de 2017 falleció en Marrakech Juan Goytisolo. Admirador y amigo de Genet, dejó escrito que lo enterrasen a su lado. Allí yacen ambos entre ruinas, casi bañados por el mar.)

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